Trino Márquez 14 de julio de 2021
@trinomarquezc
El
régimen desde hace años estableció una alianza -en algunos casos explícita y en
otros tácita- con el hampa organizada. Entronizar la delincuencia es una manera
de atemorizar y fracturar la ciudadanía. Una forma de crear terror, inhibir las
protestas populares e impedir que los ciudadanos se movilicen para protestar
por la inseguridad personal y el deterioro progresivo de la calidad de los
servicios públicos. Con esa finalidad, el gobierno fue concediéndoles
territorios a las pandillas. Cuando algunos de los delincuentes más connotados
caían presos, se les permitía convertirse en pranes. En virreyes dentro de los
recintos carcelarios. No era el Estado, a través de la Policía Penitenciaria,
el que establecía las normas, sino que eran estos caporales quienes dictaban
las leyes, con la venia de la ministra de Asuntos Penitenciarios. Una manera
rocambolesca de privatizar las cárceles, como todo lo que esa gente hace.
Esta
mezcla e inversión de papeles ha ido produciendo engendros y creando áreas
dominadas por pequeños ejércitos irregulares. El Tren de Aragua es una
megabanda que ha adquirido notoriedad internacional, después de haberse
asentado en el centro de la nación. Su presencia, al parecer, ha sido detectada
en Perú y Ecuador. Figuras como el ‘Willy’, y ahora el Koki, se han convertido
en vedettes que declaran territorios liberados, asaltan comandos de la Guaria
Nacional y la Policía Nacional, y alardean de su capacidad de fuego junto a sus
lugartenientes.
Mientras esto ha ocurrido en presencia de todo el mundo, el país se ha
preguntado durante años dónde se encuentra el Estado, dónde los aparatos de
seguridad, dónde las Fuerzas Armadas. La respuesta es evidente: espiando,
hostigando y persiguiendo a la oposición, convertida en la pesadilla de Hugo
Chávez, primero, y de Nicolás Maduro, después.
El
lugar de las FAN y la policía dentro del Estado cambió a partir de los sucesos
de abril de 2002. Probablemente, antes de esos episodios el comandante Chávez
ya acariciaba la idea de deformarlas. Sin embargo, lo cierto es que a partir de
esas jornadas, esas instituciones ya no tuvieron nunca más las funciones de
guardianes del orden democrático, liberal y republicano que habían desempeñado
durante los cuarenta años previos. Fueron desvirtuadas, corrompidas,
ideologizadas y fanatizadas con el propósito de convertirlas en el brazo armado
del proceso bolivariano. Chávez, guiado por su eterno mentor Fidel Castro, se
propuso evitar que ambos cuerpos volviesen a formar parte de una conjura
tramada para sacarlo de Miraflores. Esa línea fue mantenida por Maduro.
El
envilecimiento las Fuerzas Armadas estuvo acompañado del fortalecimiento de los
grupos paramilitares, los colectivos, la creación de organismos policiales
ceñidos a los dictámenes del presidente de la República y la indiferencia
frente al auge de las pandillas delictivas. Este complejo movimiento de piezas
debía articularse para cumplir con el propósito de desincentivar la
organización popular y las protestas. Entonces se empoderó a colectivos como La
Piedrita y Alexis Vive, se creó la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) y se
permitió que zonas populares como los barrios alrededor de la Cota 905 pasaran
a ser feudos del Koki.
En un
clima dominado por el caos, la inseguridad y la violencia, donde el Estado ha
cedido los espacios que le corresponde administrar, resulta demasiado
arriesgado protestar o aspirar a cambiar el orden existente.
El
Koki es hijo legítimo de eso que se llama la ‘revolución bolivariana’, no solo
porque toda su vida ha transcurrido bajo el dominio rojo, sino porque su
surgimiento y consolidación solo puede explicarse por la política de un Estado
que decidió renunciar a sus obligaciones constitucionales. Que se convirtió en
Estado fallido, tanto por su incapacidad suministrar electricidad, agua,
gasolina y vacunas para combatir la Covid-19, como porque no es capaz de
resguardar la vida de los venezolanos.
Solo
cuando el Koki retó al poder y se convirtió en un problema político
significativo, fue que la cúpula gobernante se sintió obligada a actuar para
frenarlo. El hombre evidenció no haber entendido que el régimen le había
asignado un territorio y unas funciones que no podía traspasar.
Esta
interpretación de los hechos jamás será aceptada por la cúpula gobernante. Lo
más fácil para Maduro y su gente es recurrir a la manida tesis de que los
culpables son los sospechosos de siempre: Estados Unidos, Iván Duque y, desde
luego, la oposición, en cuyo centro se encuentra el partido responsable de
todos los males: Voluntad Popular, con Leopoldo López y Freddy Guevara al
frente.
Ver a
Jorge Rodríguez manipulando los hechos alrededor del Koki de forma descarada,
no sorprende. El cinismo y el uso de neolenguas forman parte consustancial del
estilo del régimen. Al referirse a ensayos monstruosos como la Operación de
Liberación del Pueblo (OLP), dicen que fueron inspirados por el afán de paz y
amor que los mueve. Saquen ustedes la cuenta.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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