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sábado, 8 de junio de 2013

Contextos

Miguel Méndez Rodulfo
Caracas 7 de junio de 2013

Por allá por las postrimerías del año 2001, luego de que el régimen dejó atrás cierta apariencia de reformismo centrista y se decantó por lo que realmente era, mostrando sus verdaderas intenciones de control de las instituciones, cambio del modelo de desarrollo económico y pretensión de permanecer indefinidamente en el poder, un periódico local publicó una caricatura internacional en la cual una carretera sinuosa que bajaba de la cúspide de una montaña, era recorrida por el carro presidencial sin obstáculos, pero al final de la misma una enorme pared se erigía como término del camino; en ella se leía en letras grandes la palabra “economía”. Entonces, muchos pensamos que el final del régimen no estaría muy lejos, mimado por los males económicos que aquejan a todos los gobiernos populistas. Con lo que no contábamos era con una radicalización ideológica que hizo del chavismo un dogma, con los errores políticos de 2002 y con la aparición de las misiones. Luego vendría el crecimiento del precio del barril petrolero y un régimen que repartía dinero directamente, en vez de hacer escuelas, hospitales, viviendas, acueductos, represas, plantas y tendidos eléctricos, carreteras, etc., se ganó el fervor popular e hizo irrelevante las verdades económicas.

No fue que solamente se estigmatizó el mercado y la empresa privada, sino que la noción gerencial, la planificación, la productividad, la eficiencia, la eficacia y la efectividad, comenzaron a ser conceptos sin valor, desacreditados y reflejo de un pasado siniestro. Increíblemente fue más importante lo ideológico, lo político y lo social, como si sólo en ello estuviera la clave del bienestar y del desarrollo. Expresión de este pensamiento fueron el gigantismo del Estado, la centralización, los controles de cambios, los controles de precios, las importaciones, las expropiaciones y la persecución de empresas y personas. Este estado de cosas que en casi todos los países del mundo hubiese llevado a una nación a la bancarrota en pocos años, se sostuvo en Venezuela tres lustros, tiempo durante el cual, como en un mundo bizarro, el modelo que había fracasado en todas partes mostraba éxitos aquí. No solamente eso, sino que le daba al gobierno preeminencia política.

De manera que era cuesta arriba criticar al gobierno porque los cánones de la economía parecían no tener vigencia en Venezuela. Incluso Capriles cuando aceptó la candidatura para la elección presidencial de abril 2013, comentaba que los economistas habían previsto varias veces el apocalipsis económico, pero siempre se equivocaban. Bueno, esto fue así hasta ahora, tiempo en que por fin se impuso con toda crudeza y contundencia la realidad económica: índice de escasez 21%; inflación de alimentos, de abril a mayo, 10,6%; inflación, mismo período, 6,1%; inflación anualizada estimada, por encima de 100%. El déficit fiscal acumulado, la tendencia alcista de la inflación, la carencia severa de divisas para importar, las presiones de la demanda por la alta liquidez, la corrupción, el desorden administrativo, la ausencia de un equipo de gobierno con talento y la aplicación de las mismas políticas públicas, presagian un colapso económico que tendrá su correlato en la esfera política y social.

El contexto ahora es otro, comparable a otras realidades del mundo. La caricatura actual sería semejante, sólo que la limusina llega al término de la vía estrellándose, no contra una pared de concreto, sino de bultos de harina pan, empaques de aceite comestible, pilas de bolsas de azúcar, pacas de café, cajas de papel higiénico, etc., etc.

Miguel Méndez Rodulfo
Caracas 7 de junio de 2013


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