Juan Guerrero 30 de octubre de 2020
@camilodeasis
Hay un pueblo en el África donde se recuerda y celebra
el nacimiento y muerte de sus miembros por una canción.Antes de nacer el hijo,
la madre concibe una canción que durante la gestación la va cantando y tarareando
hasta que, al nacer, el hijo se identifica con ella y la incorpora a su rutina
de vida. Con ella se da a conocer, con ella vive y con ella ejecuta su
cotidiano existir.
Así, cada vez que existe una disputa, alguna
alteración, un enfrentamiento o cualquier conflicto, se entona la canción y
esta contribuye a limar asperezas, calmar los ánimos y se convierte en fuente
de paz y conciliación.
Cada vez que se acerca el tiempo de cosechar y para
celebrar la vida del hijo, se canta la canción que le pertenece porque da
sentido a su existencia, y la alegría, la dicha y armonía se fortalecen
mientras los lazos familiares se estrechan y las amistades se ensanchan. La
vida de ese pueblo es un canto permanente a la vida, a la paz, a la hermandad y
la reconciliación.
También en la despedida final, cuando alguien muere,
la comunidad canta la canción del difunto. Esa donde se habla de la bondad, la
solidaridad y la práctica de virtudes y principios. En amoroso acompañamiento
el difunto es enterrado. A él se le recordará en su canción favorita, esa que
le construyó y dedicó su madre mientras estuvo en el vientre.
Existen registros en casi todos los cronistas de
nuestro pasado, que cuentan historias parecidas sobre nuestros pueblos
indígenas asentados en lo que hoy conocemos comoVenezuela. Fray Pedro de Aguado
(1538-1609) habla en su Recopilación historial, sobre los pueblos indígenas y
su afición por el canto, por la música y por el baile. Similar lo encontramos
en, fray Pedro Simón (1574-1628), y en José de Oviedo y Baños (1671-1738). Lo
cuenta también en su biografía el conquistador, ´Alvar Núñez Cabeza de Vaca,
quien estuvo cerca de ocho años vagando solo y desnudo por tierras del sur del
territorio norteamericano. Encontró pueblos dedicados al canto. Indígenas que
acostumbraban sólo cantar y tocar instrumentos. Muchas veces encontró ancianos
cantando junto al lecho de algún niño enfermo, mientras tocaba algún
instrumento o colocaba un collar con semillas del fruto sagrado, auyama o
calabaza, para curar y sanar al desvalido.
Es
tan hermoso saber que nuestra madre alguna vez tarareó algún estribillo, algún
verso, quizás construyó en el silencio del desvelo, una canción para
distinguirnos, para reconocernos, para hacernos diferentes.
Seguramente cada uno de nosotros, sin darnos cuenta,
cantamos una olvidada canción y nos reconocemos en sus versos, en su
estribillo. Disfrutamos en nuestra íntima soledad la emoción que nos conecta,
nos lleva a los días cuando vagábamos en la inmensidad de ese vientre
maternal,escuchando desde el infinito la voz que en su canto nos bautizaba, nos
reconocía y fortalecía nuestra primera identidad, nuestra marca indeleble que
nos reconocía en el espacio de la vida, más que hijo, ser de cánticos de
eternidad.
Hay cantos colectivos en todos los países, pueblos y
culturas. Himnos, muchos de ellos de origen anónimo, que son la partida de
nacimiento de naciones. Cuando salimos de las fronteras y tocamos suelo
extranjero, escuchar ese canto despoja de inmediato toda mala fe, todo falso
orgullo, toda prepotencia y el mar de nuestras lágrimas limpia, calma y
fortalece el alma.
Ante un himno carecemos de escudos, es porque nuestro
espíritu percibe la verdad colectiva, trascendente en su destino, que honra,
nutre y engrandece. Somos dueños acaso de un verso, una palabra que es imagen,
símbolo de nuestro destino en ese canto, y lo tarareamos como alimento que
nutre ese otro cuerpo, el alma.
Hoy es un buen día, un buen tiempo para buscar nuestro
canto, ese que colma de amorosidad, de franco y limpio orgullo. Hace falta
tener piedad, hace falta, siempre, regresar al vientre de la madre, de la
matria, para escuchar su canto. Porque nada es casual sino causal. Así, nuestro
canto general, el Gloria al Bravo Pueblo, siempre fue tarareado en nuestra
cuna, en nuestra hamaca, en nuestro catre, por la madre amorosa, ferviente
defensora de ideales, virtudes y alegrías.
Hoy también tarareamos el Alma Llanera y Mi Venezuela.
También las particulares estrofas de nuestros poetas, esos del aquí y el ahora,
tan antiguos a la vez modernos. Descendientes de bardos, aedas, decimistas y
galeronistas. Que no se nos vaya la vida buscando la canción olvidada, ese
talismán que nos libera y fortalece. Está en ti, en la profunda consciencia de
tu memoria.
Juan Guerrero
@camilodeasis
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