Carolina Gómez-Ávila 22 de octubre de 2020
El jueves pasado, la Conferencia Episcopal Venezolana
(CEV) publicó una exhortación pastoral «sobre la dramática situación social,
económica, moral y política que vive nuestro país». Como con cualquiera de sus
comunicados, todo el que siga la actualidad política de cerca, le dedica
especial atención.
No tengo muy claro por qué. Me temo que la Iglesia
católica ya no tiene el poder moral que tuvo sobre el pueblo de Venezuela,
porque la franquicia evangélica sedujo más y ahora cuenta con el apoyo del
Estado. La Iglesia católica, que tenía influencia en el estamento militar, hoy
en día apenas parece tenerlo sobre el sector empresarial —o viceversa—, de modo
que sus documentos pueden dejarnos ver cierta inflamación de su vena
antipolítica.
Como noto en el punto 8 de su exhortación. Allí, la
CEV repite una de Perogrullo: «no basta la simple abstención para poner en
evidencia la ilegitimidad del proceso y alcanzar el cambio político tan
deseado», que más de uno considerará que equivale a acusar de incompetencia a
la coalición democrática. Acto seguido llama a toda la sociedad civil —donde
son actores principales los partidos políticos— a unirse para acompañar las
protestas cotidianas y, aquí lo que objeto, a «establecer una ruta clara para
la transformación política».
Una ruta clara, dicen. Ese es el reclamo que repite la
población menos informada, que es la que exige un indebido protagonismo en la
tragedia nacional. Un reclamo que sabe explotar muy bien la antipolítica que
suele ser populista.
Me pregunto cuánta claridad en la ruta reclaman los
señores obispos. Me pregunto si será sólo la necesaria para que la dictadura
pueda ponerle trabas o esperan que sea total, de modo que pueda impedirla.
A los prelados no hay que decirles lo que ya saben:
que las estrategias en la lucha por el poder, si no son secretas, están
condenadas al fracaso. Tanta sensatez para el diagnóstico no puede terminar con
una receta tan irresponsable. No hay una ruta más clara que protestar exigiendo
elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas, con todo el apoyo
que se pueda conseguir del resto de los países del mundo.
En cuanto a los personalismos, me pregunto si la CEV
habrá sopesado que, con exhortaciones como esta, antes que conjurarlos, los
estimula, pues llenan de desesperanza a quienes tratamos de descifrar si podemos
arriesgarnos en las calles porque todos están de acuerdo, o todavía tenemos que
depurarnos de políticos mediocres que postergan el interés de la nación por el
suyo, de hacerse con el liderazgo opositor.
Pienso que la conferencia debe saber que la cizaña aleja
la posibilidad de que se entienda que aquí no queda tiempo para dirimir
liderazgos internos. Pienso que, en vez de publicar advertencias que revelan su
intención de controlar al liderazgo político, podrían intentar ser la voz del
pueblo urgido de democracia y transmitir el indubitable mensaje de que hay que
remar todos en la dirección que marquen los líderes que elegimos la última vez
que eso se podía hacer en nuestro país. Este es mi exhorto al obispado, antes
de que redacten su próxima pastoral.
Carolina
Gómez-Ávila
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