Humberto García Larralde 25 de octubre de 2020
Venezuela se encuentra devastada, incapaz de proveer
condiciones de vida mínimamente satisfactorias y dignas a la inmensa mayoría de
su población. Su economía ha sido destruida, su industria petrolera desvalijada
y los servicios públicos despojados de los recursos para su mantenimiento. Los
venezolanos pasan días enteros –sino semanas—sin agua, con cortes recurrentes
de luz y ausencia de gas, con pérdidas cuantiosas para el presupuesto familiar.
Estas calamidades se acrecientan por la falta de gasolina, el colapso del
transporte, ingresos miserables y la terrible inseguridad personal. Y ahora,
con el informe de la Comisión de Verificación de Hechos del Consejo de Derechos
Humanos de la ONU se confirma la perpetración de prácticas consideradas
crímenes de lesa humanidad contra la población por parte de Maduro y su combo.
Denuncias similares se venían haciendo desde hace tiempo por Foro Penal y otras
ONG, y por la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, Michele
Bachelet.
Lo insólito y cruel es que tal tragedia ha sido urdida
deliberadamente por quienes ocupan el poder. Una cúpula militar enviciada y una
jerarquía política enferma han prohijado un entramado de complicidades con
bandas criminales y traficantes de todo tipo para conformar un régimen de
expoliación que está acabando con el país, ante la mirada alcahueta de un
tribunal supremo vendido. Bajo tutoría cubana, Maduro ha logrado aglutinar en
torno suyo a los personajes más perversos, lo peor de la sociedad, asociándolos
a este proceso de depredación. Su estructura de poder es propia de una
corporación criminal. Pero, sin tal entramado de complicidades no se explica su
permanencia frente al Estado.
Los atropellos que ha cometido y la violación abierta
de los procedimientos democráticos, ha suscitado el repudio de unos 60 países
al régimen, entre los cuales cabe mencionar los latinoamericanos que conforman
el Grupo de Lima, EE.UU., Canadá y la Unión Europea. Si bien ello se ha
reflejado en sanciones crecientes contra los perpetradores de los crímenes
cometidos contra Venezuela y su gente, la resistencia y/o confusión
–¿deliberada?– de algunos actores en esos países, como al frente de terceros,
ha logrado paliar otras, más severas, ofreciendo cierta salvaguarda al régimen
fascista. Esgrimen, con sinceridad discutible, su oposición a cualquier forma
de intervención en Venezuela, la necesidad de buscar una salida negociada, la
autodeterminación de los pueblos, la inviolabilidad de la soberanía y otros
alegatos “políticamente correctos”. En la medida en que se trata de argumentos,
en principio, loables –todo el mundo preferiría una salida pacífica, concertada
entre venezolanos– podemos designar a quienes los esgrimen, como los
“buenotes”. Pero en la medida en que sus acciones ofrecen respiro a las mafias
que depredan al país, se asocian objetivamente con ellos, como sus verdugos.
Sin duda hay quienes asumen estas posturas de buena
fe, convencidos de que es el único camino para superar esta tragedia. En el
otro extremo, asquean los que, haciéndose pasar por bien intencionados, se les
distingue el cinismo a leguas. Entre éstos pueden señalarse los de la operación
alacrán, ´diputados “formalmente” opositores, vendidos para usurpar la
directiva de la Asamblea Nacional, y personajes como José Luis Rodríguez
Zapatero, de quien no tengo dudas de estar en la nómina del fascismo madurista.
Todavía más allá, se asoman los enemigos de la democracia, quienes esconden su
afán de acabar con las libertades detrás de la bandera del antiimperialismo y
de la defensa de los pueblos oprimidos. Aquí encontramos satrapías como la
iraní y gobiernos autocráticos como el de Putin y Erdogán, sin mencionar los
despotismos dinásticos de Cuba y Corea del Norte. Pero estos últimos
contribuyen bastante poco a vender una imagen positiva de Maduro ante el mundo.
Son caimanes del mismo pozo, cómplices abiertos de la destrucción del país.
Difícilmente pueden pasar como “buenotes”.
Más preocupante es el vasto espectro intermedio, de
cuyas intenciones no siempre puede uno estar seguro, que inciden en la
conformación de la opinión pública, tanto nacional como internacional. Ello es
así porque sus alegatos invocan valores genéricos que tocan las fibras sensibles
de muchos. Los que no estén informados de la situación nacional pueden
fácilmente reprimir todo juicio crítico ante estas nociones. Muchos que se
consideran “progresistas” se dejan llevar por una retórica profusa en
simbolismos de izquierda para absolver atropellos que, sin duda, serían
condenados si proviniese de dictaduras de derecha. El neofascismo chavista está
muy consciente de ello. Alimenta un imaginario en el que es víctima del
imperialismo y de las sanciones internacionales impuestas a sus personeros. Por
más gastadas que estén estos clichés, es antipático aparecer convalidando
acciones del imperio contra una “revolución” de un país pequeño, que lucha “en
beneficio del pueblo”. La burbuja ideológica que se ha construido el
Chavo-madurismo proporciona una formidable defensa detrás de la cual
agazaparse, sustituyendo el mundo real por una ficción que convierte sus
crímenes en logros “revolucionarios”.
Un
ejemplo es la “ley constitucional” (¿?) Antibloqueo. Este esperpento jurídico,
salpicado con subtítulos altisonantes referidos al “pleno disfrute de los
derechos humanos del pueblo venezolano”, el “desarrollo armónico de la economía
nacional”, “la plena soberanía sobre todas sus riquezas y recursos naturales”,
la “recuperación del ahorro de los trabajadores y trabajadoras” o la “atención
prioritaria de planes, programas y proyectos sociales”, constituye, en
realidad, una patente de corso para que Maduro obvie el ordenamiento jurídico
que regula cualquier tipo de negocios, tanto a nivel nacional como
internacional, y alegue reserva y confidencialidad para no presentar cuentas.
Este libertinaje normativo, el extremo opuesto al régimen asfixiante que,
durante años, se quiso imponer como socialismo, no ofrece, como tampoco aquel,
garantía institucional alguna para el desarrollo de la iniciativa privada.
Favorece operaciones a discreción con los activos del estado, facilitando aún
más, la depredación de las riquezas minerales del país que, en buena parte,
terminan en los bolsillos de algún representante de las mafias.
¡Mayor cinismo en el enunciado de sus propósitos,
imposible! Mientras más aislado, más se atrinchera Maduro en su mundo de
embustes para continuar destruyendo al país. Se le estrecha la mente, como
revela la referencia al “bloqueo”, símbolo retórico del antiimperialismo cubano.
Contra toda lógica, en sus momentos más difíciles, los maduristas se vuelven
más fanáticos e intratables. Este blindaje contra la realidad es propio de todo
régimen fascista. Como muestra está el empeño de pasar la aplanadora de unas
“elecciones” parlamentarias fraudulentas al costo que sea, que nadie, salvo los
cómplices de la corporación criminal internacional que se ha apoderado de
Venezuela, van a reconocer.
Difícil objetar la búsqueda de una salida pacífica
negociada, aun cediendo posiciones a representantes de la mafia para que puedan
escapar. Lamentablemente, la oligarquía militar – civil ha rechazado, una y
otra vez, tales propuestas. Es su naturaleza. Es menester, por ende, lograr una
posición de fuerza que la haga ver que no tiene otra alternativa, que su salida
negociada es la única opción. Para ello debe neutralizarse las confusiones de
los “buenotes”. Es menester separar el grano de la paja y hacer aún mayores
esfuerzos por desnudar la impostura de los criminales que acaban con Venezuela.
En el pasado, los epígonos de Hitler y Mussolini
terminaron siendo reconocidos como lo que fueron: enemigos de la humanidad,
superadas las ilusiones que sembró en Munich el Primer Ministro Británico,
Chamberlain. Hoy toca situar a los Rodríguez Zapatero y demás cómplices como lo
que en verdad son, defensores del fascismo.
Humberto García Larralde
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