La economía no es una de las virtudes
de Chávez. Allí está el talón de Aquiles de su régimen, precisamente en esa
obsesión destruccionista de todo aquello que le huela a propiedad privada de
los medios de producción y de cualquiera de los principios por los que se debe
regir una empresa. Lo de él es la alquimia de un experimento tras otro, desde
los antiquísimos fundos zamoranos hasta las más nóveles empresas mixtas de
producción social. Ni una de esas experiencias ha escapado al fragor de la ruina
más conspicua.
Ninguna ha dejado de ser parte de ese
malestar que corroe las entrañas del líder al verse impedido de recorrer el
país productivo y socialista sin que el chaparrón de malas noticias, reclamos y
malas caras le perturben ese país de comiquita que solo existe en su mente y en
la capacidad de adulación de sus ministros, especie de corte de eunucos que se
saben involucrados y más que comprometidos en este desastre denominado socialismo
del siglo XXI.
El ojo de Chávez alucina. Allí donde
posa su mirada no hay virtud sino incapacidad. Su alto gobierno para la
economía es un manojo de excusas y evasiones que no pueden explicar cuándo y
cómo van a aterrizar todas las maravillas prometidas y por qué el camino es tan
tortuoso como el régimen cambiario y la corrupción en las aduanas. El ojo de
Chávez es su peor enemigo porque se niega a ver la calamidad y se presta con
demasiada facilidad a apreciar como buena una realidad que resulta inmensamente
frustrante para el resto. Él lo sabe, por eso ahora prefiere no ver ni estar.
Por eso le resulta tan cómodas sus propias ausencias.
Lo peor de todo es que la impericia
económica del chavismo se quiere compensar con la imposición forzada de un
modelo -el modelo comunal- que es presentado como la panacea de todo lo que
hasta ahora ha ocurrido. ¿Hay inflación? No te preocupes, las comunas vienen a
resolverlo, para eso ellas pueden manejar sus propias monedas. ¿Hay escasez?
Tranquilo, las comunas están por aparecer, y cuando ellas organicen su propio
modelo socio-productivo toda carestía será superada por el inmenso compromiso
participativo y protagónico de los nuevos venezolanos. Cuando uno oye ese tipo
de explicaciones políticas no deja de sentir algo de suspicacia ¿No será más
bien que toda esa falta de probidad económica quiere encubrirse en una nueva
“corrida de arruga” llamada Poder Comunal?
Hay de todo. Hay necesidad de excusas,
pero también ceguera ideológica. Lo cierto es que la exposición de motivos de
la Ley de Comunas afirma que “el poder comunal estará dirigido a lograr
la independencia alimentaria y la diversificación económica…” Así, de
un sablazo, las comunas son presentadas como la superación del chavismo
histórico. Pero como ya estamos acostumbrados, al régimen le resulta muy fácil
prometer y le es casi imposible cumplir.
Pero la trampa está precisamente allí:
Que estas nuevas entidades locales, patrocinadas y férreamente controladas por
el Ministerio del Poder Popular de las Comunas, son las que vienen a
resolver los entuertos de catorce años de socialismo progresivo, pero no
mediante una corrección del rumbo sino a través de una profundización del
proceso. Que como el comunismo ha fallado, pues el remedio es más comunismo.
Porque de eso se trata. De hacer irreversible todo este error, de “quemar los
barcos”, acabar con la empresa privada, dinamitar gobernaciones y alcaldías, y
dejarnos como Gómez nos encontró: Monoproductores y dependientes de ese
gendarme cruel y corrupto que ahora se llama Chávez, pero que antes ha tenido
otros nombres.
Chávez ha estado demasiado tiempo
entre nosotros como para obviar que lo conocemos perfectamente. Él, que piensa
como comunista y actúa como leninista, no va a descansar hasta que este país se
convierta en el país de las comunas comunistas, a imagen y semejanza de su
amada Cuba. Por eso estas leyes las presentan como la entidad local socialista
por excelencia, donde los ciudadanos ejercerán ese poder popular que
supuestamente construye realidades pero que en realmente las destruye. Cuba es
una ruina, la tumba donde los cubanos sufren y esperan que pase algo alguna
vez. Las comunas son las palas que cavan esas fosas donde se entierran las
libertades y los derechos de los ciudadanos, que son cambiados por ese desorden
tumultuario especializado en lamer la mano que ofrece migajas y explota resentimientos.
Todo lo demás, incluyendo nosotros, le
estorbamos a este remolino concentrador y centralista. La pregunta es si nos
vamos a dejar. La respuesta está en el voto ciudadano y en no dejar de pensar
´que no hay como narrar una República perdida por la indiferencia de sus
ciudadanos más esclarecidos.
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