Por Gregorio Salazar
Las elecciones de
Bolivia, donde un candidato opositor recibirá el poder de manos de un gobierno
interino, deja hoy a Venezuela como el único país de Suramérica cuyos actores
políticos no han sido capaces, independientemente del reparto en la carga de
las culpas, de concretar acuerdos para unos comicios revestidos con todas las
garantías y la transparencia que le merezcan la credibilidad y la aceptación de
todos.
Comentaristas
internacionales han criticado que hayan sido dos firmas encuestadoras las que
anunciaron el veredicto popular, abiertamente favorable a Arce. Pero lo
destacable es que, aparte de que lo hicieron con autorización del organismo
electoral, las condiciones de organización y desarrollo del proceso permitieron
que la victoria del candidato Arce fuera prontamente reconocida por el gobierno
interino, Carlos Meza el principal opositor, la OEA y los Estados Unidos.
Las elecciones fueron
limpias, pacíficas y con una participación del 87 %, condiciones que aquí
rehúye a todo trance Maduro, seguro que una elección popular lo eyectaría del
poder como disparado por una catapulta, a él y a toda la cúpula que sigue
destruyendo a Venezuela.
Pero esa es también una
ruta, la electoral, que la oposición mayoritaria (ni la minoritaria) no ha
trabajado de manera suficiente ni persistente para pelearla y forjarla más allá
de las trabas que, fiel a entraña fascista, presenta la dictadura. Desde hace
casi dos años la oposición que lidera Guaidó marcha atada a la opción del atajo
militar, para muchos un espejismo, que vendió y usa electoralmente Donald
Trump, ahora con su propio triunfo en riesgo. Se creyó que un plan B era
prescindible.
Cómo sería la torpeza
de la oposición boliviana cuando después de haber puesto fin a los catorce años
de mandato ininterrumpido de Evo Morales, claramente autor del fraude electoral
del año pasado al interrumpir los escrutinios, no solamente no lograron acceder
a la presidencia, sino que seguirán como minoría en las dos cámaras
legislativas.
No fueron capaces de
ganarse la confianza de la población, profundizaron los radicalismos y la
confrontación suicida, con lo cual liquidaron la primera premisa para un
triunfo: una amplia unidad de todos los factores democráticos y la búsqueda
también de la unidad entre los bolivianos.
El gobierno interino no
estuvo a salvo de acusaciones de corrupción, no tuvo mayores aciertos frente a
la pandemia, un factor no menor puesto que afectó como en todas partes la
economía. Encima, la presidenta Añez cometió el gravísimo error de
postularse ella misma, en vez de dedicarse al proceso de transición. Las
renuncias de ella y Quiroga fueron tardías y desde luego sin efectos.
La oposición se
difuminó entre peleas y la ausencia de un plan unitario de gobierno. En medio
de un clima de estridencias surgió un candidato con un estilo mesurado y de
mensaje menos confrontativo, centrado en propuestas, conocido por sus largos
años de labor al frente de la economía, especialidad en la cual se formó y
ejerce, y utilizando como aval las propias decisiones que tomó durante su
gestión ministerial.
Al final, poco les
importó a los bolivianos todas las acusaciones ciertas de fraude o
narcortráfico contra Morales, los juicios por sus llamados a bloqueos de
alimentos e insumos sanitarios a las ciudades y la más reciente acusación de
pederastia.
Gana su partido, pero
el pueblo sabe que puede continuar en paz sin la presencia omnímoda de Morales,
sobre todo si Arce cumple su promesa de gobernar sin odios.
Piénsese en la actuación
pública de Arce y contrástela con la caterva de ministrillos que han desfilado
por los gabinetes chavistas. Una rotación perpetua de las mismas caras, sin
calentar asiento, sin consolidar una gestión, un desfile de buenos para nada
rotándose en un cargo tras otro, asumiendo hoy la economía y otro día las
comunas, hoy la educación y mañana la persecución hasta la extinción de
empresas del campo y las ciudades. Con este monumental fracaso y sin
reconocimiento internacional, ¿qué celebrará Maduro y su impresentable régimen?
A la vista está que
Lenin Moreno no resultó una copia de Rafael Correa, ni Alberto Fernández sigue
la fanática deriva de la señora Kirchner, ni Luis Arce tiene porqué ser un clon
de Evo Morales. Así lo deseamos para bien de la hermana patria boliviana.
25-10-20
https://talcualdigital.com/nuevas-lecciones-desde-el-altiplano-por-gregorio-salazar/
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