Arcadi Espada 20 de septiembre de 2014
Querido J:
Ya tuvieron su estúpido referéndum
autorizado por el peor primer ministro de la Historia de Gran Bretaña, y por
uno de los grandes peligros europeos. Ya tuvieron el referéndum que reclamaban
los votantes del SNP (Scottish National Party), un 45 por ciento en 2011, y al
que el jueves respondió simétricamente un 45 por ciento de síes. Primera
constatación: alguien se embarca en el agónico proceso de un referéndum sobre
la continuidad de un Estado cuando ni siquiera lo reclama la mayoría de los
ciudadanos. La democracia frívola.
Ahora imagina conmigo, incluso, que
los resultados hubieran sido a la inversa. ¿Basta un 55 por ciento de los votos
de un censo para destruir un Estado? ¿Es un porcentaje razonable? No. Es la
democracia frívola.
Y lo es, naturalmente, porque a ese 55
por ciento habría que añadir los millones de británicos que están en contra de
la destrucción de su Estado. Nadie se ha ocupado de ellos. Al menos en el eco
español del referéndum. El hecho de que Escocia celebrase su referéndum se
justificaba campanudamente porque hace 300 años fue un país independiente. El
virus historicista en la mesa de todos los días. Es decir, el hecho de que hace
300 años unos escoceses, que eran muchos menos que los de hoy, vivieran en la
independencia política tiene mucho más peso y resulta políticamente más
decisivo que el hecho de que en los últimos 300 años Escocia haya sido el
resultado de la acción conjunta del Reino Unido. Por lo visto, esos tres siglos
de acción mancomunada, moral, política, económica y sentimentalmente, da menos
derechos políticos que el remoto precedente de una independencia ejercida, por
cierto, en unas condiciones democráticas radicalmente distintas a las
contemporáneas. Resolviendo: un ciudadano inglés de nuestro tiempo que haya
contribuido a la construcción de Escocia tiene menos derechos que un cadáver
escocés de trescientos años y un día que, eso sí, fue independiente. La
democracia frívola.
La obtención de cualquiera de las
nuevas competencias que dicen que va a obtener el autogobierno escocés nada
tiene que ver con el referéndum. Podrían haber sido obtenidas sin él. Es más:
va a ser difícil discutirle a un primer ministro inglés su legitimidad para
negarse a conceder nuevas competencias. ¡Al fin y al cabo se estaría negando en
nombre de una amplia mayoría de votos negativos! ¿O es que alguien con estudios
será capaz de sostener, como ya han empezado a hacerlo nuestros inverosímiles e
irruborizables federalistas, que en Escocia ha triunfado la tercera vía? Solo
la democracia frívola.
En nuestro tiempo interconectado, de
soberanías múltiples, un referéndum de autodeterminación, cualquiera, es una
estafa a los ciudadanos. Gentes cargadas de la mejor voluntad, y víctimas,
claro está, de la insolencia política de Artur Mas, han alabado la pregunta
escocesa por concreta, firme, transparente. Pero es un espejismo. ¿Quiere usted
que Escocia sea un Estado independiente? es una pregunta ininteligible. Nadie
sabe lo que eso significa. Nadie puede contestar con conocimiento de causa.
¿Cómo puede contestarse esta pregunta sin saber si Escocia tendrá libra o euro,
si estará en Europa o no, y si hasta tendrá su reina? Una pregunta que abre un
proceso de tal magnitud indecisa no puede contener al tiempo un cierre
categórico que imponga la destrucción de un Estado. Un referéndum no puede
hacer preguntas incontestables. Solo en la democracia frívola.
La razón se ha impuesto en Escocia, y
con mayor ventaja de lo esperado. Aún así, un 45 por ciento, un millón
seiscientos diecisiete mil novecientos ochenta y nueve votantes han dado apoyo
a la propuesta de la independencia. No es una cifra menor. Y no lo es si se
considera que han dado su apoyo a una fábula maligna. Ni la libertad ni el
bienestar ni siquiera lo que llaman la identidad de los escoceses estaban
amenazadas lo más mínimo. Las amenazas han comenzado, precisamente, al conocerse
los planes secesionistas y su habitual propuesta amagada de sacrificar la vida
de una o dos generaciones para lograr escribir el final de la fábula. Pero el
referéndum, por el solo hecho de hacerse, ha dado crédito veraz a la fábula;
respetabilidad, posibilidad política. El referéndum ha fijado en el imaginario
escocés una idea maligna. Como lo hizo en el Quebec hace unos años y por dos
ridículas veces. La democracia frívola.
La democracia no puede atender a las
xenofobias. La democracia es la celebración, y hasta la euforización del otro.
La xenofobia es su negación. La democracia frívola es la que celebraría un
referéndum sobre la pena de muerte después de una oleada de crímenes
pederastas. La democracia frívola es la que acepta que después de las frenéticas
orgías sentimentales, mientras todos los ciudadanos televisivos aún rezuman
himnos, banderas y bravehearts, coloca una urna y les pregunta si no quieren un
futuro basado en los buenos viejos tiempos. Un maravilloso gobierno de la
melancolía.
La democracia frívola es la que acepta
que en política exista lo inefable. Esos sentimientos previos e indiferentes a
toda legalidad.
La política es un asunto inmenso. La
clave de la vida social. En algún momento del siglo XX se ideó la utopía de su
desaparición. La política como una transparencia, como un oxígeno del que no
cupiera preocuparse. Técnicos dirigiendo el mecanismo. Una reconversión
gigantesca. Pero se trataba, y se trata, de una utopía descerebrada. Cada día
al levantarse los hombres descubren algo nuevo sobre sí y sobre su medio. Más
tarde o más temprano habrá que legislar sobre ello y para hacerlo se abrirán
debates intensos y nobles. El referéndum de Escocia es, por el contrario, la
negación de la política como legislación de lo real. El último ejemplo de la
política como invención y como artefacto y no como el iluminador paciente y
humilde de los conflictos humanos. El referéndum escocés es un ejemplo de
frivolidad insoportable cuando se piensa en Palestina, en Siria, en la isla de
Cuba. Una bobada pequeño burguesa de esas que una vez en el siglo traen
consecuencias funestas. Dijo Gordon Brown, el único que merece respeto en todo
esto: «El país que había sido un modelo para el mundo se ha hecho más pequeño,
y no más grande, a los ojos del mundo.»
La democracia frívola es que dimita
Salmond y ahí quede Cameron, el estólido.
Sigue con salud,
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