Miguel Henrique Otero 05 de julio de 2021
@miguelhotero
Este
debe ser el quinto o sexto artículo que dedico, en el último año y medio, a la
cuestión de las mínimas condiciones electorales, para que la sociedad
venezolana pueda concurrir a unas elecciones, sea cual sea su carácter.
Lo que
defiendo es lo mismo que sostienen dirigentes políticos y sociales, así como
numerosos expertos en la cuestión electoral: hay unas mínimas condiciones que
deben exigirse. Sin ellas, participar en las elecciones, además de suicida,
constituiría un precedente irreversible para unas posibles elecciones
presidenciales. Quiero insistir en esto: las condiciones que se obtengan para
las elecciones regionales, serán las de las elecciones sucesivas.
Hay en
el escenario un argumento, según el cual, hay que aceptar hoy cualquier cosa,
porque mañana obtendremos mejores condiciones: este es un argumento falaz, en
todas sus letras, simplemente porque el régimen tiene en la presidencia de la
República, su principal y más fundamental bastión. Forma parte de su
comprensión de lo innegociable. Creer que estamos en un camino, cuyo tránsito
inevitable será ir a una elección presidencial libres, justas y transparentes
es, sin duda, una aspiración legítima, pero también, un camino minado de
trampas, falsas puertas, abismos e ilusiones. Maduro y su banda no entregará el
poder, como resultado de un proceso electoral, totalmente controlado por ellos.
Lo que
está ocurriendo ahora mismo es que el régimen se está fortaleciendo: está
aumentando la producción petrolera; la presión política y comunicacional que
está adelantando, dentro y fuera del país, para el levantamiento de las
sanciones, está avanzando; la imagen de un poder dispuesto a negociar está
siendo proyectada por los medios de comunicación internacionales; los socios y
aliados del gobierno en Europa, Estados Unidos y América Latina están haciendo
su trabajo: le quitan la gravedad a las denuncias; relativizan las violaciones
a los Derechos Humanos; hacen silencio ante la realidad de los presos
políticos; esgrimen, con cinismo incalculable, la economía de los bodegones
como un argumento que dice: a pesar de todo, las cosas no van tan mal, en
Venezuela se puede vivir. Y este argumento de la economía de bodegones,
encuentra sus replicantes en algunos figurones que se dicen opositores, pero
que no son sino beneficiarios del estado actual de cosas en Venezuela.
Pero
hay, además, otro elemento, que tiene una considerable importancia: a la
sociedad venezolana, que tiene en sus raíces una histórica y cultivada cultura
democrática, le entusiasman las elecciones. A los venezolanos demócratas nos
gusta ir a votar. Nos sentimos inclinados a ver en las elecciones, el mecanismo
con el que producir cambios o avanzar hacia una vida mejor. Es, si me permiten
la imagen, nuestro tropismo político. Nuestra inclinación predominante.
Mientras,
el régimen, con habilidad indiscutible, se mete la mano en el bolsillo, saca
unas migajas y las deja caer, para que el afán electoralista se lance sobre
ellas con desespero, y haga de ellas una celebración que, en realidad, no tiene
fundamento alguno. Una de esas migajas, consiste en otorgarle a la oposición,
una tarjetas electorales genéricas para que participe en las elecciones,
mientras mantiene secuestradas las tarjetas, símbolos y haberes de los
principales partidos de la oposición democrática, Voluntad Popular, Acción
Democrática, Primero Justicia y otros.
Otra
migaja, de reciente factura, consiste en la eliminación de los protectorados:
entidades ilegales, carentes de legitimidad, negadoras de la institucionalidad
democrática y de la voluntad popular, además de nido de delincuentes y de prácticas
extorsivas, como ha ocurrido en el estado Táchira.
Anuncian
la eliminación de los protectorados, algunos ingenuos aplauden, pero no dicen
ni una palabra del más grande peligro en curso, el Poder Comunal, la
herramienta repotenciada con que el régimen se propone acabar con el último
resquicio de autonomía, que queda en alcaldías y gobernaciones. La estrategia
de Chávez, la de una pinza, que asfixiara la democracia con un poder militar
por arriba, y un poder comunal por la base, está tomando terreno a toda
velocidad. Mientras eso ocurre, el electoralismo celebra las migajas, promueve
las ilusiones, guarda silencio ante realidades que siguen allí, al tiempo que,
como ya dije, el régimen se atrinchera y gana espacios en el ámbito
internacional.
Porque,
y esto es lo primordial, los presos políticos siguen presos. Las torturas
continúan produciéndose. Los perseguidos políticos siguen exiliados. Los
partidos siguen en manos de sus secuestradores. Los medios de comunicación
siguen amordazados o bajo el asedio de tribunales. El acoso a los ciudadanos
continúa impunemente. Las alcabalas policiales y militares siguen extorsionando
en todas las regiones del territorio venezolano. La corrupción mantiene su
estatuto de impunidad. Las bandas que se han distribuido el territorio nacional
-paramilitares, grupos como los del Coqui, narcoguerrilleros, facciones
militares, mineros, Tren de Aragua, delincuentes comunes y más- continúan
asesinando y sembrando el terror. La inmensa mayoría de la población venezolana
se empobrece y experimenta los dolores físicos y psíquicos del hambre.
Así
las cosas, cabe preguntarse: ¿qué son realmente estas migajas? ¿Llaves que
abrirán puertas a la solución de la crisis venezolana? ¿O ardides para que nada
cambie y todo siga igual?
Miguel
Henrique Otero
@miguelhotero
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