Marta de la Vega 30 de octubre de 2020
@martadelavegav
“Por lo tanto, debemos reclamar, en nombre de
la tolerancia,
el derecho a no tolerar a los intolerantes”.
Karl Popper
En
el patio de honor de la Universidad de Paris I, la Sorbona, el lugar del saber
universal y del humanismo desde hace más de 8 siglos, como precisó el
presidente de Francia, Emmanuel Macron, se realizó un homenaje fúnebre al
profesor de historia y geografía, Samuel Paty. Fue víctima, a los 47 años, de
la peor barbarie, al ser salvajemente asesinado el 16 de octubre de 2020, por
su vocación, su pasión y su oficio: enseñar, decapitado por un joven refugiado
de origen ruso checheno, militante radical del fanatismo religioso islamista.
En un curso sobre la libertad de expresión, la
libertad de conciencia, mostró el 5 y 6 de octubre unas caricaturas de Mahoma,
publicadas por el periódico satírico Charlie Hebdo, que lo llevaron a la
muerte. Este nuevo atentado, dijo Macron, es una funesta conspiración
terrorista y gratuita, arbitraria y absurda, instigada por el odio al otro, que
no detendrá la defensa y enseñanza de la libertad, la igualdad y la
fraternidad, triple consigna presente desde la revolución de 1789 en la cultura
política francesa, que ha irradiado en la mentalidad republicana, democrática e
ilustrada de Occidente.
Ser republicano, en las palabras de Jean Jaurès, que
citó en su discurso el presidente Macron, significa aprender a pensar por sí
mismos, no obedecer a ninguna fe ni a nadie que nos imponga pasivamente las
verdades, sino que las busquemos nosotros mismos, sin resignarnos a la
violencia y la intimidación. No podemos renunciar a ser republicanos, al
respeto por las virtudes cívicas, ni a someternos a la locura sectaria de los
islamistas que cultivan el odio a los otros, la mentira, la idiotez del
separatismo fundamentalista. Es inaceptable que haya grupos islamistas
siguiendo sus propias leyes dentro de la República.
Desde su muerte, el profesor Paty encarna el rostro de
la república, de su autoridad y su firmeza, de la justeza de sus argumentos, de
la voluntad de quebrar el terrorismo islamista, de reducirlos, de vivir como
una comunidad de ciudadanos libres, de defender la sociedad laica, de nuestra
determinación a comprender y enseñar a ser libres, tarea esencial de los
profesores que dejan huella.
Paradójicamente,
fue asesinado por un joven que buscaba protegerse del miedo, la persecución y
la intolerancia al llegar al país de la pluralidad y el libre flujo de las ideas
más diversas. Fue abruptamente cortada la vida y valiosa experiencia de Samuel
Paty por haberse interesado en la civilización islámica, en respeto a sus
alumnos de este origen cultural para transmitirla como parte del saber
universal, por descubrir las riquezas de la alteridad, por haberles enseñado a
“devenir ciudadanos”; no sumisos creyentes, sino pensadores críticos; a
aprender el deber, para cumplirlo; las libertades, para ejercerlas; el respeto,
porque todos somos ciudadanos; la grandeza del pensamiento libre, en fin, por
enseñar a hacernos republicanos, sin ninguna discriminación.
Entre 1689 y 1690, a fines del siglo XVII, fue
publicada la correspondencia de John Locke con su amigo cercano Philipp Van
Limborch. Rápidamente traducida del latín a otros idiomas, Una Carta sobre la
Tolerancia, resuena en nosotros hoy, vigente y poderosa, decisiva para asegurar
en un espacio común y compartido, el futuro variopinto de la humanidad en la
globalización. Dice, en uno de sus pasajes sobre la tolerancia religiosa:
“En la cuestión de la libertad de conciencia que
durante estos años ha sido tan debatida entre nosotros, una cosa que ha
confundido principalmente el asunto, mantenido la disputa y aumentado la
animosidad, ha sido, según pienso, que ambos bandos, con igual celo e igual
desacierto, han tratado de extender demasiado sus pretensiones: el uno ha
predicado la obediencia absoluta, y el otro, la libertad universal en materias
de conciencia, sin determinar las cosas que pueden aspirar a la libertad, o sin
mostrar los límites de la imposición y la obediencia.”
Las leyes son instrumentos de cohesión social, para el
bienestar, la preservación y la paz de la sociedad que las produce. No se puede
concebir una “legislación de guerra” contra el islamismo, como parte de una
estrategia republicana de reconquista y no solo de contención, de manera
reactiva, según propone la dirigente Marina Le Pen. Ni tampoco se puede admitir
la justificación del horror convertido en norma, según la ley de la Sharia,
como afirma el erudito musulmán Al-Yousuf. A más libertad, mayor respeto, para
derrotar anarquía y anomia, que provocan violencia y destrucción.
Marta
de la Vega
@martadelavegav
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