Trino Márquez 21 de octubre de 2020
@trinomarquezc
El triunfo de Luis Arce y el Movimiento al Socialismo
(MAS) en Bolivia muestra las fortalezas de esa opción y, sobre todo, las
enormes debilidades de los factores opositores que provocaron la salida de Evo
Morales, luego de pretender consumar el fraude en la primera vuelta de las
elecciones presidenciales de 2019. Esos líderes, movimientos y organizaciones
le hicieron pagar muy caro el abuso al caudillo. Primero, había desconocido los
resultados del referendo popular de 2016, cuando el pueblo boliviano le
prohibió presentase de nuevo como candidato en las siguientes elecciones
presidenciales. Luego, forzó al complaciente Tribunal Supremo Electoral para
que le concediese una victoria ilegítima en esa consulta, frente a Carlos Meza,
su más cercano competidor.
En apenas un año, la alternativa al ‘evismo’ y el
‘masismo’ se desplomó de forma estrepitosa. La amplia victoria de Arce, el
eterno ministro de Economía de Morales, mostró que el sentimiento de hastío
ante al abuso del autócrata, fue mal interpretado y peor usado por los
dirigentes a quienes les correspondía ser la opción, lo que significaba entrar
en sintonía con un país que posee 70% de indígenas quechuas y aymaras,
terriblemente golpeados por la pandemia del covid-19.
Jeanine Áñez, la presidente provisional, nunca
entendió su papel como timonel de la transición. Jamás comprendió que le tocaba
lidiar con una sociedad donde Evo Morales había visibilizado a los pobres y a
los indígenas. Los había empoderado económicamente. Había sacado a un buen lote
de ellos de la pobreza extrema. Tampoco asumió que le correspondía manejarse
con destreza frente a un Congreso controlado por el MAS y Morales. Su ceguera
la condujo a convertirse en la líder de una reacción rabiosamente ‘antimasista’
y ‘antievista’. Confundió a Morales con Maduro.
Actuó de forma obtusa, pensando que en una democracia
la anulación política del adversario significa su aniquilación. Se dedicó a
perseguir a dirigentes del MAS y a Morales y su entorno. Los victimizó. No hay
mejor manera de levantar la imagen de un ídolo caído, que criminalizarlo con
alegatos exagerados. Como esa desmesura no le bastó, pretendió ser candidata a
la primera magistratura. Violó una regla de oro de toda transición: quien la
conduce no puede aspirar a ser quien se arraigue en el poder en las elecciones
que se convoquen.
Su
insensatez contribuyó a avivar la división y contradicciones dentro de los
opositores. Se lanzaron varios candidatos con diversos discursos creyendo que,
como en Bolivia existe la posibilidad de la segunda vuelta, la primera podía
ser asumida como unas primarias. Medidas las fuerzas propias en esa primera
cita, a la segunda se iría con una fórmula unitaria. Se les olvidó que, a pesar
de que el candidato triunfador no obtenga 50% de los votos, si le saca una
ventaja de diez o más puntos porcentuales a su más inmediato oponente, obtiene
la victoria en la primera ronda.
En este error inexcusable hubo mucho de arrogancia,
subestimación de un adversario formidable como era Luis Arce y sobreestimación
del potencial propio. También se desvalorizaron los logros económicos y
sociales de Evo Morales. Se menospreció el ciclo de crecimiento y relativa
prosperidad que había impulsado. Estos datos no pasaron inadvertidos para los
electores. El ‘voto oculto’ y los ‘indecisos’ entre las franjas más humildes y
en capas de la clase media baja –de los cuales hablan ahora los analistas
bolivianos- estaban conformados por esa gente que vio suficientes méritos en el
tándem Morales-Arce.
Luis Arce fue ministro de Economía de Morales durante
casi todo el tiempo que el antiguo líder sindical estuvo al frente del
Gobierno. A él aparecen asociados los más importantes logros económicos y
sociales de Evo. El crecimiento de la inversión, el aumento del PIB, el control
de la inflación, la recuperación sostenida del ingreso de los trabajadores y de
las clases populares y, en general, el mejoramiento en la calidad de vida de
los ciudadanos, a partir de mediados de la década pasada, aparecen vinculados
con la gestión de Arce como ministro. ¿De dónde podía sacarse que actuaba como
marioneta o era el muñeco de Evo Morales, y que su presencia era más formal que
real? Adicionalmente, el MAS es el partido político más sólido que existe en
Bolivia. Los catorce años que gobernó Morales le sirvieron para engrasar la
maquinaria en todo el territorio boliviano. Es el único con una firme base
organizativa, con arraigo entre los pobres y con una discurso que los prioriza,
muchas veces de forma demagógica.
Carlos Meza ni siquiera logró mantener la votación que
había obtenido el año pasado. Y Luis Fernando Camacho, el líder de Santa Cruz,
no fue capaz de transformarse en candidato de alcance nacional. Quedó
circunscrito a su zona natural. La división entre ellos los sepultó a ambos.
Ahora comienza, de nuevo, el largo invierno de la
oposición democrática boliviana. Su miopía les va costar muy caro. Pasarán de
nuevo varios años antes de que vuelva a ser alternativa de poder.
Esperemos a ver qué pasa con Luis Arce y el MAS, que
vuelve a ser el partido hegemónico. Hasta ahora ha tomado distancia de Evo
Morales. Comienza un nuevo ciclo para Bolivia.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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