Miguel Méndez Rodulfo
Caracas 7 de junio de
2013
Por
allá por las postrimerías del año 2001, luego de que el régimen dejó atrás
cierta apariencia de reformismo centrista y se decantó por lo que realmente
era, mostrando sus verdaderas intenciones de control de las instituciones,
cambio del modelo de desarrollo económico y pretensión de permanecer
indefinidamente en el poder, un periódico local publicó una caricatura
internacional en la cual una carretera sinuosa que bajaba de la cúspide de una
montaña, era recorrida por el carro presidencial sin obstáculos, pero al final
de la misma una enorme pared se erigía como término del camino; en ella se leía
en letras grandes la palabra “economía”. Entonces, muchos pensamos que el final
del régimen no estaría muy lejos, mimado por los males económicos que aquejan a
todos los gobiernos populistas. Con lo que no contábamos era con una
radicalización ideológica que hizo del chavismo un dogma, con los errores
políticos de 2002 y con la aparición de las misiones. Luego vendría el
crecimiento del precio del barril petrolero y un régimen que repartía dinero
directamente, en vez de hacer escuelas, hospitales, viviendas, acueductos,
represas, plantas y tendidos eléctricos, carreteras, etc., se ganó el fervor popular
e hizo irrelevante las verdades económicas.
No
fue que solamente se estigmatizó el mercado y la empresa privada, sino que la
noción gerencial, la planificación, la productividad, la eficiencia, la
eficacia y la efectividad, comenzaron a ser conceptos sin valor, desacreditados
y reflejo de un pasado siniestro. Increíblemente fue más importante lo
ideológico, lo político y lo social, como si sólo en ello estuviera la clave
del bienestar y del desarrollo. Expresión de este pensamiento fueron el gigantismo
del Estado, la centralización, los controles de cambios, los controles de
precios, las importaciones, las expropiaciones y la persecución de empresas y
personas. Este estado de cosas que en casi todos los países del mundo hubiese
llevado a una nación a la bancarrota en pocos años, se sostuvo en Venezuela
tres lustros, tiempo durante el cual, como en un mundo bizarro, el modelo que
había fracasado en todas partes mostraba éxitos aquí. No solamente eso, sino
que le daba al gobierno preeminencia política.
De
manera que era cuesta arriba criticar al gobierno porque los cánones de la
economía parecían no tener vigencia en Venezuela. Incluso Capriles cuando
aceptó la candidatura para la elección presidencial de abril 2013, comentaba
que los economistas habían previsto varias veces el apocalipsis económico, pero
siempre se equivocaban. Bueno, esto fue así hasta ahora, tiempo en que por fin
se impuso con toda crudeza y contundencia la realidad económica: índice de
escasez 21%; inflación de alimentos, de abril a mayo, 10,6%; inflación, mismo
período, 6,1%; inflación anualizada estimada, por encima de 100%. El déficit
fiscal acumulado, la tendencia alcista de la inflación, la carencia severa de
divisas para importar, las presiones de la demanda por la alta liquidez, la
corrupción, el desorden administrativo, la ausencia de un equipo de gobierno
con talento y la aplicación de las mismas políticas públicas, presagian un
colapso económico que tendrá su correlato en la esfera política y social.
El
contexto ahora es otro, comparable a otras realidades del mundo. La caricatura
actual sería semejante, sólo que la limusina llega al término de la vía
estrellándose, no contra una pared de concreto, sino de bultos de harina pan,
empaques de aceite comestible, pilas de bolsas de azúcar, pacas de café, cajas
de papel higiénico, etc., etc.
Caracas
7 de junio de 2013
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