Por Fernando Pereira
“Hace tiempo encontré
un video británico en Internet que contaba la historia de un hombre que se
despierta en el mundo actual luego de haber estado dormido durante cien años.
Sale a la calle y nota que todo ha cambiado mucho: hay edificios muy altos y
transitan automóviles rarísimos a velocidades para él impensables. Ve algo así
como un enorme pájaro de metal atravesando el cielo. Asustado, entra en un
edificio de oficinas. Ve salir papeles impresos de máquinas, personas
conversando con pequeños aparatitos en sus manos, algunos que hablan con
“fotografías que se mueven” donde se ve la cara de personas al otro lado del
mundo y otros que se aglutinan delante de unos “cuadros” llenos de números y
letras. Huye espantado. Hace un nuevo tramo por la calle y decide ingresar a un
hospital. Adentro, encuentra gente que se mantiene viva gracias a estar
conectada a máquinas y aparatos que permiten ver en detalle el interior del
cuerpo humano. Aterrado, corre hacia la calle e ingresa en otro edificio, donde
funciona una escuela. De repente, siente un alivio enorme. Por fin, ve algo que
le resulta completamente familiar. Tal como sucedía en la época en la que se
quedó dormido, ve un grupo de alumnos sentados ordenadamente en bancos,
anotando en cuadernos lo que dicta un profesor desde el frente o lo que escribe
sobre un pizarrón. ¡Están memorizando los ríos de Europa, tal como hizo él!
Acá, en la escuela, todo es igual a su centenario recuerdo”.
El texto corresponde a
Santiago Bilinkis, quien escruta las disonancias causadas por escuelas del
siglo XIX en el siglo XXI. Todos los niños que estudian primaria y
bachillerato nacieron en el siglo XXI; la mayoría se siguen educando
esencialmente como sus abuelos y padres. El hecho de que la escuela casi no
cambia; pero los alumnos muchísimo constituye un “cóctel explosivo” para el
autor.
La pandemia forzó un
nuevo escenario con la educación a distancia al verse impedida la
presencialidad por razones sanitarias. Utilizar las pantallas, medios
electrónicos, enviar trabajos por un email o WhatsApp puede crear la
sensación de que entramos a las educación del siglo XXI, como le hemos
escuchado a algunos voceros del sector; pero, ¿realmente es así? Al revisar los
contenidos abordados y la metodología propuesta develamos la misma
propuesta que ya ha mostrado sus falencias antes de la pandemia.
El modelo escolar que
conocemos nació en la Revolución Industrial para responder a la necesidad
de formar los empleados que se requerían años después. Con los vertiginosos
cambios del mundo actual, la escuela está formando empleados con competencias y
conocimientos que no serán los requeridos. La educación hoy requiere tener
un enfoque anticipatorio.
Aprender en la era de
Internet
Los adultos (padres y
profesores) aprendimos concentrados, en silencio, sin contacto con otros
estímulos. Nuestro cerebro se “cableó” de esa forma. Padecemos el desafío de
lidiar con el siglo XXI usando un cerebro “cableado” en el siglo XX. Pero la
experiencia de nuestros muchachos es distinta. Su cerebro se “cableó” en
la hiperconexión y la multitarea. Están escuchando música, viendo una serie,
jugando un video juego.
De ahí el desfase de
docentes que lo que hacen es anotar en un pizarrón o hablar por Zoom sin
siquiera utilizar imágenes o videos en sus clases.
La brecha creciente
entre la experiencia dentro y fuera del aula es una receta para el colapso que
se evidencia en la falta de motivación y los crecientes problemas de conducta y
convivencia reportados en centros educativos, antes de que el Covid-19 hiciera
su aparición.
“La clave es reformar
la educación desde su base, traerla al siglo XXI”, sentencia Bilinkis. Una
educación que sea capaz de despertar el interés de los chicos como lo hacen los
video juegos, que se adapte a su ritmo de aprendizaje y no obligue a que todos
deban aprender lo mismo en el mismo tiempo.
¿Eliminar la escuela?
Las circunstancias que
vivimos a raíz de los efectos del confinamiento hacen que algunas personas
planteen que la educación a distancia llegó para quedarse. Bilinkis
plantea que la escuela es irremplazable como herramienta para promover la
igualdad y la inclusión social de las personas menos favorecidas. Brinda
además a todos los habitantes de un país una base de conocimiento común que se
convierte en un rasgo central de su identidad. Pero insiste en que uno de sus
componentes fundamentales es ser un espacio para la
socialización. Aprender a encontrarse con el otro. La escuela tiene que
replantearse reunir a los chicos para que escuchen en silencio; en vez de
fomentar el potencial de que aprendan a comunicarse, a hablar y escuchar.
En los intercambios que
hemos tenido con estudiantes de primaria y media durante este tiempo, lo
que más extrañan de sus escuelas es el contacto con sus pares, los lazos y
vínculos afectivos que les permiten formar identidad, el referente de docentes
significativos, el momento de encuentro en el recreo, celebraciones. Este
tiempo debe servir para revalorizar ese espacio, su sentido y razón de ser.
29-10-20
https://efectococuyo.com/opinion/reinventando-la-educacion-cecodap/
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