Rosalía Moros de Borregales sábado, 20 de septiembre de
2014
rosymoros@gmail.com
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@RosaliaMorosB
Nuestro planeta está lleno de ejemplos
de la vida en grupos o familias. Basta mirar a la naturaleza en cualquiera de
sus ecosistemas para darnos cuenta que, al igual que los seres humanos, la vida
en familia es el común denominador entre las diferentes especies. Desde niña
fui una gran soñadora con respecto a la familia, aunque siempre tuve
aspiraciones profesionales, nunca hubo nada más importante en mis metas, en mi
propósito de vida, que el maravilloso sueño, el inmenso deseo de llegar a
formar una familia amorosa y armónica. Hoy estamos de aniversario, también
viendo a nuestros hijos arribar a la culminación de sus estudios de pregrado,
inmensamente agradecidos a Dios por tener aun en medio de nosotros a nuestros
padres, quienes ya superan los cincuenta y sesenta años de vida matrimonial,
ejemplos vivientes de amor.
Estoy escribiendo, pero realmente
estoy sumergida a 18 metros de profundidad en nuestro mar Caribe deleitándome
de la diversidad de especies en el arrecife de coral. Una vez que he superado
toda la parafernalia de los equipos y la técnica para sumergirme, puedo
sentirme bienvenida en un ambiente al cual no he sido invitada; sin embargo,
pareciera recibirme calurosamente. No solo me permite disfrutar de sus colores,
de la belleza que encierra su diversidad, también suscita en mi una profunda
inspiración. Mientras nado lentamente mis ojos se recrean con un cardumen de
intensos morados que al ver de cerca parecieran haber recién salido de la paleta
de un pintor; más allá me embelesa otro cardumen tan numeroso que atravieso con
mi movimiento ondulado de patadas dóciles que no quieren perturbar la armonía
de estos diminutos peces amarillos, adornados con una fina línea negra en sus
lomos, así como la elegancia de un caballero que da el toque final a su atuendo
con una fina corbata.
Hoy amanecí con muchas emociones a
flor de piel. Llevo días pensando, meditando, respirando profundamente, como si
en cada inhalación tratara de conservar la vida, los sentimientos, los momentos
que pasan y se escurren entre mis manos como el agua que me rodea, que aunque
toco no puedo atrapar. Y así hago mientras buceo, en cada inhalación retengo el
aire, expando mis pulmones, lo respiro serenamente, tratando de relajar todo mi
cuerpo. Quizá por eso, al concluir cada inmersión en mi tanque hay suficiente
reserva como para empezar de nuevo. Así como hay suficiente reserva en mi
corazón para empezar cada mañana esta obra de amor. Mientras avanzo me
encuentro de frente con una linda parejita de peces ángel, pareciera que mi
presencia no les molesta en absoluto, los percibo amables, cuando estamos casi
frente a frente, hago un suave movimiento a la derecha para dejarlos pasar,
después de todo ellos están en su casa, es su territorio, yo soy solo una
intrusa admiradora. Entonces, me doy vuelta y los sigo con mi mirada hasta que
los pierdo cuando entran en una de esas cuevas que tienen como hogar, como
refugio en el arrecife de coral.
Inspirada en esa parejita alcanzo a mi
esposo, quisiera decirle muchas cosas, llenarle el corazón de poesía. Aunque en
el mundo submarino nos hablamos por medio de señas, le tomo la mano y se la
acaricio tratando de infundirle, en ese toque suave pero áspero por la
deshidratación de mis manos en el agua, todo el amor que me une a él. Su rostro
se voltea hacia mi, se quita la boquilla y dibuja un beso en sus labios. Le
sonrío con los ojos, vuelvo mi mirada al arrecife y allí, en medio del océano,
agradezco a Dios por mi matrimonio, por mis hijos, por el refugio que
representa mi familia. Nunca antes había llorado debajo del agua, un
sentimiento enorme me embarga, las lágrimas fluyen copiosamente de mis ojos,
debo hacer algunos ajustes para rectificar mi visibilidad y mis oídos. No tengo
miedo, me siento confiada en Dios, también confiada en mi compañero de buceo
que ha sido mi amigo por veintiséis largos años. Aunque a veces nuestras vidas
han sido como ese arrecife de coral, llenas de vericuetos, siempre en cada
quiebre del camino, en cada dificultad hemos encontrado en Dios el tesoro que
nos ha impulsado a seguir adelante en la construcción de este amor.
Me encanta sumergirme para mirar
debajo de las cavernas que forma el arrecife, siempre encuentro especies
hermosas, extravagantes, de colores vibrantes, como una colección del más puro
arte. Así como el arrecife alberga miles de especies en sus más intrincados
recovecos, así la vida alberga miles de enseñanzas en cada hueco que caemos, en
cada obstáculo que encontramos en el camino. Pero en Dios siempre hay un
horizonte lleno de posibilidades, de sorpresas infinitas para aquellos que
comprometidos con su familia se atreven a explorar las profundidades del amor
de Dios. Estoy absorta en mis pensamientos, en esa conversación de mi alma con
Dios, tratando de contener mis emociones; de repente, uno de mis hijos me hace
la señal de una tortuga con su mano. Como un consuelo inmediato la emoción de
poder ver a esta bella criatura me llena de alegría, tomo una gran bocanada de
aire y nado con fuerza tratando de alcanzarla, a diferencia de la creencia
popular estos seres no son nada lentos, nadan hábilmente con gracia y destreza.
Logro estar muy cerca, aunque tengo por norma no tocar nada en este hermoso
mundo submarino que me recibe siempre con tanta bondad, no me resisto a la
tentación de pasar mi mano cariñosamente sobre su caparazón, a penas la rozo y
quedo sorprendida por la suavidad que acaricia mis dedos. Rápidamente, supera
mi nado y se pierde en el azul del océano.
No me da tiempo de extrañar esta
sorpresa, el día de hoy ha estado repleto de bellos momentos; como uniéndose a
la celebración de mi aniversario cinco tortugas más van apareciendo una a una
en nuestro nadar. Tantas veces nos perdemos de estos sencillos pero majestuosos
espectáculos que nos da la vida; nos quedamos anclados en la tristeza, en la
pérdida, en el dolor de una experiencia amarga y damos todo por terminado
cuando el océano de posibilidades yace incógnito ante nosotros. Ha llegado el
momento de subir a la superficie, he vivido intensamente esta inmersión, como
siempre en el ascenso mi esposo me toma de la mano. A medida que subo me
despido de este mundo tan hermoso que hoy de una manera tan especial se reveló
ante mi. Al ver tu mano tomando por completo la mía siento que nos faltan muchos
océanos por explorar, muchos mares que nuestro barco aun debe surcar. Y así
como hoy el océano fue mi refugio, siento que siempre, tomados de la mano,
encontraremos refugio en el océano de Dios.
“El Dios eterno es tu refugio; por
siempre te sostiene entre sus brazos. Expulsará de tu presencia al enemigo”.
Deuteronomio 33:27
@RosaliaMorosB
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