Francisco Fernández-Carvajal 03 de julio de 2021
@hablarcondios
— El
Señor nos presta su ayuda para superar los obstáculos, las tentaciones y las
dificultades.
— «Si
quieres, puedes».
—
Medios que debemos poner en las tentaciones.
I. En
la Segunda lectura1 de
la Misa nos muestra San Pablo su profunda humildad. Después de hablar a los de
Corinto de sus trabajos por Cristo y de las visiones y revelaciones del Señor,
les declara también su debilidad: para que no me engría, me fue clavado
un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee, y no me
engría.
No
sabemos con seguridad a qué se refiere San Pablo cuando habla de este aguijón
de la carne. Algunos Padres (San Agustín) piensan que se trata de una
enfermedad física particularmente dolorosa; otros (San Juan Crisóstomo) creen
que se refiere a las tribulaciones que le causan las continuas persecuciones de
que es objeto; y algunos (San Gregorio Magno) opinan que se refiere a
tentaciones especialmente difíciles de rechazar2.
De todas formas, es algo que humilla al Apóstol, que entorpece en cierto modo
su tarea de Evangelizador.
San
Pablo había pedido al Señor por tres veces que apartara de él ese obstáculo. Y
recibió esta sublime respuesta: Te basta mi gracia, porque la fuerza
resplandece en la flaqueza. Para superar esa dificultad le basta la ayuda
de Dios, y sirve además para poner de manifiesto el poder divino que le permite
superarla. Al contar con la ayuda de Dios es más fuerte, y esto le hace
exclamar: por eso, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis
flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y
angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte. En
nuestra debilidad experimentamos constantemente la necesidad de acudir a Dios y
a la fortaleza que de Él nos viene. ¡Cuántas veces nos ha dicho el Señor en la
intimidad de nuestro corazón: Te basta mi gracia, tienes mi ayuda
para vencer en las pruebas y dificultades!
Alguna
vez quizá experimentemos de modo especialmente vivo la soledad, la flaqueza o
la tribulación: «Busca entonces el apoyo del que ha muerto y resucitado.
Procúrate cobijo en las llagas de sus manos, de sus pies, de su costado. Y se
renovará tu voluntad de recomenzar, y reemprenderás el camino con mayor
decisión y eficacia»3.
Las
mismas debilidades y flaquezas se pueden convertir en un bien mayor. Santo
Tomás de Aquino, al comentar este pasaje, explica que Dios puede permitir en
ocasiones ciertos males de orden físico o moral para obtener bienes más grandes
y más necesarios4.
Nunca nos dejará el Señor en medio de las pruebas. Nuestra misma debilidad nos
ayuda a confiar más, a buscar con más presteza el refugio divino, a pedir más
fuerzas, a ser más humildes: «¡Señor!, no te fíes de mí. Yo sí que me fío de
Ti. Y al barruntar en nuestra alma el amor, la compasión, la ternura con que
Cristo Jesús nos mira, porque Él no nos abandona, comprenderemos en toda su
hondura las palabras del Apóstol: virtus in infirmitate perficitur (2
Cor 12, 9); con fe en el Señor, a pesar de nuestras miserias –mejor
con nuestras miserias–, seremos fieles a nuestro Padre Dios; brillará el poder
divino, sosteniéndonos en medio de nuestra flaqueza»5.
II. Me
fue clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me
abofetee... Parece como si San Pablo sintiera aquí de una manera muy
viva sus limitaciones, junto a las ocasiones en las que ha contemplado la
grandeza de Dios y de su misión de Apóstol. También nosotros algunas veces
hemos entrevisto en la vida «metas generosas, metas de sinceridad, metas de
perseverancia.... y, sin embargo, tenemos como metida en el alma, como en lo
más hondo de lo que somos, una especie de raíz de debilidad, de falta de
fuerza, de oscura impotencia... y esto algunas veces nos tiene tristes y
decimos: no puedo»6.
Vemos lo que el Señor espera de nosotros en esa situación o en aquellas
circunstancias, pero quizá nos encontramos débiles y cansados ante las pruebas
y dificultades que debemos superar: «La inteligencia –iluminada por la fe– te
muestra claramente no solo el camino, sino la diferencia entre la manera
heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y
la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos.
»El
sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo
consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando
cualquier oportunidad, y tan pronto como –por cansancio físico o por pérdida de
visión sobrenatural– tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan
y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te desalienta:
las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de medios; las
luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes tentaciones
repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo de la
mediocridad espiritual... Y, a veces, también el miedo: miedo porque sabes que
Dios te quiere santo y no lo eres.
»Permíteme
que te hable con crudeza. Te sobran “motivos” para volver la cara, y te faltan
arrestos para corresponder a la gracia que Él te concede, porque te ha llamado
a ser otro Cristo, “ipse Christus!” —el mismo Cristo. Te has olvidado de la
amonestación del Señor al Apóstol: “¡te basta mi gracia!”, que es una
confirmación de que, si quieres, puedes»7.
Te
basta mi gracia. Son palabras que hoy el Señor dirige a cada
uno de nosotros para que nos llenemos de fortaleza y de esperanza ante las
pruebas que tengamos delante. Nuestra misma debilidad nos servirá para gozarnos
en el poder de Cristo, nos enseñará a amar y sentir la necesidad de estar
siempre muy cerca de Jesús. Las mismas derrotas, los proyectos incumplidos nos
llevarán a exclamar: Cuando soy débil, entonces soy fuerte, porque
Cristo está conmigo.
Cuando
la tentación o los contratiempos o el cansancio se hagan mayores, el demonio
tratará de insinuarnos la desconfianza, el desánimo, el descamino. Por eso, hoy
debemos aprender la lección que nos da San Pablo: Cristo está entonces
especialmente presente con su ayuda; basta que acudamos a Él. Y también
podremos decir con el Apóstol: Con sumo gusto me gloriaré más todavía
en mis flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en la persecuciones y
angustias, por Cristo....
III.
Sería temerario desear la tentación o provocarla, pero sería un error el
temerla, como si el Señor no nos fuera a proporcionar su asistencia para
vencerla. Podemos aplicarnos confiadamente las palabras del Salmo: Te
enviará a su ángeles para que te guarden en todos tus caminos, // y ellos te
llevarán en sus manos para que no tropieces en las piedras. // Pisarás sobre
áspides y víboras, y hollarás al león y al dragón. // Porque me amó, Yo le
salvaré; Yo le defenderé porque confesó mi nombre. // Me invocará y Yo le oiré,
estaré con él en la tribulación, le sacaré y le honraré. // Le saciaré de días
y le daré a ver mi salvación8.
Pero,
a la vez, el Señor nos pide prevenir la tentación y poner todos los medios a
nuestro alcance para vencerla: la oración y mortificaciones voluntarias; huir
de las ocasiones de pecado, pues el que ama el peligro perecerá en él9;
llevar una vida laboriosa de trabajo continuo, cumpliendo ejemplarmente los
deberes profesionales y cambiando de actividad en el descanso; fomentar un gran
horror a todo pecado, por pequeño que parezca; y, sobre todo, esforzándonos por
aumentar en nosotros el amor a Cristo y a Santa María.
Combatimos
con eficacia abriendo el alma en la dirección espiritual cuando comienza a
insinuarse la tentación de la infidelidad, «pues manifestarla es ya casi
vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede
estar seguro de que Dios otorga a este la gracia necesaria para dirigirle bien
(...).
»No
creamos nunca que la tentación se combate poniéndonos a discutir con ella, ni
siquiera afrontándola directamente (...). Apenas se presente, apartemos de ella
la mirada para dirigirla al Señor que vive dentro de nosotros y combate a
nuestro lado, que ha vencido el pecado; abracémonos a Él en un acto de humilde
sumisión a su voluntad, de aceptación de esa cruz de la tentación (...), de
confianza en Él y de fe en su proximidad, de súplica para que nos transmita su
fuerza. De este modo la tentación nos conducirá a la oración, a la unión con
Dios y con Cristo: no será una pérdida, sino una ganancia. Dios hace
concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman (Rom 8,
28)»10.
De las
pruebas, tribulaciones y tentaciones podemos sacar mucho provecho, pues en
ellas demostraremos al Señor que le necesitamos y que le amamos. Nos encenderán
en el amor y aumentarán las virtudes, pues no solo vuela el ave por el impulso
de sus alas, sino también por la resistencia del aire: de alguna manera,
necesitamos obstáculos y contrariedades para que crezca nuestro amor. Cuanto
mayor sea la resistencia del ambiente o de las propias flaquezas para ir
adelante en el camino, más ayudas y gracias nos dará Dios. Y Nuestra Madre del
Cielo estará siempre muy cerca en esos momentos de mayor necesidad: no dejemos
de acudir a su protección maternal.
1 2
Cor 12, 7-10. —
2 Cfr. Sagrada
Biblia, vol. VII, Epístolas de San Pablo a los Corintios,
EUNSA, Pamplona 1984, in loc. —
3 San
Josemaría Escrivá, Vía Crucis, Rialp, Madrid 1981, XII, n.
2. —
4 Santo
Tomás. Comentario a la Segunda Carta a los Corintios, in
loc. —
5 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 194. —
6 A.
García Dorronsoro, Apuntes de esperanza, Rialp, Madrid
1974, p. 123. —
7 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 166. —
8 Sal 90,
11 ss. —
9 Eclo 3,
27. —
10 B.
Baur, En la intimidad con Dios, Barcelona 1975, pp.
121-122.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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