San Josemaría 24 de octubre de 2020
@sJosemaria
“Et
in meditatione mea exardescit ignis” –Y, en mi meditación, se enciende el
fuego. –A eso vas a la oración: a hacerte una hoguera, lumbre viva, que dé
calor y luz. Por eso cuando no sepas ir adelante, cuando sientas que te apagas,
si no puedes echar en el fuego troncos olorosos, echa las ramas y la hojarasca
de pequeñas oraciones vocales, de jaculatorias, que sigan alimentando la
hoguera. –Y habrás aprovechado el tiempo. (Camino, 92)
Cuando se quiere de verdad desahogar el corazón, si somos
francos y sencillos, buscaremos el consejo de las personas que nos aman, que
nos entienden: se charla con el padre, con la madre, con la mujer, con el
marido, con el hermano, con el amigo. Esto es ya diálogo, aunque con frecuencia
no se desee tanto oír como explayarse, contar lo que nos ocurre. Empecemos a
conducirnos así con Dios, seguros de que El nos escucha y nos responde; y le
atenderemos y abriremos nuestra conciencia a una conversación humilde, para
referirle confiadamente todo lo que palpita en nuestra cabeza y en nuestro
corazón: alegrías, tristezas, esperanzas, sinsabores, éxitos, fracasos, y hasta
los detalles más pequeños de nuestra jornada. Porque habremos comprobado que
todo lo nuestro interesa a nuestro Padre Celestial.
Así, casi sin enterarnos, avanzaremos con pisadas
divinas, recias y vigorosas, en las que se saborea el íntimo convencimiento de
que junto al Señor también son gustosos el dolor, la abnegación, los
sufrimientos. ¡Qué fortaleza, para un hijo de Dios, saberse tan cerca de su Padre!
Por eso, suceda lo que suceda, estoy firme, seguro contigo, Señor y Padre mío,
que eres la roca y la fortaleza. (Amigos de Dios, nn. 245-246)
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/dailytext/el-nos-escucha-y-nos-responde/
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