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jueves, 14 de agosto de 2014

¿Cómo mueren los “poderosos"? por @VzlaEntrelineas

María Denisse Fanianos de Capriles 10 de agosto de 2014
@VzlaEntrelineas

Cuando el rey Felipe III de España estaba en su lecho de muerte exclamó poco antes de morir: “les ruego mis buenos amigos que en el sermón de mi funeral solo se predique acerca de cómo mueren quienes tienen poder.  Que se diga que la muerte no les sirve a los poderosos sino para tener una mayor responsabilidad por lo que han sido y han hecho.  Ojalá que yo, en vez de ser rey, hubiera vivido en un desierto rezando y sirviendo a Dios.  Iría con mucha mayor confianza a presentarme ante el juicio de Dios y no tendría tantas responsabilidades de las cuales ser juzgado”.

Años antes el padre de este hombre (el rey Felipe II de España) había llamado a su hijo momentos antes de morir y, mostrándole su cuerpo muy llagado, le dijo: “mire hijo cómo se muere y acaban las grandezas del mundo”.  Y añadió: “ojalá en vez de ser rey, yo hubiera sido un simple hermano lego de una comunidad. Hijo, he querido que estuvieras presente en este momento para que veas cómo trata el mundo aún a sus más poderosos gobernantes.  La muerte es para los poderosos como para los más pobres de la tierra.  Aquí el que haya hecho más obras buenas durante su vida y haya tratado de vivir con más santidad, ese será el que conseguirá más grandes favores de Dios”.

San Alfonso María de Ligorio, dice en su libro Preparación para la Muerte y la Eternidad que: “al día de la muerte lo llamaban los antiguos: día de las grandes pérdidas porque en ese día se pierden las riquezas materiales que tenemos, los placeres que nos gustaba gozar, los honores que conquistábamos con nuestras obras, y los demás bienes terrenales”.  Por eso San Ambrosio decía que “a todos estos bienes no los podemos llamar nuestros  porque no nos los podemos llevar con nosotros al morir.  Y que lo único que en verdad nos pertenece como propio son nuestras buenas obras, porque ellas sí nos acompañarán hasta más allá del sepulcro”.

Cuenta San Antonio que cuando murió el emperador Alejandro Magno, dijo un filósofo: “el que ayer pisaba orgullosamente la tierra, está ahora cubierto por ella.  Ayer no le bastaba la tierra entera para sus deseos de dominio; hoy le bastan dos metros de tierra para cubrirlo.  Ayer guiaba por el mundo ejércitos innumerables; hoy lo llevan a la tumba unos pocos sepultureros”.  Pues así terminan las glorias de este mundo.

En agosto de 2012 Benedicto XVI se reunió en Castelgandolfo con un grupo de políticos cristianos que participaban en el Encuentro Internacional Demócrata-Cristiano, organización que dirige el líder del partido italiano Unión del Centro, Pier Ferdinando Casini, y que representa a más de cien partidos políticos.  Allí el Papa citó un pasaje bíblico del libro de la Sabiduría: “un juicio inexorable espera a los que están arriba” (Sab 6,5) y les señaló que ese pasaje deben interpretarlo no como una amenaza sino como un impulso que anime a los gobiernos a realizar, en todos los niveles, “todas las posibilidades de bien de las que son capaces, según la medida y misión que el Señor encomienda a cada uno”.

Pues así es la muerte. El día que nos llegue (que no sabemos ni cuándo, ni cómo, ni dónde será) y nos entierren (a todos por igual, solo que en distintas urnas, unas más caras que otras) lo único que nos llevaremos será lo que tengamos puesto y nuestras buenas obras.  Estas últimas son las únicas que contarán a la hora de responderle a Cristo: ¿qué hicimos con el poder y con los talentos que nos dio?  Y como dicen las Sagradas Escrituras: “a todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán” (Lucas 12, 39-48).

San Agustín le decía a la gente del pueblo: “no piensen solamente en el montón de riquezas que tiene ese individuo.  Piensen más bien en lo que se llevará consigo el día de su muerte”. Y es que cuando la muerte nos llega, lo único que nos llevamos es el amor.  El amor que dimos, el amor que sembramos, el amor que nos ayudó a vaciarnos de tantas cosas superfluas y pasajeras para poder entregarnos a vivir para servir a los demás, como lo enseñó nuestro Señor Jesucristo.  Para vivir sabiendo que mientras más talentos y más poder Dios nos ha concedido en esta vida, más tendremos que rendir cuentas a la hora de encontrarnos cara a cara con Él a las puertas del Cielo.

Si todos los “poderosos” en esta tierra, vivieran pensando en esto quizás el mundo sería un poco mejor ¿no lo creen?.


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