Por Simón García
El primer partido obrero del
mundo, nació en Alemania bajo la acción de un líder, Ferdinand Lasalle, que hoy
calificaríamos de colaboracionista, traidor y electorero. El dato indica el
vínculo originario entre cambio social y tres temas básicos: actitud hacia la
violencia, relación con la democracia y misión de la política.
El debate sobre votar o no,
más viejo que María Castañas, ya lo resolvió la historia. El voto aparece como
opción más exitosa a la hora de pensar en una herramienta pacífica para cambiar
un poder ineficiente, corrupto o autocrático. Más en regímenes como el nuestro
que es un tres en uno.
Una de las conclusiones de
ese debate es que la política no se mueve sin cuerpo dirigente que la traduzca
en un programa, en una estrategia y un plan. Al modo sintético de enlazar y
comunicar estos aspectos, lo hemos dado en llamar ruta. Nuestra oposición
muestra dos fallas: desempeño de su élite y errores de ruta.
Una élite cerrada ante el
ciclo político más destructivo de nuestra historia en vez de dar el combate en
el terreno electoral apela a Cipriano Castro. En vez de demostrar que Maduro
carece de apoyo popular y legitimar una nueva mayoría en la Asamblea Nacional,
convoca a una consulta simbólica, que no afectará el equilibrio de poder,
sustituye el voto real por un simulacro y expone innecesariamente a sus fuerzas
a una competencia inútil con el 6d.
Los ciudadanos comunes, que
deberíamos saberlo porque el secreto es enemigo de la democracia, tendremos que
adivinar qué es lo que viene después que se decida por nosotros una equivocada
cuarentena electoral. Y crean que vendrá un debilitamiento peor al del
2005, desplome que hay que prepararse desde ya para revertir.
¿Por qué puede ser
nuevamente una opción permitir una AN roja rojita, parecida a la que comenzó
nuestro segundo camino a la amargura con la autoexclusión del parlamento electo
el 2005? Esa abstención fue la más absurda legitimación del poder autoritario.
A quienes el régimen no les
haya instalado la polarización en su cerebro, pueden hacerse las preguntas
pertinentes. Una de las respuestas podría conducir a que no se trata de
legitimar o no al desastroso gobierno de Maduro, sino de respaldar la mudanza
del gobierno interino al exterior. Entregar mucho por muy poco.
La mayoría del actual
liderazgo opositor teme defender la democracia con los medios de la democracia.
Su esquema de resolución hegemónica del conflicto de poder está divorciada de
una solución sustentable a las crisis que nos devoran y desvinculada de
intereses básicos: los de la gente y los de una sociedad justa, cuyos valores
debemos comenzar a prefigurar desde ya. No habrá solución efectiva sin
abandonar la línea insurreccional que ata la oposición a su derrota.
El costo político y humano
que se le impone al país, no lo compensa el inseguro, inestable y ajeno futuro
encerrado en la botella de una invasión o un golpe de Estado. Solo el voto abre
camino hacia un cambio sostenible, inclusivo y pacífico.
La decisión no está sólo en
manos de los partidos. La suerte del país depende del dilema real: ¿hay en
Venezuela demócratas dispuestos a defender la democracia?
25-10-20
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