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miércoles, 12 de junio de 2013

De la telenovela a la parrilla completa

Sebastián de la Nuez  9 JUNIO, 2013

Han pasado tres meses desde la muerte del presidente Chávez (5 de marzo de 2013) y se van a cumplir dos meses desde que Nicolás Maduro asumió la Presidencia, aunque no reconocida oficialmente por la dirigencia opositora. Es poco el tiempo para medir consecuencias; resulta, sin embargo, que el poder reafirma su vocación de ente mediático con todo y hegemonía comunicacional

Las luces del teatro chavista hoy en día huelen a rancio.

Desde el anuncio del presidente Hugo Chávez (30 de junio de 2011) sobre su propia enfermedad, la cúpula en el poder puso en marcha un guión de telenovela para manipular a la población con vistas a las elecciones de octubre 2012. Por una parte, el cometido era ocultar la información verdadera; por el otro, manejar la no-información a conveniencia, desatando la emocionalidad del pueblo llano.

La telenovela, pues, se desarrolló como toda pieza clásica del género: chico conoce chica. Chico y chica se enamoran perdidamente, flechados por Cupido. Ella es provinciana y buena moza, o sea, Venezuela propiamente dicha; él es entrador, de corazón henchido y palpitante, arrojado y, si no buen mozo, al menos carismático y coplero. Pero al amor se le interpone un escollo al parecer insalvable. Durante los siguientes cien o doscientos capítulos se suceden una tras otra las peripecias del chico y la chica por reencontrarse y concretar el amor postergado. En este caso, el chico habrá de sobreponerse a la amenaza del destino fatal –más la perturbación de la bruja mala en su papel de contrafigura, en este caso llamada Oposición Lacaya Del Imperialismo. De este modo la trama mantendrá en vilo a la audiencia, provocando la empatía entre el televidente medio y el héroe o galán que corre la azarosa aventura, la cual sin duda pone a prueba todo su valor, toda su entereza de hombre recio. ¿Salvará las dificultades, reconquistará finalmente a su amada, podrá realizarse la promesa de dicha eterna en el tálamo nupcial? Seguro: Dios y Bolívar están de su parte.

La telenovela, sin embargo, se salió de sus carriles en la vida real, siempre contumaz y alevosa (a veces más que la ficción).

SEGUNDA PARTE, CAPÍTULO ETERNO

Una vez fallecido Chávez el 5 de marzo de 2013, debía ser inmediatamente sustituido por un actor secundario. Ya venía ensayando desde meses atrás. Por lo visto, no fue suficiente o el guión, a partir de cierto momento, fue mal recalculado. Para no hacer el cuento largo, la campaña de Maduro con vistas al 14 de abril se convirtió en un gimoteo. ¿Cómo ganar una elección así, con esa puesta en escena del llantén? Al final no se sabía si el candidato se secaba las lágrimas o el sudor. Las telenovelas terminan en boda, reencarnación, luna de miel o fiesta. Una telenovela que había comenzado según los cánones de Delia Fiallo se convertía ahora en tragedia griega mal interpretada, con un hombre hecho y derecho en campaña electoral hablando de un periquito que se le había aparecido. Silbaba.

Hubo, paralelamente, una promesa de eternidad, lo cual creó sin duda un elemento de confusión. El presidente Chávez en realidad no había fallecido sino que de algún modo seguía aquí, detrás de una columna o en forma de pajarito. Incluso, prendías Venezolana de Televisión y aparecía declamando, discurseando. ¿Entonces? Llegó a plantearse mantenerlo de cuerpo presente cual líder soviético en un sitio bien visible por medio de un proceso de embalsamamiento.

Sin duda, un discurso que se solapaba al otro, pues si Maduro era el hijo ungido, hecho carne para perpetuar en la Tierra los designios del Eterno, ¿para que se necesitaba tenerlo ahí, tan cerca, tan “vivo”? ¿Es que Maduro en verdad no le brindaba mucha confianza a Chávez después de muerto, como sí lo había hecho en vida, como se demostró aquel 8 de diciembre?

En fin: Chávez fue quien ganó el 14 de abril (si es que puede hablarse de un ganador en esa contienda a estas alturas). El comandante supremo ganó estando sano varias elecciones, lo hizo al menos dos veces mientras la enfermedad lo carcomía en 2012 y, ahora, en 2013, acababa de hacerlo desde el sarcófago depositado en el Cuartel de La Montaña. Un portento, desde luego.

Ganó, por cierto, no sin traumas. En la ciudad de Barinas, centro neurálgico de la familia presidencial, Capriles superó ampliamente a Maduro/Chávez: 53% a 47%. Un fenómeno que se repitió en todas los centros urbanos importantes. Allí donde la gente suele estar mejor informada, ganó Capriles.

Una verdad como una catedral: en las elecciones del domingo 14 de abril de 2013 triunfó lo que quedaba de Chávez en el éter. Triunfó un fantasma, un mito del subdesarrollo, una estela de petrodólares. Pero como dice Fernando Mires, se comprobó que el chavismo no llegó para quedarse. Maduro obtuvo mayor porcentaje en las circunscripciones que dependen del Estado, o sea, vulnerables a la manipulación; en zonas rurales pendientes de una dádiva gubernamental o misión. Su casa bien equipada, su voto bien asistido.

Maduro fue Ashton Kutchner sustituyendo a Charlie Sheen en Two and a half men. Tenía que ser Chávez pero a la enésima potencia. Si Kutchner es cien veces más atractivo, candoroso y rico que Sheen, pues Maduro debía ser más agresivo y melodramático que Chávez en la misma proporción. Las telenovelas latinoamericanas no funcionan igual que las series de TV norteamericanas, debe advertirse. Los públicos son diferentes.

Demostró ser un perdedor nato, no un conquistador ni un carismático ni un Albertico Limonta ni un sucesor de mérito. El sicólogo Luis José Uzcátegui lo examinó en el programa radial de RCRGolpe a golpe, poco después del 14-A. Lo describió como el tipo que comienza su andadura de candidato moqueando, ridiculizándose a sí mismo, haciendo pucheros por el padre ausente.

Un perdedor desde donde quiera que se mire. Un perdedor en su carrera política y también en su carrera ciudadana, conductor de autobús con fama de reposero; activista del partido de izquierda Liga Socialista, el cual jamás logró alcanzar 2% en elección alguna y pasó a la historia por una acción criminal, la del secuestro al industrial William Niehous a mediados de los setenta.

MÁS ALLÁ DE LUCECITA O EL DERECHO DE NACER

La periodista Argelia Ríos habla en una columna reciente acerca del sentido de relojería que según ella mueve la agenda y las apariciones públicas de Henrique Capriles Radonski, líder de la oposición. Ello sería un buen augur para el día en que termine de conformarse un «clamor nacional en el cual esté sumado el propio país chavista». Es decir, según Ríos, el desencanto popular está en pleno desarrollo y por tanto «el desenlace que tantos están esperando está en plena evolución».

Puede tener razón aun cuando faltan estudios que corroboren su teoría. Lo cierto es que la telenovela del amor atormentado entre el pueblo y su líder cambió de actor y el manejo de la sucesión no parece haber dado buen resultado. Algo falla. Hay demasiados rumores. El caso Mario Silva ha sido un niple en la opinión pública. Maduro vive de mal humor y se nota en las cadenas. Gobierna con el país probablemente en contra, incluyendo a muchos de sus propios conmilitantes. Sabe que la tarjeta única de la Unidad le ganó a la tarjeta de su partido, el PSUV. Sabe que la magra ventaja obtenida el 14-A en votos se la debe al PCV y Tupamaros.

Sin embargo, con viento en contra, la cúpula chavista sigue un rumbo mil veces probado: se empeña en dos claves que le han dado sentido a su propuesta y penetración al discurso del «socialismo del siglo XXI»: la retórica como parte de un gobierno que vive desde y por lo mediático; y el simbolismo lleno de recursos manidos pero tradicionalmente efectivos.

Todo en el chavismo sigue siendo retórica y simbolismo, puesta en escena y maquillaje del vocabulario. Poco antes de las elecciones del 14-A hubo un acto en el Teatro Teresa Carreño con elementos mítico-religiosos de esta teocracia a medio construir. No estaba Maduro, pero sí Jorge Rodríguez con la plana mayor del PSUV. El psiquiatra alcanzó cotas elevadas de éxtasis al referirse al comandante supremo: «Estos son días de profundo torbellino, donde las lágrimas nos sorprenden en el ejercicio cotidiano. Yo les digo que no debemos sentir vergüenza de ese llanto, debemos mostrarle al mundo nuestro dolor (…); ese llanto es la bujía que encenderá la antorcha que nos conducirá a la victoria que se merece Hugo Chávez.»

Dios Santo. De la telenovela al mito eterno pasando por el lenguaje melodramático, impostado, pseudopoético, chillón, lacrimoso y rabiosamente cursi.

Manuel Martín Serrano y otros pensadores de la comunicación en términos masivos ven en los medios la representación del acontecer público, no el espejo al que muchos se refieren de una manera más bien superficial. No, los medios no son meros espejos. Los espejos no construyen o destruyen. Los medios sí. Al escoger (seleccionar) lo que se ve (es decir, al visibilizar unas cosas sí y otras no), realizan una tarea mitificadora y ritualizadora.

Por la fuerza de lo que machacan día tras día, los espectadores pueden llegar a entender la violencia cotidiana en las calles de Caracas como un ritual, y por lo tanto, quizás, verla como parte de un paisaje más o menos normal. El ocultamiento de hechos puede producir el mismo efecto, solo que en este caso el paisaje está a oscuras, tras una cortina o encerrado en una gaveta.

La tarea mitificadora y ritualizadora la quiere hacer el gobierno de Nicolás Maduro a gran escala, a lo largo y ancho del territorio nacional. Ha adelantado bastante en esa materia últimamente. La hegemonía comunicacional ha tenido avances concretos con los cambios de propiedad en Globovisión y Cadena Capriles. No hay claridad sobre el rumbo que tomen desde lo estrictamente informativo. Las redes, y los rumores en general, hablan de personajes del Gobierno directa o indirectamente involucrados en las transacciones.

Hay algo seguro: los cambios son sospechosos. No indican un buen camino. Indican, antes que nada, chantaje o presión.

Hay otra cosa muy segura: el equilibrio es una falacia hoy en día, desde el punto de vista mediático, en Venezuela. Una trampa. No puede haber equilibrio si un fiel de la balanza está contaminado. No hay equilibrio si en un lado hay un Estado-Gobierno-Partido con todas las intenciones de perpetuarse en el poder indefinidamente. No se parte de un juego democrático; por lo tanto, no hay juego mediático.

Ese concepto, hegemonía comunicacional, se ha hecho política de Estado; no es una mera amenaza. Antes bien, se ha instalado en los medios privados adoptando diferentes modalidades. La autocensura entre ellas.

Puede que crezca un clamor general en el país contrario a la figura de Maduro y de lo que representa, como insinúa Argelia Ríos. Pero el Estado-Gobierno aún tiene muchos recursos para defenderse. La telenovela quedó atrás. Ahora es la parrilla de programación (o programaciones) completa lo que ambiciona.


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