Por Antonio Pérez Esclarín
Es una falacia decir
ingenuamente que la pandemia trata a todos por igual, cuando la realidad es que
golpea con más fuerza a las poblaciones más vulnerables.
También en educación
son los pobres quienes sufren las peores consecuencias. Ante la dificultad de
realizar la educación presencial, que es la que posibilita una verdadera
educación, se ha extendido la educación online. Y no podemos ignorar que a
este mundo virtual no todo el mundo tiene igual acceso, con lo que, a las
nuevas discriminaciones y desigualdades, habría que añadir la discriminación
digital, dado que las poblaciones más vulnerables y los grupos empobrecidos y
excluidos, escasamente pueden acceder al mundo de internet.
Por ello, hoy se
han acuñado los términos de info-pobres e info-ricos, para subrayar la brecha
digital. Y si para muchas personas, navegar por internet es una acción
cotidiana, no podemos olvidar que en todo el mundo todavía hay más de
4.000 millones de personas que viven sin acceso a internet.
Según datos de la
Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la agencia para la
comunicación y las nuevas tecnologías, tan solo un 51% de la población
mundial está conectado a internet: más del 85% en las regiones
desarrolladas (Europa, Norteamérica), pero menos del 40% en regiones más
pobres, como África y Latinoamérica, en especial, Venezuela, que tiene la
peor conectividad del continente, el salario más miserable y donde la
electricidad se va a cada rato.
De hecho, si bien
muchos consideran que las nuevas tecnologías están contribuyendo a una mayor
igualdad en la educación, la realidad es que, con su utilización tan dispareja,
en vez de favorecer una democratización, y una mayor extensión de la
educación, se está propiciando una discriminación de las personas que, por
sus recursos económicos o por la zona o países donde viven, no pueden
tener acceso a estas nuevas herramientas.
El problema es que esta
brecha digital se está convirtiendo en elemento de separación, de exclusión de
personas, instituciones y países. De forma que la separación y marginación
meramente tecnológica, se está convirtiendo en separación y marginación social
y personal. Es decir, que la brecha digital, se convierte en brecha social,
de forma que la tecnología es un elemento de exclusión y no de inclusión
social.
Por otra parte, no
podemos olvidar que la igualdad de acceso al conocimiento, no supone
igualdad ante el conocimiento. Es importante siempre tener en cuenta que en
Internet nos encontramos con una información prácticamente inabarcable, pero
ello no implica que la información se convierta en conocimiento, que requiere
un grado de madurez cognitiva y de preparación del usuario que no siempre
tiene.
Tampoco podemos
olvidar la brecha digital generacional y de género, pues las personas
mayores y, en muchos países las mujeres, tienen menos posibilidades de dominar
o acceder a estos aparatos.
Para superar o
disminuir la brecha, Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones
Unidas, comenta que “no dejar a nadie atrás significa no dejar a nadie
desconectado”, lo que va a suponer, si no queremos agrandar la brecha,
enormes esfuerzos especialmente en Venezuela donde la mayor parte de los
hogares no tienen computadora, teléfonos inteligentes y mucho menos internet.
De ahí la necesidad de
garantizar lo antes posible la educación presencial, que posibilita además la
interacción humana y social, elementos esenciales para una genuina educación.
*pesclarin@gmail.com |
www.antonioperezesclarin.com
19-10-20
https://revistasic.gumilla.org/2020/educacion-y-brecha-digital/
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