Alberto Barrera Tyszka 20 de octubre de 2020
@Barreratyszka
Hugo Chávez solía enumerar la cantidad de procesos
electorales realizados como una prueba irrefutable de que Venezuela era el país
“más democrático del mundo”. Nicolás Maduro prefiere no
correr ningún tipo de riesgo. Para los comicios en los que se elegirá a la
nueva Asamblea Nacional, que por ley deben efectuarse en diciembre de este año,
ya ha diseñado un mecanismo perfecto: un fraude preventivo que le permite ganar
las elecciones aun antes de realizarlas.
¿Qué pueden hacer la oposición nacional y los países
que la apoyan ante este escenario?
En rigor, las elecciones parlamentarias de 2020 solo
son otro trámite en la larga lucha del chavismo por conseguir una legitimidad
internacional que destrabe las sanciones que han impuesto al régimen algunas
naciones y que le permita mejorar su funcionamiento en el mundo. El gobierno necesita
desmontar y poner bajo su control a esta última institución democrática que
existe en Venezuela. Pero la democracia es peligrosa y Maduro y su gobierno no
están dispuestos a volver a vivir una derrota sorpresiva como la de 2015, cuando la oposición
ganó la mayoría del parlamento.
Lo que quieren o desean los venezolanos, las
aspiraciones o preferencias del pueblo, están ahora relegadas a un segundo
plano. En los últimos años, el régimen ha endurecido sus mecanismos de control
sobre la población a través de la violencia, de la economía y de los medios de
comunicación. Al gobierno no le interesa ni le importa lo que piensen u opinen
los ciudadanos con respecto al país y al futuro.
Hay una expresión en Venezuela que describe con gran
nitidez a la persona que miente impúdicamente: “cara de tabla”. El uso
coloquial, por supuesto, elimina de la letra d en la preposición y deja fluir
el conjunto como una sola pedrada caribeña: “cara é tabla”. Es un término que
retrata a la perfección a quien intenta engañar a otros de la manera más
absurda o grosera pero sin pestañear, sin que una mueca o un gesto lo delate.
Cuando Nicolás Maduro invita a todos los venezolanos a votar, cuando asegura
que “hay amplias garantías” y dice que las próximas elecciones serán “una
fiesta democrática”, Nicolás Maduro solo está actuando como un cara é
tabla.
El primer paso para el diseño de este nuevo escenario
electoral se centró en la elección de las autoridades del Consejo Nacional
Electoral. Aunque constitucionalmente es una tarea que le corresponde a la
Asamblea Nacional, el chavismo acudió a un ardid legal poco sustentable para
que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) bajo su control pudiera elegir a los
nuevos rectores de la institución. Tanto los jueces como los nuevos rectores,
así como quienes colaboraron activamente con esta maniobra, son fatalmente unos
cara é tabla, dispuestos a ignorar impasiblemente que el árbitro lleva puesta
la camiseta del equipo del gobierno.
Una vez garantizado el control del sistema electoral,
el segundo paso fue la apropiación de los principales partidos de la oposición
por parte del chavismo. Es la cúspide de un proceso que se inició con la
llamada Operación Alacrán, un movimiento de compra de diputados de
segunda línea de partidos opositores, quienes finalmente han reclamado ante el
TSJ su derecho a ser las autoridades legítimas de dichos partidos. El TSJ por
supuesto ha fallado a su favor. De esta manera, también, el gobierno ha ocupado
los espacios naturales de la disidencia. Es una artimaña que, sobre todo,
delata muy bien el miedo que le tiene “la Revolución” al voto popular.
Habría que sumar a este escenario el discurso pronunciado
por el general Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa, el 5 de julio,
fecha en la que se cumplía el aniversario de la firma del acta de independencia
en Venezuela. Nada de lo que ocurre en el país puede analizarse sin tomar en
cuenta a los militares. Ellos son una fuerza protagónica, con iniciativa y peso
político y económico en cualquier decisión. Padrino López, refiriéndose de
manera ambigua y confusa a la oposición, fue sin embargo enfático al
sentenciar: “Nunca podrán ejercer el poder político en Venezuela”. Es la
confirmación de que, incluso en el imposible escenario de un triunfo electoral,
la oposición se encontraría con un obstáculo enorme: el ejército le impediría
ejercer la victoria.
Todo esto supone claramente que se ha cancelado
cualquier posibilidad de diálogo y de negociación. El chavismo piensa que la
mejor manera de salir de la crisis es profundizar la crisis. La apuesta por
desgastar al adversario volvió a funcionar y ahora están en la fase del
contraataque. Si la experiencia del parlamento opositor y del liderazgo de Juan
Guaidó representó —en algún momento— el regreso de la alternancia política al
país, hoy esa esperanza está liquidada. Es el clímax del cara é
tablismo político. El talante democrático se mide, sobre todo, en las
derrotas. El chavismo ya ha confirmado que no está dispuesto a permitir, ni
siquiera, la hipótesis de una derrota.
Ángel Álvarez, politólogo venezolano residenciado en
Canadá y una de las miradas más atentas y lúcidas sobre el proceso de nuestro
país, ha analizado asertivamente el supuesto debate sobre la
participación electoral: “En estos momentos es irrelevante que la oposición
participe o se abstenga. Hagan lo que hagan, el resultado va a ser
absolutamente el mismo. La oposición ha estado debatiéndose entre participar o
abstenerse, por lo menos, desde el año 2005. Y cuando se abstiene, no pasa
nada. Y cuando participa, tampoco pasa nada, entre otras cosas, porque la
oposición carece del poder necesario para obligar al gobierno a hacer
absolutamente nada”. Ahí respira el gran desafío y la gran pregunta: ¿acaso es
posible obligar al chavismo a negociar y someterse a unas elecciones libres y
transparentes? Hasta ahora, ni la oposición ni la presión internacional lo han
conseguido. Ser cara é tabla ayuda. La falta de escrúpulos es una ventaja
política.
Tomado de: https://www.nytimes.com/es/2020/07/12/espanol/opinion/venezuela-asamblea-nacional-elecciones.html
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