Juan Guerrero 23 de octubre de 2020
@camilodeasis
Esta mañana, cuando estaba revisando libros en mi
biblioteca, de repente me acordé que ya hace más de 10 años terminé mis
funciones como docente universitario. También me acordé de los años cuando
trabajé en otros sitios. -Total, treinta años de servicios al Estado y la
sociedad, pensé.
Había hecho planes para continuar con mis actividades
académicas, mis escritos semanales, mis dibujos, fotografías y mi dedicación a
la poesía, oficio que nunca me abandona ni yo a ella. -Además, me decía, iba a
desarrollar varios proyectos visitando regularmente sitios poco conocidos del
país; sus historias, espacios y uno de mis deseos más añorados: ese tiempo para
invertirlo en la contemplación, la meditación después de observar la quietud
del espacio de eso que llamo, la venezolanía.
Porque contemplar el rostro de una sociedad y de un
territorio también se encuentra en sus paisajes, el movimiento, los olores,
sonidos naturales, sabores y el paso acompasado de quienes nos acompañan. He
conocido todo el país, al menos cada capital de estado, los he sentido en la
tierra y en el barro, mirando la lejanía, en las palabras de quienes habitan en
la anónima amorosidad de lo fraterno y solidario.
Sé que los nuevos tiempos no traerán nada diferente a
estos que he vivido. Sin embargo, es preciso insistir, aunque sea por
terquedad, en la necesidad que tenemos para salir adelante, aunque sea
registrando este momento gris que nos tiene aprisionados, encerrados. He visto
temprano el video de una amiga virtual, poeta, que en su encierro desde España saluda
con su rostro lloroso indicando que ya no soporta tanta soledad, tanto
encierro. Libera sus miedos e incertidumbre, mientras confiesa que ‘-hoy sólo
tengo ganas de llorar’. Es un video singularmente humano. Angélica se quiebra
en su fragilidad y una multitud de amigos virtuales, desde los confines del
mundo, le abrazamos en un mismo llanto.
Vuelvo a mi biblioteca buscando acaso algún poema en
algún libro que me sirva para entender este tiempo, esta mirada fragmentada que
se apodera de nosotros y no permite ver la totalidad, la parte completa de este
drama, este momento tan sin tiempo. Un año donde se resume toda la maldad humana
en un mismo número. Pareciera que estamos transitando los ‘penetrables’
cinéticos de una inmensa obra de Soto o Cruz Diez. Así, con sus colores
moviéndose mientras ansiamos conocer, estar presentes en otros escenarios menos
gelatinosos. Quisiera tanto oler esos colores, palpar su tensión, su
temperatura.
Pienso
y añoro ese lenguaje renovado, ese ángulo original de una imagen para nombrar
este tiempo, pero al unísono coexistimos con nuestra propia podredumbre humana.
Reviso mis redes sociales y me siento impotente ante tanta solicitud de ayuda.
Desde los puntuales casos de enfermedades terminales y cuyos pacientes no
pueden esperar, hasta el socorro ante el secuestro, prisión y tortura de perros
y gatos. Me sobrepasa tanta súplica, me estremece hasta el llanto tanto mensaje
final de jóvenes que se despiden y después, se suicidan, se lanzan por un
balcón.
Tengo casi tres semanas intentando terminar la
entrevista a una poeta y apenas si podemos comunicarnos. Cuando ella tiene
electricidad yo tengo ocho horas sin ella, y obvio, sin Internet, sin servicio
de agua y con el temor de que se termine la bombona de gas y mi esposa no pueda
hacer sus tortas y dulces para vender (-de eso vivimos), porque el sueldo de un
profesor jubilado, más la pensión del Seguro Social, no llegan a 8 dólares al
mes, y es mucho decir. Pero me colma un mensaje de voz de quien entrevisto: me
habla de mi querida amiga y poeta, Hanni Ossott, y me veo en Londres
conversando con ella mientras probamos su paté y Rilke nos abraza en su
recuerdo.
Aunque parezca contradictorio, por estos años parece
estar apareciendo en nuestra geografía literaria, nuestro arte y nuestra
cultura en general, un cierto conglomerado humano con significativas muestras
de temas, estéticas y lenguaje que bien merece ser revisado y estudiado, al
menos como registros bibliográficos de un acontecer histórico que habla de este
paso del ser humano en su eterna circularidad, de levantarse y buscar una
identidad y un refugio permanentes.
Con nuestros miedos, temores, incertidumbre y esta
agobiante censura seguiremos transitando, contemplando estos días tan secamente
iguales, tan sin destino, tan odiosamente intranscendentes.
Juan Guerrero
@camilodeasis
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