Por Hugo Prieto
Las líneas que siguen
abajo recogen la visión de Manuel Llorens* sobre la diáspora y sobre lo
que califica, absolutamente, como el fracaso colectivo que estamos viviendo
como sociedad.
Tenemos que hacer un
registro de las claves que nos llevaron a este horror, no para quedarnos en la
melancolía, paralizados, además, en lo irrecuperable, en lo irreparable, sino
para que podamos ver, en medio de la oscuridad, las cosas que todavía
funcionan, las experiencias valiosas, que, a pesar de las dificultades,
movilizan a una sociedad civil que quiere un destino distinto al oprobio y la
miseria. Allí, en esa lucha desigual, en los márgenes del conflicto político,
es donde podemos encontrar el camino para reconstruir a Venezuela
¿Cuándo tomó la
decisión de huir del país? Aclaro que la palabra huir no la estoy empleando
como acusación o señalamiento crítico, sino como la certeza de que esta
durísima realidad amenaza nuestras vidas. ¿Cómo fue en su caso?
Se combinaron varias
cosas. Uno, mi esposa y yo queríamos ver qué posibilidades de crecimiento
profesional podíamos tener en otro lado, pensando —como mucha gente— que
podíamos tomarnos un tiempo sin el agobio de lo que estaba pasando en el país.
Nosotros (en 2017) vivíamos muy cerca de uno de los lugares donde se
concentraban las protestas. Realmente fueron meses muy duros. Para llevar a los
niños al colegio teníamos que atravesar zonas de combate. En la tarde nos
teníamos que esconder cuando caían las bombas lacrimógenas. Hubo noches de
allanamientos a edificios y de mucha angustia. En la calle de mi edificio
asesinaron a varios jóvenes. Dos, yo siempre he trabajado como psicólogo en el
fútbol, tanto en la selección de mayores como en la juvenil de Venezuela. César
Farías estaba acá en Bolivia, con uno de los equipos profesionales de mayor
tradición. Me invitó a trabajar con el equipo. Así que tomamos la decisión de
aprovechar esa oportunidad.
Son decisiones que
marcan un antes y un después. ¿No fue Pizarrro el que quemó las naves? Pero esa
decisión crea desafíos y expectativas. ¿Cómo manejó esa circunstancia?
En mi caso, y supongo
que en muchos otros, es y ha sido un proceso en el cual no teníamos la
seguridad de que Bolivia sería el lugar definitivo de residencia o si
deberíamos regresar o no a Venezuela en el corto plazo. Han transcurrido tres
años y esa sensación sigue siendo, básicamente, la misma. La Paz es una ciudad
verdaderamente tranquila. Me gusta mucho y hemos conseguido cosas buenas aquí.
En psicología se habla del síndrome de Ulises, refiriéndose un poco a la
experiencia de emigrar y a los síntomas que pudiera tener la gente. No es
exactamente una depresión, ni tampoco un cuadro de ansiedad. Pero sí pasas por
elementos depresivos y de ansiedad. Es interesante la imagen de Ulises, en el
sentido de que él sale y luego de 10 años regresa. Aunque en una discusión
reciente, le escuché decir a una psicoanalista argentina que quizás la imagen
no es la de Ulises sino la de Moisés, quien pasa 40 años errando en el desierto
para llegar a un lugar distinto. Creo que los venezolanos —y en mi caso es así—
no sabemos si estamos errando en el desierto para llegar a otro lugar o si
estamos haciendo una travesía para luego regresar. No lo sé, no lo tengo
definido. Quisiera pensar, en algún momento, en regresar y poner mis
habilidades en función del país. De alguna manera lo he hecho con proyectos a
largo plazo y en línea. Pero ha cambiado la ruta que teníamos y la sensación
que queda es que estás un poco en el aire.
Diría que es una
incertidumbre existencial. ¿Qué manifestaciones ha visto de esa circunstancia?
Son muy distintas las
experiencias de migración, dependiendo del respaldo o de las cosas materiales
que te ayudan a sostenerte. Yo vine con un trabajo. Pero conocemos a muchos
migrantes venezolanos que están llegando sin papeles, sin trabajo, sin dinero.
Son circunstancias más dramáticas y las incertidumbres, seguramente, son más
inmediatas. Pero estoy de acuerdo con que una parte de esa incertidumbre es
existencial. En el sentido de que tiene que ver con ¿quién soy yo en esta nueva
circunstancia? Y más cuando vienes de la pérdida de familiares muy cercanos. La
sensación de que no tengo a mis referentes principales. Eso para no hablar de
los amigos más cercanos, con quienes mantengo el contacto (vía Internet), pero
no es lo mismo. Se ha desdibujado el marco que me hacía ver ¿quién era yo? Y
qué cosas disfrutaba o que quisiera compartir con personas cercanas.
Tenemos una visión
funeraria de la muerte, pero la muerte también ocurre en los afectos, en las
emociones y, por supuesto, en las ideas. ¿Qué relación hay entre la muerte,
entendida en un sentido más amplio, y el exilio?
Lo que une ambas cosas,
lo que realmente hay ahí, con seguridad, es pérdida. Lo que implica la muerte
es una pérdida. Pero en el exilio hay muchas otras pérdidas que son quizás
muertes simbólicas. Son pérdidas de referentes, de lugares, de historias
compartidas, de nociones culturales. En psicología hay un concepto que se ha
venido trabajando desde los años 70, las llamadas pérdidas ambiguas: el
desaparecido en acción, y esto produce en los familiares un duelo muy
complicado. Porque de una manera están, pero de otra no. Una experiencia
similar viven las familias a quienes les han secuestrado a un ser querido. En
el exilio se viven cosas que no sabemos si van a seguir estando en nuestras
vidas. O están a distancia. Pero nunca como pudieron estarlo en el pasado. Esas
experiencias de pérdidas tienen que ver con procesos de duelo. No estoy
hablando del duelo que uno vive cuando pierde a un padre o a un hermano, en el
que vas a un funeral, lo lloras o conversas con los demás sobre esa persona.
No, para los emigrados son pérdidas ambiguas, entre otras cosas, porque no
sabemos exactamente dónde colocar esas cosas que extrañamos y que vivimos.
La diáspora venezolana
literalmente es una estampida. Ese hecho es distintivo. Se trata de una
experiencia eminentemente colectiva, que se sobrepone a cualquier decisión
individual. De alguna manera son cosas que se entrelazan. ¿Qué se crea
alrededor de este fenómeno?
Eso hace, como
venezolanos, que llevemos un registro de todos los compatriotas que
simultáneamente están huyendo del país. Es muy palpable el sufrimiento de la
gente y la dimensión del problema. Actualmente, hay una presencia muy
significativa de venezolanos en La Paz y no la había hace tres años. Realmente
es dramático. Creo que se están creando lazos de solidaridad y redes para
apoyarnos mutuamente. Sé de gente que está trabando en eso. Eso crea
consciencia de comunidad. El exilio ayuda a vivir circunstancias compartidas.
De reencuentro y empatía. Ojalá esos lazos y esos proyectos de atención los
podamos ir consolidando. En psicología estamos trabajando en esa área.
Nos tocó vivir lo que
otros países vivieron en las décadas de 1970 y 1980: dictadura, empobrecimiento
generalizado, destrucción institucional y caos social. Es difícil dar una razón
que explique esta tragedia. ¿Qué es lo primero que le viene a la mente cuando
surgen esas interrogantes?
No podría contestar a
esa pregunta en una conversación casual. Pero lo que sí me hace pensar es que
nosotros tenemos que ir dando explicación al fracaso —de dimensiones
inimaginables— que hemos tenido como país. Más allá de la dimensión trágica de
lo que ha significado toda la situación política, en algún momento tenemos que
examinar, como un fracaso colectivo, lo que hemos vivido en estos 20 años. Creo
que sólo entonces nos podemos plantear: ¿cómo hacemos para recoger los vidrios
rotos y empezar a reconstruir algo de manera más realista y sensata? Los que
están aferrados al poder no se han querido enterar de su fracaso. De ahí que no
se propongan, de manera realista, reconstruir el país.
Fotografía de Roberto Mata | RMTF
¿Cuáles serían las
claves de ese fracaso colectivo?
Diría, de manera
concisa, que una de ellas es el militarismo. La dimensión militar, la entrada
del mundo militar en el mundo político, las lógicas militaristas con que se
gerenciaron empresas y los programas de salud. Ése es uno de los elementos más
graves a partir del cual se fue desmontando el país. Creo que tenemos que
seguir ordenando la explicación para poder pensar en cómo es que vamos a
encarar el futuro.
La clave sería enmarcar
la noción del fracaso en la dimensión social. Y la pregunta es: ¿puede la
sociedad venezolana procesar y asimilar el fracaso?
Una de las cosas con
las que me conecto de manera continua es con la gente que sigue haciendo una
cantidad de cosas que son admirables y de buena calidad, a pesar de las
circunstancias. Ahí trato de colaborar en lo posible. La reinvención del
periodismo en circunstancias muy difíciles es admirable, así como las
iniciativas en el campo cultural, lo que se ha hecho con algunos eventos
nocturnos. En la diáspora se están construyendo redes. Lo que quiero decir es
que hay una sociedad civil que se sigue moviendo y apostándole a proyectos en
condiciones muy precarias. Allí es donde está la posibilidad de reconstruir el
país. Ésa es una realidad que no podemos perder de vista, porque ahí están las
respuestas a mediano plazo.
No me ha respondido la
pregunta. Debo insistir. Si la sociedad venezolana no se entera de que esto es
un fracaso colectivo, ¿cómo podemos superar esta crisis?
Yo sí creo que hay que
hacer un registro del fracaso y poder identificar los elementos que nos han
llevado a desmontar las instituciones, a desmontar la posibilidad de
convivencia, a desmontar experiencia que apuntaban al fortalecimiento del país.
Y ahí, repito, el militarismo es un factor clave de esta debacle, entre otras
cosas, porque introdujo lógicas gerenciales que desmontaron empresas e
instituciones, lógicas que colaboraron a que la convivencia fuese mucho más
conflictiva. Se montaron sobre la idea de polarizar para ganar en el terreno político.
Son cosas que tenemos que erradicar de nuestra vida civil. Entonces sí, hay que
entender las claves del fracaso para comenzar a ver soluciones. Pero el
registro del fracaso, que es doloroso, no significa que uno se quede en la
melancolía. Una posibilidad es el duelo melancólico, en el cual me quedo
atrapado en el dolor y en la conciencia de lo irreparable, de lo irrecuperable.
La otra posibilidad es tener conciencia del fracaso y poder identificar las
cosas que pueden seguir funcionando. Necesitamos de las dos cosas. De lo que se
trata es que en medio de la oscuridad, también podamos ver cosas luminosas,
porque las hay.
No hay rendición de
cuenta ni mayor preocupación en el mundo militar por temas como la ecología o
incluso la seguridad. Pero han tenido una responsabilidad gravísima en todo
esto. ¿No deberían llamarse a escrutinio, a una reflexión profunda?
Absolutamente. Aunque
quiero hacer una acotación: cuando hablo de militarismo no sólo me refiero al
aparato militar sino a los elementos dentro de la cultura política que nos
estimulan a pensar que la solución está dentro de las lógicas militares. Es
decir, dentro de lógicas jerárquicas, de la imposición de fuerza, de la
obediencia y sumisión. Todo eso contribuye al militarismo, además del ejercicio
del poder de facto. Hay una tarea en el mundo civil: señalar cómo esas lógicas
colaboraron a darle espacio a lo militar, cómo se modificaron leyes, cómo se
infiltraron instituciones, por ejemplo, y eso ni se señaló ni se cuestionó
demasiado durante mucho tiempo. Estoy de acuerdo. No pareciera que el mundo
militar sea actualmente muy reflexivo y haga el registro de su propio fracaso.
Se invoca a los
militares para que «se coloquen del lado correcto de la historia». Pero aquí
hay un dato muy preciso: alrededor del 25 por ciento de los homicidios que se
cometen en Venezuela son atribuidos a las fuerzas de seguridad.
La militarización de la
seguridad —cada vez más acentuada— es quizás el ejemplo más claro del fracaso
de la entrada de lo militar en la sociedad. Ciertamente, como dices, se ha
hecho con insistencia esa invocación a los militares para que reflexionen.
Evidentemente, ese llamado fracasó. Quizás por eso esa insistencia se ha tenido
mucha timidez en señalar la responsabilidad que tienen los militares en el
fracaso colectivo que hemos tenido como país. Desde el lado civil, creo que
tenemos que hablar claro y decirle al sector militar que han fracasado y han
llevado al país a una situación de ruina. Hacer el registro, por lo menos para
que se vea que hay una sociedad que le hace cargos.
La diáspora venezolana
se nutre mayormente de personas que no podían sobrevivir en Venezuela. Son
víctimas que no tienen visibilidad, quizás porque no fueron partícipes
decisivos de la crisis política o porque no fueron represaliados. ¿Puede haber
algún tipo de reparación para los migrantes venezolanos?
Actualmente, hay un
gran debate para que se amplíe la definición de refugio. Si bien yo puedo estar
saliendo por razones económicas, lo hago porque mi comunidad fue devastada por
la crisis política. No son migrantes que están buscando una mejor oportunidad.
No, yo estoy saliendo del país porque no me queda más remedio. De aquí no sólo
salieron las personas que fueron torturadas o las que salieron porque el FAES y
otros grupos armados han dejado comunidades enteras devastadas. Aquí hay un
desplazamiento interno que pudiera ser tan grande como la misma migración. En
los valles del Tuy, por ejemplo, hay gente que ha tenido que abandonar todo un
poblado por la situación de violencia. Todo eso tiene que ser recogido en los
proceso de reparación cuando se comience a procesar ese tema. Quizás nos
tengamos que mirar, como un ejemplo, en la Ley de Reparación de Víctimas del
conflicto colombiano.
Realmente, después del
fracaso que hemos vivido y de la complejidad que vamos a enfrentar, ¿cree que
Venezuela tiene viabilidad como país?
Te contesto desde lo
que me da un poco de orden y de piso en medio de toda esta circunstancia. A mí
me sigue la historia familiar y, en particular, la de mis abuelos paternos, que
fueron refugiados de la guerra civil española. Mi abuelo era catalán, filósofo
y profesor universitario. Le toca enfrentar el franquismo y tener que salir
huyendo de España. Vivió un año en Francia, pasando hambre. Finalmente llega a
Venezuela y aquí tiene que reinventarse, se convierte en administrador de
cines. Una de las cosas que hacía era escribir en catalán. Algo que a nosotros
nos parecía una excentricidad. En esos años, hablar catalán en las calles
estaba prohibido. Era como escribir unos libros que nadie leía. Felizmente pudo
ver la caída del franquismo, regresar a su pueblo y retomar algo de lo que
había sido su pasado. Después de que el abuelo fallece (finales de la década de
1980), nos contactan desde Cataluña varios historiadores que tenían años
estudiando su obra. Nos dicen que sus libros habían sido muy importantes,
porque contribuyeron a mantener vivo el catalán durante los años de la
prohibición. Lo que quiero decir con esto es que cada uno tiene que hacer su
trabajo, dedicarse a su tarea y a su convicción. Cada uno tiene que seguir
construyendo el país que imagina. Ya veremos cómo caen las cartas. Yo creo que
este horror, este fracaso, va a terminar implosionando. No lo puedo saber. Pero
tenemos que seguir construyendo lo que el país sembró en nosotros.
♦
*Psicólogo clínico y
comunitario. Profesor investigador de la UCAB. Escritor. Su más reciente
publicación se titula: Dicen que están matando gente en Venezuela, en
coautoría con Verónica Zubillaga.
18-10-20
https://prodavinci.com/manuel-llorens-en-el-exilio-hay-muchas-muertes-simbolicas/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico