Francisco Fernández-Carvajal 01 de octubre de 2020
@hablarcondios
— El Purgatorio, lugar de purificación y antesala del
Cielo.
— Podemos ayudar mucho y de muchas maneras a las almas
del Purgatorio. Los sufragios.
— Nuestra propia purificación en esta vida. Desear ir
al Cielo sin pasar por el Purgatorio.
I. En este mes de
noviembre la Iglesia nos invita con más insistencia a rezar y a ofrecer
sufragios por los fieles difuntos del Purgatorio. Con estos hermanos nuestros,
que «también han sido partícipes de la fragilidad propia de todo ser humano,
sentimos el deber que es a la vez una necesidad del corazón de ofrecerles la
ayuda afectuosa de nuestra oración, a fin de que cualquier eventual residuo de
debilidad humana, que todavía pudiera retrasar su encuentro feliz con Dios, sea
definitivamente borrado»1.
En el Cielo no puede entrar nada manchado, ni
quien obre abominación y mentira, sino solo los escritos en el libro de la vida2.
El alma afeada por faltas y pecados veniales no puede entrar en la morada de
Dios: para llegar a la eterna bienaventuranza es preciso estar limpio de toda
culpa. El Cielo no tiene puertas escribe Santa Catalina de Génova, y cualquiera
que desee entrar puede hacerlo, porque Dios es todo misericordia y permanece
con los brazos abiertos para admitirlos en su gloria. Pero tan puro es el ser
de Dios que si un alma advierte en sí el menor rastro de imperfección, y al
mismo tiempo ve que el Purgatorio ha sido ordenado para borrar tales manchas,
se introduce en él y considera una gran merced que se le permita limpiarlas de
esta forma. El mayor sufrimiento de esas almas es el de haber pecado contra la
bondad divina y el no haber purificado el alma en esta vida3.
El Purgatorio no es un infierno menor, sino la antesala del Cielo, donde el
alma se limpia y esclarece.
Y si no se ha expiado en la tierra, es mucho lo que el
alma ha de limpiar allí: pecados veniales, que tanto retrasan la unión con
Dios; faltas de amor y de delicadeza con el Señor; también la inclinación al
pecado, adquirida en la primera caída y aumentada por nuestros pecados
personales... Además, todos los pecados y faltas ya perdonados en la Confesión
dejan en el alma una deuda insatisfecha, un equilibrio roto, que exige ser
reparado en esta vida o en la otra. Y es posible que las disposiciones de los
pecados ya perdonados sigan enraizadas en el alma a la hora de la muerte, si no
fueron eliminadas por una purificación constante y generosa en esta vida. Al
morir, el alma las percibe con absoluta claridad, y tendrá, por el deseo de
estar con Dios, un anhelo inmenso de librarse de estas malas disposiciones. El
Purgatorio se presenta en ese instante como la oportunidad única para
conseguirlo.
En este lugar de purificación, el alma experimenta un
dolor y sufrimiento intensísimos: un fuego «más doloroso que cualquier cosa que
un hombre pueda padecer en esta vida»4.
Pero también existe mucha alegría, porque sabe que, en definitiva, ha ganado la
batalla y le espera, más o menos pronto, el encuentro con Dios.
El alma que ha de ir al Purgatorio es semejante a un
aventurero al borde del desierto. El sol quema, el calor es sofocante, dispone
de poca agua; divisa a lo lejos, más allá del gran desierto que se interpone,
la montaña en que se encuentra su tesoro, la montaña en la que soplan brisas
frescas y en la que podrá descansar eternamente. Y se pone en marcha, dispuesto
a recorrer a pie aquella larga distancia, en la que el calor asfixiante le hace
caer una y otra vez.
La diferencia entre ambos está en que aquella, a
diferencia del aventurero, sabe con toda seguridad que llegará a la montaña que
le espera en la lejanía: por sofocantes que sean, el sol y la arena no podrán
separarla de Dios5.
Nosotros aquí en la tierra podemos ayudar mucho a estas
almas a pasar más deprisa ese largo desierto que las separa de Dios. Y también,
mediante la expiación de nuestras faltas y pecados, haremos más corto nuestro
paso por aquel lugar de purificación. Si, con la ayuda de la gracia, somos
generosos en la práctica de la penitencia, en el ofrecimiento del dolor y en el
amor al sacramento del Perdón, podemos ir directamente al Cielo. Eso hicieron
los santos. Y ellos nos invitan a imitarlos.
II. Podemos ayudar
mucho y de distintas maneras a las almas que se preparan para entrar en el
Cielo y permanecen aún en el Purgatorio, en medio de indecibles penas y
sufrimientos. Sabemos que «la unión de los viadores con los hermanos que
durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe, antes bien...,
se robustece con la comunicación de bienes espirituales»6.
¡Estemos ahora más unidos a los que nos han precedido!
La Segunda lectura de la Misa nos
recuerda que Judas Macabeo, habiendo hecho una colecta, envió mil dracmas de
plata a Jerusalén, para que se ofreciese un sacrificio por los pecados de los
que habían muerto en la batalla, porque consideraba que a los que han
muerto después de una vida piadosa les estaba reservada una gracia grande.
Y añade el autor sagrado: es, pues, muy santo y saludable rogar por los
difuntos, para que se vean libres de sus pecados7.
Desde siempre la Iglesia ofreció sufragios y oraciones por los fieles difuntos.
San Isidoro de Sevilla afirmaba ya en su tiempo que ofrecer sacrificios y
oraciones por el descanso de los difuntos era una costumbre observada en toda
la Iglesia. Por eso asegura el Santo, se piensa que se trata de una costumbre
enseñada por los mismos Apóstoles8.
La Santa Misa, que tiene un valor infinito, es lo más
importante que tenemos para ofrecer por las almas del Purgatorio9.
También podemos ofrecer por ellas las indulgencias que ganamos en la tierra10;
nuestras oraciones, de modo especial el Santo Rosario; el trabajo, el dolor,
las contrariedades, etc. Estos sufragios son la mejor manera de manifestar
nuestro amor a los que nos han precedido y esperan su encuentro con Dios; de
modo particular hemos de orar por nuestros parientes y amigos. Nuestros padres
ocuparán siempre un lugar de honor en estas oraciones. Ellos también nos ayudan
mucho en ese intercambio de bienes espirituales de la Comunión de los Santos.
«Las ánimas benditas del purgatorio. Por caridad, por justicia, y por un
egoísmo disculpable ¡pueden tanto delante de Dios! tenlas muy en cuenta en tus
sacrificios y en tu oración.
»Ojalá, cuando las nombres, puedas decir: “Mis buenas
amigas las almas del purgatorio...”»11.
III.
Esforcémonos por hacer penitencia en esta vida, nos anima Santa Teresa: «¡Qué
dulce será la muerte de quien de todos sus pecados la tiene hecha, y no ha de
ir al Purgatorio!»12.
Las almas del Purgatorio, mientras se purifican, no
adquieren mérito alguno. Su tarea es mucho más áspera, más difícil y dolorosa
que cualquier otra que exista en la tierra: están sufriendo todos los horrores
del hombre que muere en el desierto... y, sin embargo, esto no las hace crecer
en caridad, como hubiera sucedido en la tierra aceptando el dolor por amor a
Dios. Pero en el Purgatorio no hay rebeldía: aunque tuvieran que permanecer en
él hasta el final de los tiempos se quedarían de buen grado, tal es su deseo de
purificación.
Nosotros, además de aliviarlas y de acortarles el
tiempo de su purificación, sí que podemos merecer y, por tanto, purificar con
más prontitud y eficacia nuestras propias tendencias desordenadas.
El dolor, la enfermedad, el sufrimiento, son una
gracia extraordinaria del Señor para reparar nuestras faltas y pecados. Nuestro
paso por la tierra, mientras esperamos contemplar a Dios, debería ser un tiempo
de purificación. Con la penitencia el alma se rejuvenece y se dispone para la
Vida. «No lo olvidéis nunca: después de la muerte, os recibirá el Amor. Y en el
amor de Dios encontraréis, además, todos los amores limpios que habéis tenido
en la tierra. El Señor ha dispuesto que pasemos esta breve jornada de nuestra
existencia trabajando y, como su Unigénito, haciendo el bien (Hech 10,
38). Entretanto, hemos de estar alerta, a la escucha de aquellas llamadas que
San Ignacio de Antioquía notaba en su alma, al acercarse la hora del
martirio: ven al Padre (S. Ignacio de Antioquía, Epistola
ad Romanos, 7: PG 5, 694), ven hacia tu Padre, que te espera ansioso»13.
¡Qué bueno y grande es el deseo de llegar al Cielo sin
pasar por el Purgatorio! Pero ha de ser un deseo eficaz que nos lleve a
purificar nuestra vida, con la ayuda de la gracia. Nuestra Madre, que es Refugio
de los pecadores nuestro refugio, nos obtendrá las gracias necesarias
si de verdad nos determinamos a convertir nuestra vida en un spatium
verae paenitentiae, un tiempo de reparación por tantas cosas malas e
inútiles.
*Después de la muerte no se rompen los lazos con
quienes fueron nuestros compañeros de camino. Hoy dedicamos nuestras oraciones
a todos aquellos que aún están purificándose en el Purgatorio de las huellas
que dejaron en su alma los pecados. Hoy los sacerdotes pueden celebrar tres
veces la Santa Misa en sufragio por quienes ya nos precedieron. Los fieles
pueden ganar indulgencias y aplicarlas también por los difuntos.
1 Juan
Pablo II, En el cementerio de la Almudena, Madrid
2-XI-1982. —
2 Cfr. Apoc 21,
27. —
3 Cfr. Santa
Catalina de Génova, Tratado del Purgatorio, 12. —
4 San
Agustín, Comentario a los Salmos, 37, 3. —
5 Cfr. W.
Macken, El purgatorio, en revista Palabra,
n. 244. —
6 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 49. —
7 Misal
Romano, Lectura de la 2.ª Misa del día de los difuntos; 2 Mac 12,
43-44. —
8 Cfr. San
Isidoro de Sevilla, Sobre los oficios eclesiásticos, 1.
—
9 Cfr. Conc.
de Trento, Sesión 25. —
10 Cfr. Pablo
VI, Const. Apost. Sacrarum indulgentiarum recognitio,
1-I-1967, 5. —
11 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 571. —
12 Santa
Teresa, Camino de perfección, 40, 9. —
13 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 221.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico