FÉLIX PALAZZI sábado 9 de agosto de 2014
Doctor en Teología
fpalazzi@ucab.edu.ve
@felixpalazzi
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@felixpalazzi
Es innegable que atravesamos por una
situación de desasosiego generalizado. Sería absurdo tratar de ocultar esta
realidad. El sentir cotidiano parece indicar que las "cosas están mal y
que todo puede ser peor". Ante esta incertidumbre surge una legítima
expectativa de un cambio, aunque nadie logre, a ciencia cierta, entrever qué
cambio puede ser y cuál dirección se ha de tomar para corregir la actual
situación. Cada vez se expande más la sensación de haber naufragado o
encontrarnos en un limbo ante el cual no existe capacidad de respuesta, ya que
"aquí no pasará nada, todo seguirá igual". Ante tal escenario las
salidas parecen ser pocas y confusas: ¿resignación? ¿Fuga? Es difícil ocultar
que nos hemos transformado, con mucho dolor, en un país de emigrantes.
A veces confundimos la noción de esperanza con la fuga o negación de la realidad, cuando la esperanza es, ante todo, esperanza en la justicia. Sin la búsqueda de la justicia, la esperanza se convierte en una falsa ilusión, y la justicia sin la esperanza pierde toda capacidad de renovarse. Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar la esperanza. Pero ésta no se decreta y tampoco se impone.
La esperanza es la fuerza que nos motiva a buscar y a construir la justicia; pero esa justicia que, evidentemente, no es directamente equiparable a nuestro sistema jurídico. La justicia tiene, ciertamente, su expresión en un código jurídico y en sus instituciones, pero es mucho más que su ejercicio legal. Su verdadera finalidad es proteger las diferencias y garantizar que estas existan en plena libertad. Es por ello que solo la esperanza nos impulsa a luchar por la justicia, pues se fortalece cuando acoge, con libertad y respeto, al otro.
La esperanza nos motiva a participar en la realidad para transformarla, antes que adaptarnos a ella. Vivimos en un mundo agobiado porque nos estamos hundiendo en el mar de la indiferencia. La construcción de un proyecto de nación o eclesial implica la participación de todos, pero se inicia con el simple gesto de acoger las diferencias manifiestas en el rostro del otro. No hay justicia donde no se reconocen y se garantizan esas diferencias. Este reconocimiento tiene que ser real en las relaciones cotidianas y en el fortalecimiento de espacios comunes.
La esperanza, más que un estado ilusorio, se expresa en la dinámica de nuestra participación en la construcción de una realidad donde la justicia sea posible en todos los ámbitos de nuestra vida social.
Responsabilidad
Esperar incluso en Dios y decir que "el tiempo de Dios es perfecto", no significa que sea Él quien se deba encargar de barrer los escombros que hemos dejado a lo largo de nuestro difícil proceso de construirnos o destruirnos como sociedad. Dejar a Dios la tarea de solucionar la situación que vivimos, no es más que otra forma de evadir la propia responsabilidad y, al menos, sobrellevar con algún sentido, sin moral, nuestro letargo.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140809/todo-esta-perdido
A veces confundimos la noción de esperanza con la fuga o negación de la realidad, cuando la esperanza es, ante todo, esperanza en la justicia. Sin la búsqueda de la justicia, la esperanza se convierte en una falsa ilusión, y la justicia sin la esperanza pierde toda capacidad de renovarse. Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar la esperanza. Pero ésta no se decreta y tampoco se impone.
La esperanza es la fuerza que nos motiva a buscar y a construir la justicia; pero esa justicia que, evidentemente, no es directamente equiparable a nuestro sistema jurídico. La justicia tiene, ciertamente, su expresión en un código jurídico y en sus instituciones, pero es mucho más que su ejercicio legal. Su verdadera finalidad es proteger las diferencias y garantizar que estas existan en plena libertad. Es por ello que solo la esperanza nos impulsa a luchar por la justicia, pues se fortalece cuando acoge, con libertad y respeto, al otro.
La esperanza nos motiva a participar en la realidad para transformarla, antes que adaptarnos a ella. Vivimos en un mundo agobiado porque nos estamos hundiendo en el mar de la indiferencia. La construcción de un proyecto de nación o eclesial implica la participación de todos, pero se inicia con el simple gesto de acoger las diferencias manifiestas en el rostro del otro. No hay justicia donde no se reconocen y se garantizan esas diferencias. Este reconocimiento tiene que ser real en las relaciones cotidianas y en el fortalecimiento de espacios comunes.
La esperanza, más que un estado ilusorio, se expresa en la dinámica de nuestra participación en la construcción de una realidad donde la justicia sea posible en todos los ámbitos de nuestra vida social.
Responsabilidad
Esperar incluso en Dios y decir que "el tiempo de Dios es perfecto", no significa que sea Él quien se deba encargar de barrer los escombros que hemos dejado a lo largo de nuestro difícil proceso de construirnos o destruirnos como sociedad. Dejar a Dios la tarea de solucionar la situación que vivimos, no es más que otra forma de evadir la propia responsabilidad y, al menos, sobrellevar con algún sentido, sin moral, nuestro letargo.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140809/todo-esta-perdido
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