PAULINA GAMUS 3 - 06 – 2013
Hubo un tiempo en que los venezolanos
nos sentíamos capaces de burlarnos del subdesarrollo de otros países de este
continente que como bien se sabe ingresó en la historia del mundo occidental
como un accidente. Pareciera que nunca superamos el error que significó el
proyectado viaje de Cristóbal Colón a la India y su imprevista llegada a estas
tierras de indios. Pero nosotros nos creíamos al margen de ese error: la
riqueza petrolera, la ubicación geográfica, la relación cercana y cordial con
el país que hablaba inglés, nos compraba petróleo y nos suministraba dólares,
un sistema democrático estable que permitía no solo la libre expresión de las
ideas sino además recibir a exiliados y perseguidos políticos de distintos
países; todo eso nos llevaba a suponernos distintos y por supuesto superiores
al resto de los habitantes de América latina. Muchas veces nos vieron con
envidia porque cuando se acumulan tantos privilegios y ventajas es casi
imposible no caer en la arrogancia y la pedantería.
Gracias a nuestra solvencia económica,
este era el país de la abundancia y de la diversidad gastronómica y por
supuesto alcohólica que fue siempre la más importante. Nunca dejamos de ser el
primer importador y consumidor de whisky escocés en toda la América y no sé si
en el mundo. Fuimos receptores de las delicatesses de distintas culturas y
adquirimos sofisticados hábitos de confort. Por eso, cuando mis hermanas y yo
emprendimos nuestro primer viaje a Europa en 1966, quedamos espantadas al
llegar a nuestro hotel en Paris y comprobar que el papel higiénico eran unos
cuadritos mínimos con los que había que hacer magia para que cumplieran su
función. Pero en los bares y bistró los cuadritos eran de un papel encerado
incapaz de absorber nada. Mis hermanas y yo decidimos comprar cada una un rollo
de papel higiénico y llevarlo en la cartera. ¿Quién podía imaginar entonces
que, años después, la llegada al poder de una plaga depredadora y vampiresca
provocaría la degradación de no tener siquiera los cuadritos encerados de los
bares y bistró parisinos de los 50 y 60?
Nuestro orgullo de país evolucionado,
democrático, emergente y en vías de desarrollo ha rodado por los pisos, la gran
potencia que anunciaba Chávez y que ahora repite Jaua, ha devenido en un remedo
de Haití. No solo por la escasez de comestibles, medicinas, repuestos de
cualquier tipo y todo lo que requiera de divisas para su importación, sino por
la naturaleza del régimen que ha sucedido al verdadero perpetrador de esta
desgracia continua: Hugo Chávez Frías. El difunto anunció no menos de cien
conspiraciones que incluían su asesinato, algo que él se empeñó en llamar
magnicidio como si hubiese algo de magno en su persona. Cuando falleció, la
corte de los milagros que fue su entorno, acusó al Imperio de haberle inoculado
el cáncer que lo llevó al Cuartel de la Montaña.
Ahora Maduro, no satisfecho con
pretender copiar el acento cubano de Chávez, sus gestos, sus insultos,
rabietas, vulgaridades, chistes malos y jaquetonerías, acude también al
expediente de la victimización por medios inoculados. En su caso no es cáncer
sino un veneno que lo iría matando lentamente: “no en un un día, sino para
enfermarme en el transcurso de los meses que están por venir”. A pesar de lo
bien informado que parece estar sobre esos siniestros planes conspirativos, no
aclaró cuánto tendríamos que esperar por el fatal desenlace. Para colmo de
nuestros asombros, el veneno -a diferencia de los cuentos de hadas en que lo
aplica una bruja malvada casi siempre dentro de una manzana- se lo inocularía
un equipo. Es decir que llega un comando tipo Swat armado con una inyectadora y
le inocula un veneno de efecto retardado. Hay varios puntos oscuros en el tema
de la inoculación: ¿Por qué el Comando pasó primero por Bogotá si el veneno
viene desde Miami en el equipaje de Roger Noriega? ¿Por qué Roger Noriega se
expone trasladando el veneno si pudo enviarlo con cualquier agente del Imperio
menos expuesto ante la mirada pública y hasta por un Courier? Suponemos que en
la medida en que el SEBIN tenga más claro el asunto, el gobierno nos irá
informando con la transparencia que lo caracteriza.
La conspiración perversa que denuncia
Maduro no termina con su envenenamiento gota a gota; según sus palabras hay:
“un plan perfecto para derrocarme y llenar de violencia a Venezuela? Un plan de
guerra psicológica, basado en actos contra la paz y la seguridad. Lo tienen
aprobado, contiene sabotaje a la economía, al dólar, al abastecimiento.” Si los
servicios de Inteligencia de este gobierno sirvieran para algo ya habrían
determinado que el plan siniestro contra el dólar y el abastecimiento lo inició
Hugo Chávez hace quince años con la colaboración de Nelson Merentes, Rafael
Ramírez, Jorge Giordani y todos los ineptos unos y alucinados otros que han
hundido la economía de este país. El sabotaje a la paz y a la seguridad lo
ejecutan los delincuentes que asesinan entre cincuenta y cien venezolanos cada
día.
A mi me encanta el Imperio, lo
confieso, sobre todo ese capitalismo que nos abofetea con supermercados
abarrotados de todo lo que aquí escasea o simplemente no existe. Lo que no
logro entender es por qué nos odian tanto: primero le inoculan un cáncer a
Chávez para que llegue otro peor, y a este le quieren inocular veneno lo que
significa que el supuesto sucesor del envenenado podría ser (aunque resulta
difícil suponerlo) alguien aún más ignorante y nefasto. ¿Qué les cuesta enviar
unas jeringas con un poquito de inteligencia y otro de sindéresis para
salvarnos de tanta burralidad cotidiana y de tanto ridículo universal?
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