Américo Martin 26 de septiembre de 2014
Dos noticias -¡entre tantas, por
Dios!- ayudan a definir el perfil del presidente Maduro y el de su
desafortunado gobierno. La primera tiene relación con la denuncia del doctor
Ángel Sarmiento, presidente del Colegio de Médicos de Aragua. La segunda da
cumplida nota de la tragedia que ha caído sobre la humanidad de Iván Simonovis,
su abnegada esposa, su familia y todos los que saben que se trata del
perseguido de una jauría de lobos aterrados.
La respuesta del gobierno y de voceros
fundamentalistas guarda la misma pauta: ocultar la verdad y agredir. Más allá
de cálculos políticos, lo que obviamente movió al Colegio Médico a advertir
sobre “enfermedades no conocidas” de consecuencias letales en el Hospital
Central de Maracay, fue la necesidad de descubrir la verdad como base de una
respuesta enérgica en beneficio de la salud de los venezolanos. Si no hubieran
procedido de esa manera, esos profesionales de la medicina habrían incurrido en
un delito, aparte de ser una muestra abominable de cobardía.
Una advertencia de ese calibre,
confirmada por la multiplicación de víctimas de dos epidemias en marcha,
debería dar lugar a la declaración de la emergencia acompañada del obvio
llamado al país para actuar enérgicamente bajo el signo de la unidad. Eso es lo
elemental, lo que haría y hace cualquier país, como quedó en evidencia con el
Ébola. Más allá de diferencias políticas, no parece apreciarse en las regiones
afectadas la manía de negar los hechos y cargárselos a la cuenta de las fuerzas
opositoras.
Pero en Venezuela, ya lo sabemos, el
mando está en manos de un movimiento de índole “salvacionista” que, a despecho
del desastre en que ha sumido a Venezuela, se cree predestinado. Ha elevado a
la condición divina a su fallecido fundador. Su retroceso acelerado quiere
compensarlo ya no solo imponiendo la ideología fundamentalista, sino –más lejos
todavía- asumiendo la condición religiosa. Una religión laica, es verdad, pero
amenazante e imperiosa. En cuanto a intolerancia y perseguidora de herejes y
herejías no guarda ningún parecido con otras, la iglesia católica, por ejemplo,
cuyas muestras de tolerancia y conexión con pensamientos diferentes la han
convertido en un poderoso factor de paz en el convulsionado mundo actual. El
papa Francisco abre todas las puertas. El sucesor de Chávez, sudoroso,
angustiado, nervioso, las cierra con violencia
Podría decirse que la iglesia oficiada
por el heredero del dios de esta nueva religión saltó a la palestra para
dividir y perseguir opiniones diferentes y para valerse de la mentira en tanto
que mal necesario o camino tortuoso que conduce a la redención revolucionaria.
Ya pocos recuerdan la Inquisición fundada en tiempos de Felipe II; en cambio,
en Venezuela los nuevos inquisidores iluminan todos los rincones y recintos del
poder.
El fin justifica los medios, es el
resobado lema que invocarán con sonrisa astuta. Por eso, resulta difícil
imaginar que tamañas mentiras oficiales atropellándose unas a otras, sean en
verdad creídas por sus autores. Son falacias. Falacias deliberadas. En nombre
de la suprema misión revolucionaria fluyen sin crearles cargos de conciencia.
Frente a la sana denuncia del preocupado
doctor Sarmiento, reaccionaron encolerizados el presidente Maduro, su siempre
fiel Ministerio Público, parte de la dirección pesuvista, el puñado de
diputados siempre listos al llamado del poder y algunos de sus grupos de base.
Para estos señores, el Colegio Médico debe ser investigado bajo el cargo de
conspiración bacteriológica. Estarían empeñados en inventar enfermedades
inexistentes solo para atentar contra el sagrado gobierno socialista y
oscurecer el legado del difunto eterno.
No puede uno menos que recordar el
alud de venenosas mentiras que a lo largo de los años han vertido para
justificar la represión, desviar la atención pública y encubrir sus culpas. Los
“saboteadores eléctricos”, cuyos nombres serían muy pronto anunciados, los 10
aviones de combate comprados por Capriles, que estarían guardados en una base
militar norteamericana en Colombia. Las decenas de magnicidios, rociadas “de
nuevas pruebas” que serían anunciadas muy pronto. Y eso para no ir más lejos,
porque si lo hiciéramos deberíamos recordar al fiscal Ánderson, asesinado por
la oposición, tema que dejaron caer para sustituirlo por otros magnicidios y
conspiraciones que también abandonarían. Ninguna prueba, ningún indicio.
¡Díganme ustedes las inminentes
invasiones yanquis! ¿Cuántas veces hablaron del desembarco de los marines cada
vez que tenían que hablar de las crisis del agua, electricidad,
desabastecimiento, inflación, educación y la salud? ¿Acaso podemos olvidar la
célebre teoría de la guerra asimétrica, para combatir a los gringos invasores
con guerrillas y otras formas de irregulares de combate?
Transportados, los militantes
recitaban la “guerra asimétrica” para defender la Patria que sería hollada por
la planta insolente del extranjero. ¿Y qué pasó? ¿Por qué no han vuelto a
hablar de eso? Ahora recitan el padre nuestro, versión-Chávez.
Simonovis es víctima de una
conspiración. Sus abogados han demostrado que es inocente, pero como por
órdenes del supremo había que culpar a opositores por los muertos del 11 de
abril y encubrir a los pistoleros de Yaguno, seleccionaron a este hombre
honesto para darle visos de seriedad al asunto.
En cierto momento, Maduro se inclinó
por ponerlo en libertad. José Vicente propuso públicamente esta medida. Ante
UNASUR y la representación papal, prometió entregarlo al vicario de Dios. Pero
saltó Jaua a rechazar y Maduro a meter la palanca del retroceso.
Ahora volvemos a lo mismo. El
perseguido de las furias tendrá casa por cárcel, pero solo hasta que se cure.
Los jueces piden un informe trimestral sobre sus patologías.
Es su manera de luchar contra los
derechos humanos.
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