Carolina Gómez-Ávila 24 de octubre de 2020
En la dedicatoria de El Príncipe, Maquiavelo le dice a
Lorenzo II de Medici que para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que
ser príncipe, y para conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo.
Seguramente no siempre sea cierto, pero nadie nos ha validado tanto para
opinar, desde la llanura, que los que escalan la montaña están tomando rutas
que llevan a despeñaderos. Debe ser porque la distancia ayuda a apreciar el
paisaje.
Es lógico que, en un país rapiñado, el pueblo proteste
por servicios básicos y salarios dignos. Lo que no es lógico es que ninguna
protesta exija lo que realmente necesitamos para recuperar los servicios
básicos y los salarios dignos: elecciones presidenciales y parlamentarias,
libres y justas.
Desde 2017, tras la cruenta persecución, las
manifestaciones se atomizaron al punto de no moverle una ceja a la dictadura.
Se sustituyó lo político por lo social con el apoyo del liderazgo opositor, que
se amoldó a las urgencias del pueblo y —constreñido al mundo virtual por la
falta de libertades políticas— se dedicó a ser vocero de protestas y lamentos.
Entendí que había que esperar, que hacía falta ir a
recoger a los venezolanos desperdigados para mostrarles que sus sufrimientos
cotidianos tienen el mismo origen que los de todos y que su solución es
política. Pensé que se haría el trabajo de base para alinear el contenido
social de la protesta con el contenido político y que en poco tiempo nos
reconoceríamos todos en la calle, no pidiendo electricidad, gas, agua, gasolina
o salarios dignos, sino cambio de Gobierno por vía democrática y
constitucional.
Supongo que algunos lo intentaron, pero el discurso
del liderazgo no los ayudó. También creo que, dolorosamente, muchos venezolanos
accedieron a entregar sus libertades a cambio de la parcial satisfacción de sus
necesidades. Es decir, se conforman con mendigarle a la dictadura alivios
puntuales y discriminatorios.
Sobre esto no hay mucho que podamos hacer quienes no
somos militantes, excepto preguntar a los líderes para cuándo dejan la tarea
pendiente y —si es verdad que la lucha es para presionar por elecciones
presidenciales y parlamentarias, libres y justas— qué esperamos para que esa
sea la consigna en las calles.
No creo que necesiten ayuda para eso, no es tan
difícil demostrar que la necesidad la origina la dictadura y su indisposición,
que no incapacidad, para corregirla. Tampoco creo que necesiten ayuda para establecer
un hilo conductor, un discurso poderoso que traduzca el reclamo en uno de
cambio político. Así que, si no lo hacen, es porque no quieren.
El problema que resulta de su inacción es un desgaste
atroz en el espíritu de lucha que, supongo, querrán invocar más pronto que
tarde. Van en números rojos. Con esto sólo crecen quienes, haciendo política,
denuestan de la clase política y unos avispados cuyo modo de vida depende del
sufrimiento ajeno. Pero, sobre todo, crece la dictadura.
Carolina
Gómez-Ávila
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