Por Simón García
La historia proporciona
muchos ejemplos de dirigentes que se han sobrepuesto a sus derrotas. Primero la
reconocieron y averiguaron sus causas, porque la derrota engaña a quienes la
padecen. Sin examen crítico, sin la reflexión que interrogue sobre el rumbo, se
propagará el convencimiento ilusorio de estar predestinados al éxito sólo
porque la causa es justa.
En situaciones de
sub-polarización interna, aquella que se dirige no a debilitar el poder
dominante sino al polo que se le opone, los efectos catastróficos de una
derrota suelen iniciarse con una reyerta por el control del liderazgo y los
recursos. La descalificación de dirigentes y el pase de reclamos
silenciosamente guardados, degrada las relaciones internas y acentúa la
sustitución de objetivos, como el de unirse a las necesidades de la gente, por
el de ser mayoría en la oposición organizada. O lo que comienza a quedar de
ella, después de los intentos de amurallar la estrategia sin ruta viable o
reducir el viraje a que no retoñe el pescuezo de unos determinados dirigentes.
Ha sido una cultura, un modo
de pensar y hacer, lo que ha abierto la inocultable distancia entre deseos y
logros. La mayoría de la dirección opositora sustituyó la estrategia
democrática por otra basada en la relativización de la Constitución Nacional,
la imposición vanguardista, el empleo de medios violentos, la criminalización
de sectores opositores por cálculos políticos, el ataque indiferenciado al
poder dominante o el predominio de una hegemonía excluyente empeñada en avanzar
con los menores aliados posibles.
El abandono de la cultura
democrática por la mayoría de la oposición, se ha expresado al menos, en seis
aspectos:
1) La facilidad con la que
ideas y prácticas autoritarias son absorbidas en sus círculos dirigentes.
2) La opacidad, el
secretismo y la no rendición de cuentas sobre su desempeño.
3) La desvinculación con importantes
élites sociales y regionales. Pretensión de instrumentalizar a los demás.
4) La búsqueda del lance
como solución instantánea y violenta del conflicto de poder. Subestimación de
la organización y la movilización social.
5) Combatir desde afuera de
las instituciones, organizaciones y programas que estructura el régimen
autocrático.
6) La resistencia al diálogo
y acuerdos con actores del campo dominante.
7) Descalificación del voto
y continuo rechazo a participar en elecciones con las restricciones que siempre
impondrá el ejercicio autoritario del poder.
Las dos coaliciones
extremistas que desde la oposición pugnan por destrozarse y encarnar una visión
del Departamento de Estado, que no conviene ni a los EUU ni a América Latina,
no podrán ignorar la realidad que los refuta. En su propósito de acelerar la
caída del régimen, dejan en punto ciego lo que ocurriría el día después de la
invasión de fuerzas extranjeras. No resguardan la estabilidad e
irreversibilidad de una transición a la democracia que necesita unificar al
país para no dejar en manos; solidarias, pero ajenas, una reconstrucción de
Venezuela que debe ser dirigida por venezolanos.
Mientras tanto, no aparece
el liderazgo que trace con claridad una ruta alternativa. Los dirigentes que
pueden hacerlo exageran la prudencia. Retardan su giro con cualquier pretexto.
Dudan en encabezar las rectificaciones que exige el lento aniquilamiento de la
vida y del país.
¿Vamos a esperar a que
Maduro no esté en el poder para ser demócratas? ¿Vamos a volver a legitimar al
régimen, como ocurrió el 2005, optando por la abstención como plan del
gobierno? No es de extrañar que la voluntad de cambio de la sociedad, esté
formando en los subterráneos de la libertad, actores que puedan abrir nuevos
caminos.
Es hora de sembrar para
recoger la cosecha mañana. No hay que esperar las elecciones norteamericanas ni
al 2021. Hay que hacer hoy lo que nos corresponde y persistir en ayudar a que
emerja esa arma imbatible en manos de cada ciudadano: la democracia.
01-11-20
https://talcualdigital.com/sembrar-la-democracia-por-simon-garcia/
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