Francisco Fernández-Carvajal 06 de julio de 2021
@hablarcondios
—
José, hijo de Jacob, figura de San José, Esposo virginal de María.
—
Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal y sobre cada uno de nosotros.
Acudir a él en las necesidades.
— Ite
ad Ioseph... Id a José.
I.
Muchos cristianos a lo largo de los siglos, conscientes de la misión
excepcional de San José en la vida de Jesús y de María, han buscado en la
historia del pueblo hebreo hechos e imágenes que prefiguran al esposo virginal
de María, pues el Antiguo Testamento anuncia al Nuevo. Numerosos Padres de la
Iglesia han visto un anuncio profético en el personaje del mismo nombre, hijo
del Patriarca Jacob. El Papa Pío IX, al proclamar a San José patrono de la
Iglesia universal, recogía estos testimonios antiguos. También la Liturgia
muestra este mismo paralelismo. No solo tenían el mismo nombre, sino que
también es posible encontrar en ellos virtudes y actitudes, en una vida
entretejida de pruebas y alegrías, de grandes coincidencias.
José,
hijo de Jacob, y el esposo virginal de María, por una serie de circunstancias
providenciales, fueron a Egipto: el primero, perseguido por sus hermanos y
entregado por envidia que prefigura la traición que se habría de cometer con
Cristo; el segundo, huyendo de Herodes para salvar a Aquel que traía la
salvación al mundo1.
José,
hijo de Jacob, recibió de Dios el don de interpretar los sueños del faraón,
siendo advertido así de lo que sucedería más tarde. El nuevo José recibió
también en sueños los mensajes de Dios. A aquel –señala San Bernardo– le fue
dada la inteligencia de los misterios de los sueños; este mereció conocer y
participar de los misterios soberanos2.
Parece
como si los sueños del primero, aunque verificados en su persona, hubieran
tenido su plena realización en el segundo. Tuvo también José un sueño
que contó a sus hermanos... Díjoles... Estábamos nosotros en el campo atando
gavillas y vi que se levantaba mi gavilla y se tenía de pie, y las vuestras la
rodeaban y se inclinaban ante la mía, adorándola... Tuvo José otro sueño, que
contó también a sus hermanos, diciendo: ...He visto que el sol, la luna y once
estrellas me adoraban...3.
Estos sueños se cumplieron cuando Jacob, su padre, se trasladó a Egipto con
toda su familia y se prosternó efectivamente ante José, convertido en virrey
del país. Pero, a la vez, podemos pensar que su sueño prefiguraba el misterio
de la casa de Nazaret, en la que Jesús, Sol de justicia, y María,
alabada en la Liturgia como una brillante Luna blanca y bella,
se someterían a la autoridad del jefe de familia, y cuando tantos cristianos
acudiesen a él con devoción a solicitar toda clase de ayudas.
El
primer José obtuvo la confianza y el favor del faraón y se convirtió en
intendente de los graneros de Egipto, y cuando el hambre asolaba los pueblos
vecinos y acudían al faraón en demanda de trigo para subsistir, este les
decía: Id a José y haced lo que él os diga4.
Cuando el hambre cubrió toda la tierra, José abrió los graneros y
repartió raciones a los egipcios... Y de todos los países venían a comprar a
José, porque el hambre arreciaba en todas partes.
Y
ahora que también el hambre asola la tierra –hambre principalmente de doctrina,
de piedad, de amor–, la Iglesia nos recomienda: Id a José. Ante
tantas necesidades que personalmente padecemos, nos dice: acudid al Santo
Patriarca de Nazaret.
Tenemos
en nuestra vida momentos de grandes indecisiones, de incertidumbres, de
necesidades urgentes. ¡Id a José!, nos dice Jesús: el que en la
vida tuvo la misión tan grande de cuidar de Mí y de mi Madre en nuestras
necesidades corporales, el que amparó nuestras vidas en tantos momentos
difíciles, continuará cuidando de Mí en mis miembros, que son todos los hombres
necesitados. Id a José, él os dará todo cuanto os sea necesario.
II. Este
es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia5.
Son palabras que la Liturgia aplica a San José: padre fiel y solícito, que
atiende con prontitud las necesidades de esa gran familia del Señor, que es la
Iglesia.
A
Jesús le es muy grato que tratemos y pidamos ayuda al que tanto amó Él en la
tierra y ahora en el Cielo, del que tantas cosas aprendió, con quien conversó
desde que pudo pronunciar las primeras palabras.
José
gobernó la casa de Nazaret con autoridad de padre, y la Sagrada Familia no solo
simboliza la Iglesia sino que en cierto modo la contenía, como la semilla al
árbol, como la fuente al río. La santa casa de Nazaret llevaba las premisas de
la Iglesia naciente. Es esta la razón por la que el santo Patriarca «considera
particularmente confiada a sí la multitud de los cristianos que componen la
Iglesia, es decir, esta inmensa familia esparcida por toda la tierra, sobre la
que –por ser Esposo de María y Padre de Jesucristo– posee, por así decir, una
autoridad de padre. Por tanto, es cosa natural y dignísima del bienaventurado
José que, así como una vez sostuvo todas las necesidades de la familia de
Nazaret y la rodeó santamente de su protección, así ahora cubra con su
celestial protección y defensa a la Iglesia de Jesucristo»6.
Este
patrocinio del santo Patriarca sobre la Iglesia universal es principalmente de
orden espiritual; pero se extiende también al orden temporal, como la del otro
José, hijo de Jacob, llamado por el rey de Egipto «salvador del mundo».
A él
han acudido los santos y los buenos cristianos de todos los tiempos. Santa
Teresa relata la gran devoción que tenía a San José y la experiencia de su
patrocinio: «No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya
dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios
por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, ansí
del cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para
socorrer en una necesidad, a este glorioso santo tengo experiencia que socorre
en todas y que quiere el Señor darnos a entender que ansí como le fue sujeto en
tierra –que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar– ansí en el
cielo hace cuanto le pide (...).
»Si
fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en
decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso santo a mí y a
otras personas (...). Solo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me
creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este
glorioso Patriarca y tenerle devoción; en especial personas de oración siempre
le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los
Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a
San José por lo bien que les ayudó en ellos»7.
III. A
San José debemos acudir pidiendo que ampare y proteja a la Iglesia, pues es su
defensor y protector. Le pedimos su ayuda en las necesidades de la familia, en
las espirituales y en las materiales: Sancte Ioseph, ora pro eis, ora
pro me... Ruega por ellos, ruega por mí.
Para
los hombres y mujeres de nuestro tiempo, como para los de cualquier época,
constituye San José una figura entrañable, venerable, cuya vocación y dignidad
admiramos, y cuya fidelidad en servicio de Jesús y de María agradecemos; «por
San José vamos directamente a María, y por María, a la fuente de toda santidad,
Jesucristo»8. Él nos enseña a tratar a Jesús con piedad, con respeto y
amor: Oh, feliz varón, bienaventurado José –le decimos con una
antigua oración de la Iglesia–, a quien fue dado no solo ver y oír al
Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino
también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo..., enséñanos a
recibirlo con amor y reverencia en la Sagrada Comunión, danos una mayor finura
de alma. «San José, Padre y Señor nuestro, castísimo, limpísimo, que has
merecido llevar a Jesús Niño en tus brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a
tratar a nuestro Dios, a ser limpios, dignos de ser otros Cristos.
»Y
ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los caminos divinos –ocultos y
luminosos–, diciendo a los hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo
una eficacia espiritual extraordinaria»9.
San
José nos proporciona, además, un modelo, cuya enseñanza callada podemos y
debemos empeñarnos en seguir. «José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le
ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación
alegre. ¿No será esta una buena razón para que consideremos a este varón justo,
a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como
Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo
e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas
cosas sobre Jesús. Por eso, no dejéis nunca su devoción, ite ad Ioseph,
como ha dicho la tradición cristiana con una frase tomada del Antiguo
Testamento (Gen 41, 55).
»Maestro
de vida interior, trabajador empeñado en su tarea, servidor fiel de Dios en
relación continua con Jesús: este es José. Ite ad Ioseph. Con San
José, el cristiano aprende lo que es ser de Dios y estar plenamente entre los
hombres, santificando el mundo. Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a
José y encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de
Nazaret»10.
1 Cfr. M.
Gasnier, Los silencios de José, Palabra, 7ª ed., Madrid
2002, pp. 12-13. —
2 Cfr. San
Bernardo, Homilía sobre la Virgen Madre, 2. —
3 Cfr. Gen 37,
5-10. —
4 Primera
lectura. Año I. Gen 41, 55. —
5 Misal
Romano, Misa de la Solemnidad de San José, Antífona de entrada.
Lc 12, 42. —
6 León XIII,
Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889. —
7 Santa
Teresa, Vida 6. —
8 Benedicto
XV, Motu proprio Bonum sane et salutare, 25-VII-1920.
—
9 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 553 —
10 ídem, Es
Cristo que pasa, 56.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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