RAFAEL LUCIANI 22 de septiembre de 2014
@rafluciani
¿Se refería a una sociedad gobernada
por la religión? ¿O a una utopía política?
Hoy urge recordar que el mensaje del
Reino de Dios fue lo más central y querido en la predicación y la praxis de
Jesús de Nazaret. De hecho, es lo que más impactó a sus seguidores y marcó la
novedad de su mensaje, especialmente orientado hacia los más sufrientes y
necesitados, a los cansados y olvidados. Y esto implica, para nosotros hoy en
día, que no podemos ser cristianos sin discernir sobre el estado de cosas que
nos rodean y los consecuentes procesos de deshumanización que conforman la
realidad social, política, económica y religiosa en la que vivimos, tanto en
nuestros contextos más cercanos —los familiares—, como en los más amplios y
globales, —sea un país o una cultura.
Caben muchas interrogantes al
discernir cristianamente la realidad. Pero todas ellas deben procurar siempre
una reflexión honesta acerca de aquellas situaciones personales y globales que
estemos viviendo, y cómo las estamos asumiendo. Entre tantas preguntas que
podemos hacernos, podemos citar algunas: ¿absolutizo a cierta persona, a un
modelo económico, a una ideología política? ¿tengo como centro de mi vida al
dinero y su continua producción? ¿soy indolente frente al drama de tantas
personas, estén cercanas o lejanas? ¿cómo entiendo la presencia del otro en mi
vida? ¿es el otro alguien a quien uso y juzgo? ¿o es un hermano a quien debo
atraer y hacer próximo a mí? Hemos de conseguir las respuestas.
Conocemos muy poco el estilo de vida
de Jesús, sus palabras y gestos cotidianos. Muchas veces se nos ha enseñado a
un Dios que no es Padre único, bueno y compasivo, por lo que caemos en la
tentación de trasladar esta relación absoluta y eterna a personas a las que
públicamente se les manifiesta una adhesión absoluta. Lo que es más triste aún,
no se enseña a tener una relación personal e íntima con Dios, que no sea
intermediada. Estas y tantas otras ideas erróneas que tenemos y que afectan el
modo de vivir nuestra fe, nacen de un hecho triste, aunque real: la mayoría de
los cristianos no leen los Evangelios, sino que se quedan con lo que se les
explica acerca de ellos. Debemos, pues, ser honestos y revisar el modo como
hemos recibido la fe y reconocer que nos toca la ardua tarea de redescubrir la
praxis y las palabras de Jesús, tan mal interpretadas por autoridades
religiosas y tan manipuladas por líderes políticos, como siempre nos advierte y
recuerda, proféticamente, el Papa Francisco.
Tomemos como ejemplo lo que el mismo
Jesús encontró en su contexto diario y cómo lo fue discerniendo. En el siglo I,
la cultura política judía practicada por Herodes el Grande se caracterizó por
la sumisión absoluta al César, produciendo una verdadera idolatría al depositar
en una sola persona el poder absoluto al que se debía servir. Los profetas lo
criticaron y distintos movimientos religiosos lo rechazaron, por considerar que
estaba traicionando la soberanía del Dios vivo y verdadero, Yahveh, vendiéndose
a los romanos para así mantenerse en el mando. Jesús mismo le recordó a sus
discípulos que «los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y
los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar bienhechores. Pero no así
entre ustedes, sino que el mayor sea como el más joven, y el que gobierna como
el que sirve» (Lc 22,25). Colaboracionismo, sumisión, bienhechuría, dádivas:
todas estas formas de relacionarse no representan el deseo más querido por el
Dios de Jesús para sus hijos, porque deshumanizan y convierten al ser humano en
súbdito y objeto de otro. Y así no es el Reino de Dios, pues en éste reina la
justicia y la paz.
Si el Reino de César no es querido por
Dios, ¿cómo entiende Jesús el Reino de Dios? ¿qué implicaciones tiene esta
noción para nuestras vidas? No se trata de un estado privado de vida espiritual
o de cosas materiales, como pueden ofrecer las instituciones políticas y
religiosas.
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