Por Ramón Guillermo Aveledo, 19/09/2014
Luego de cinco años se hace necesario un balance sobre la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) que con sus aciertos y desaciertos ha logrado conglomerar a un grupo de políticos y ciudadanos, constituyéndose en una alternativa que de alguna manera preserva la pluralidad en democracia y donde aún queda camino por recorrer. Aquí algunas pistas
En la construcción de la Unidad hemos tenido aprendizajes valiosos. Unos se refieren a lo logrado, y otros a lo por lograr.
El primero es que nadie es su dueño. Esa Unidad que hemos construido entre tantos no nos pertenece. Pero no nos confundamos. Tampoco la Unidad es res nullius, una “cosa de nadie”.
También que es una obra. No se hizo sola. No apareció de golpe. En su construcción hay lucha, trabajo, ideas, voluntad de entenderse cediendo posiciones y encontrando propósitos comunes. Las mutuas concesiones son parte fundamental de la política, porque lo son de la convivencia, y de la vida.
La Unidad es un valor. Somos más, y hemos sido también mejores. Por eso, uno de los productos de la Unidad es el espíritu unitario, arraigado ya en tantos venezolanos.
La Unidad es también una promesa y, por eso, un compromiso exigente. Esta gran coalición unitaria, tiene como propósito la unidad nacional. Rescatar el sentido de lo común mediante la superación de la división, de la exclusión y de la discriminación. Es la Unidad para alcanzar una Unidad más amplia, más profunda y de más proyección que es la de un país diverso donde hay conflictos, pero que es capaz de convivir en paz en su pluralidad, de resolver con respeto y civilidad sus diferencias, de trazarse objetivos nacionales comunes y trabajar por solucionar los problemas que a todos nos afectan.
En la Unidad nunca hemos preguntado de dónde venimos, porque lo que nos importa es estar de acuerdo en a dónde vamos. Hay demócratas provenientes de diversas maneras de pensar, con historias diferentes.
Es obra de políticos profesionales, de jóvenes con vocación política y de ciudadanos politizados por la inquietud. Aquí no se cobra peaje para entrar. Lo que sí debe haber es una política concertada, con destino y con rumbo; y una estrategia, porque hay un camino. Y esos propósitos comunes no son gelatinosos. La Unidad es flexible pero no puede ser borrosa. La Unidad es abierta, pero no puede ser una caimanera.
Recordemos el mérito primigenio de la Unidad, concretado en su instrumento, la MUD: que la política asumiera su responsabilidad, la de producir políticas.
Como producto de la crisis de los noventa, la política se había convertido en terreno baldío, en un vacío que fue llenado por la comunicación social, la espontaneidad, la voluntad en ocasiones muy valiente de ciudadanos motivados. La experiencia produjo maduración y aprendizaje. Se inició en las presidenciales de 2006 y se desarrolló institucionalmente desde 2009 con el nacimiento de la MUD. Y ese paso, cuya trascendencia tal vez no apreciemos, dio frutos.
En una política: ofrecer a Venezuela una alternativa para el cambio basado en el cumplimiento de la Constitución. Una estrategia: el cambio debe ser pacífico, democrático, constitucional y electoral. Un programa: se acabó el tiempo en el que se decía que lo único que unía a la oposición era sacar a este Gobierno del poder. Nos pusimos de acuerdo en las bases del país que queremos, de esa Venezuela que somos todos, para vivir y progresar en paz. Y llegamos a los Lineamientos para un Gobierno de Unidad Nacional, suscrito por nuestros pre-candidatos presidenciales el 23 de enero de 2012. Y antes a la Agenda Parlamentaria y luego alCompromiso Gestión Municipal para el Pueblo y el Progreso. Una plataforma electoral común: candidatos unitarios a todos los cargos de elección popular, salidos de acuerdos o primarias según reglas consensuadas, transparentes y conocidas; defensa unitaria del voto que nos ha permitido avanzar en la detección, prevención, combate y denuncia de trampas y ventajismos; y tarjeta de la Unidad como símbolo de encuentro. Y un reconocimiento internacional. Atrás quedaron aquellos días en los que afuera se decía que lo único peor al gobierno de Venezuela era la oposición, porque cada quien viajaba a hablar mal de los demás.
Estos cinco años no nos encuentran con las manos vacías. Pero no hay motivo para conformarse. La Unidad tiene que progresar, porque esta lucha no es fácil y tampoco es corta. Nadie se atreve a decir que no hace falta. Tal es su peso nacional e internacional. Bienvenido el debate. Eso sí, por responsabilidad ante los venezolanos, librémoslo con prudencia. La Unidad hoy, hay que renovarla y cuidarla.
Para asumir como debemos la apertura que se nos pide, y ofrecer la conducción política que la realidad exige, es preciso que ambas demandas sean abordadas con coherencia. La verdad no es una habilidad ni una viveza para quedar bien y hacer a otros quedar mal. La verdad requiere un coraje que trasciende a la foto y a la frase.
Necesitamos sinceridad, seriedad y responsabilidad. Sinceridad para evaluar lo logrado, lo puesto en riesgo y lo perdido, de modo de saber dónde estamos, y para definir si vamos a seguir adelante juntos, como deberíamos. Seriedad para analizar escenarios reales y ofrecer caminos sensatos a los que la podamos convocar juntos y con fuerza. Solo apreciándonos serios nos respetará y nos escuchará toda Venezuela. Responsabilidad para asumir lo sincera y seriamente discutido y acordado, y para transmitirlo y ejecutarlo con coherencia. Coherencia entre palabras y actos, entre ideas y actitudes.
El poder vive un tránsito del carisma al orden burocrático. Todavía no lo asimila. El modelo basado en debilitar a la sociedad frente al Estado, y paradójicamente debilitar al Estado en el altar del poder personal fracasó. Ese modelo, su fracaso y su mutación, tiene consecuencias económicas, sociales y políticas.
Ante eso, ¿qué puede esperar el país de la alternativa democrática? Sinceridad, seriedad, responsabilidad, no son ni siquiera un programa ambicioso, son un mínimo vital.
En una lucha de la naturaleza de la que nos toca librar podemos ser vencidos de dos modos. Una es la resignación. La otra, dejarnos llevar por la intolerancia y el odio.
Ese modelo que pretende convertirse en sistema, se enfrenta, y se vence, con Unidad. En la tarea de la Unidad no sobra ninguno, por eso no vale descalificar a nadie. La afirmación de cada uno no puede basarse en la demolición de los demás, o en el desconocimiento de lo que cada quien aporta. A la Unidad se viene a sumar, no a restar. A multiplicar, no a dividir.
El progreso de la Unidad apunta a la apertura. Todos lo sabemos. Todos lo decimos. Pero, ¿cómo la abrimos? Tenemos las primarias, que son abiertas para votar y para postularse, como nunca antes. Tenemos la oportunidad de participar en las comisiones de trabajo y en los equipos especializados de políticas públicas. Pero no es suficiente.
La organización social del pueblo venezolano es un campo muy amplio y naturalmente fragmentado. Sería un error intentar embutirla en nuestros centros de decisión. Tampoco es lógico sustituir la dirección política por una mazamorra asamblearia, que acabe siendo pretexto para cogollos escondidos o montonera para iluminados. Es decir, lo contrario de la democracia que queremos. Lo que sí tenemos que crear es instancias permanentes de relación con sus manifestaciones diversas, equipos especializados en monitorear la dinámica social, y apertura real en los decisores a asumir esa realidad, a interactuar con ella, a conocer y comprender sus motivaciones, sus angustias e ilusiones. En todos los sectores, de todas las regiones. No se trata de politizar la sociedad civil, se trata de socializar la política.
El secreto del progreso de la Unidad reside en la acción. Y en la comunicación eficaz que parte de la acción nacida de una empatía real con los venezolanos.
Por ahí va la tarea por hacer.
*Presidente del Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro. Secretario Ejecutivo de la MUD marzo 2009-julio 2014.
http://sicsemanal.wordpress.com/2014/09/19/ramon-guillermo-aveledo-aprendizajes-de-la-unidad/
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