Por Fernando Mires
Los por muchos no
esperados resultados de las elecciones presidenciales dejan, independientemente
a favoritismos que apasionan tanto a bolivianos como a quienes desde lejos
siguen el interesante proceso político del andino país – un saldo positivo.
El país, un
año después de los acontecimientos que derivaron en las
movilizaciones sociales surgidas del segundo fraude llevado a cabo por Evo
Morales y Álvaro García Linera (el primero fue la violación del plebiscito de
2016 que negó la reelección presidencial) ha recuperado la senda política
mediante el único instrumento al que puede acceder el pueblo ciudadano: el
voto. En eso hay consenso unánime: los comicios fueron limpios, transparentes y
la participación electoral, aún pese a la pandemia, fue masiva.
El temprano
reconocimiento del triunfo de Luis Arce (52%) por la presidenta Janine Áñez y
las felicitaciones de Luis Almagro a Arce en nombre de la OEA, más la absoluta
imparcialidad del cuerpo militar, demuestran claramente que la solidez
democrática de Bolivia – gracias o pese a Evo Morales, sobre eso habría mucho
que discutir – ha alcanzado un grado superior a la de varios de sus vecinos
latinoamericanos.
¿Cuáles son las razones
que a primera vista explican el triunfo de Arce? Si partimos de la premisa de
que los éxitos políticos no siempre ocurren por méritos propios sino también
por errores cometidos en el campo adversario, podríamos deducir que la
principal razón del resultado electoral fue la imposibilidad de las dos
oposiciones para unirse en torno a una plataforma programática única.
En ese punto cabría
preguntarse si ese fue un error estratégico o simplemente obedece al hecho de
que esas dos oposiciones no solo son diferentes sino antagónicas entre sí. En
efecto, la contradicción política dominante en la mayoría de los países
latinoamericanos y, por supuesto, también en Bolivia, no es la que se da entre
una derecha unida y una izquierda unida, sino entre dos derechas y dos
izquierdas.
La imposibilidad de
formar un frente electoral, a sabiendas que si no lo hacían podían ser
descalificados en la primera vuelta, demostró que las diferencias entre los
contingentes de Luis Fernando Camacho (Creemos) y los de Carlos Mesa (Comunidad
Ciudadana) son superiores a las que ambos mantienen frente a las fuerzas del
MAS.
Por otra parte, tampoco
es un secreto que al interior del MAS hay una disputa entre dos izquierdas: una
ideológica, radical, étnicista y socialmente fundamentalista, y otra
pragmática, reformista, abierta a las demandas de nuevas clases medias
emergidas durante el mismo periodo de Evo Morales. En términos ultra simples,
se trataría de una contradicción ya congénita: la que se da entre una izquierda
bolchevique y una izquierda socialdemócrata.
¿A cuál de ambas
izquierdas pertenece Luis Arce? No lo sabemos todavía, aunque hay signos de
que, con algo de optimismo, podríase verse un poco inclinado hacia la segunda.
Las dos oposiciones no
solo no pudieron unirse, tampoco pudieron lograr formular un mensaje positivo,
un proyecto de país opuesto al de Evo Morales quien, mal que mal, pese a la
corrupción, al mal manejo de fondos públicos y a sus arbitrariedades, ofrece un
saldo numérico positivo. Las cifras hablan por sí solas. Durante el periodo
Morales el producto interno bruto aumentó de nueve mil a cuarenta mil millones
de dólares, y el ingreso per cápita logró ser triplicado: Un milagro económico
“a la boliviana”.
Evidentemente, Luis
Arce, en su calidad de ministro de economía de Evo, capitalizó los números en
términos políticos, sobre todo entre los sectores medios emergentes impulsados
por el proceso de modernización que ha tenido lugar durante la era Morales. La
oposición en cambio, no tenía nada, o muy poco que ofrecer. ¿Para qué
cambiar un modelo que hasta ahora había funcionado por otro que nadie sabe cómo
funcionará? Ese fue quizás un razonamiento colectivo que coadyuvó al triunfo de
Arce.
De Arce, no de Evo.
Vale la pena recalcarlo. Y no sólo por el hecho de que sin fraudes Arce obtuvo
una mayor votación que la de Evo con fraudes, sino porque demostró con su
pausada retórica y con sus concreta ofertas, poseer un perfil político propio y
distinto al presidente cocalero.
El segundo error de la
oposición, sobre todo en la derecha extrema, fue aún más grande: confundió al
evismo con el masismo. Sobre este segundo error cabe hacer algunas
precisiones.
A diferencia de otros
gobiernos llamados populistas, el de Evo no era tan personalista como a primera
vista parece. De hecho, el suyo era el gobierno del MAS. ¿Y qué es el MAS?
Más que un partido, un tejido social que se extiende hasta las raíces de la
nación, una articulación política que integra a sindicatos obreros, a
comunidades campesinas e indígenas y a sectores políticos-ideológicos de la
antigua izquierda. En cierto modo el MAS es la continuación moderna del MNR de
Paz Estenssoro y de Siles Zuazo. Sus equivalentes latinoamericanos del pasado,
son el aprismo peruano o el PRI mexicano. En fin, un movimiento social muy
organizado, extenso y profundo que ha contribuido, se quiera o no, a dar forma
política a la actual Bolivia.
En otras palabras, el
MAS no depende de un caudillo como por ejemplo el PSUV dependía de Chávez. O
para decirlo de modo algo placativo: Evo no puede existir sin el MAS, pero
el MAS puede existir sin Evo. El enemigo a combatir por ambas candidaturas era,
por lo tanto, el MAS, no Evo. Al MAS, sin embargo, no se podía combatir
sin lesionar las organización social del pueblo boliviano.
Tanto Áñez cuando fue
candidata, tanto Camacho y en menor medida Mesa, iniciaron una furiosa cruzada
en contra de Evo – su vida sexual fue el principal blanco de ataque – y en
contra de lo que ellos imaginaban era el evismo. Mientras, Arce movilizaba a
las bases del MAS y estas continuaban haciendo un trabajo político de topo,
hasta alcanzar a las comunidades más alejadas de las urbes, allí donde no hay
encuestas ni encuestadores. En esa errada campaña, la ultraderecha boliviana se
mostró tal cual es: caudillista, pendenciera, clasista, incluso racista y, por
si fuera poco, enarbolando una simbología religiosa correspondiente a la Bolivia
militarista y oligárquica del siglo XX.
Luis Fernando Camacho,
quizás sin darse cuenta, quebró toda posibilidad de unidad electoral opositora.
Su verbo agresivo, su fanatismo religioso, su regionalismo radical, sus peleas
contra otros caudillos como Marco Pumani, lo llevaron a ensanchar las de por sí
enormes diferencias que lo separaban de la candidatura de Mesa.
La impresión final,
dicho en síntesis, es que esa oposición, ni aún unida habría
dado garantías de gobernabilidad.
Así se explica por qué sectores
sociales que en el pasado nunca habían sido evistas ni masistas fueron
inclinándose poco a poco a favor de Luis Arce, un hombre no mesiánico pero,
comparado con Evo, sumamente sobrio.
¿Qué camino tomará Luis
Arce? ¿Se convertirá en la simple sombra de Evo? ¿Un personaje que repetirá el
rol jugado por Héctor José Campora en Argentina cuando candidateó en nombre de
Perón solo para facilitar el regreso triunfal del mitológico caudillo? (su lema
era, “Cámpora al gobierno y Perón al poder”) ¿O se desligará de Evo como hizo
Lenin Moreno con Rafael Correa en Ecuador? ¿O buscará una vía intermedia? Nadie
lo sabe.
Lo único seguro es que
Arce continuará la línea y el programa del MAS: socialmente inclusivo,
ideológicamente socialista, políticamente corporativista, económicamente
capitalista.
Desde el punto de vista
internacional, el triunfo de Arce no deja de tener cierta importancia. Como
todo presidente boliviano, reclamará a Chile una salida al mar (eso está
programado). Por otro lado, aumentará el espectro de los gobiernos de
“izquierda” en América Latina, pero esta vez sin el furor del fenecido
socialismo del siglo XXI iniciado una vez por Chávez. Lo más probable es que no
reconocerá al “gobierno” de Guaidó en Venezuela lo que en sí no tiene ninguna
importancia pues ese “gobierno” nunca ha existido. Pero siguiendo la ruta de su
colega argentino Alberto Fernández y, a diferencias de Evo, tampoco cerrará muy
estrechas filas alrededor del impresentable Maduro. Y no olvidemos, si Biden y
no Trump llega a asumir el gobierno en los EE UU, Arce deberá suavizar un tanto
la retórica antimperialista de la cual profitaba Evo gracias a Trump.
Más de lo dicho no
podemos adelantar por el momento. Sería temerario. El futuro es siempre una
puerta abierta hacia la oscuridad.
21-10-20
https://talcualdigital.com/el-pueblo-boliviano-decidio-por-fernando-mires/
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