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jueves, 18 de septiembre de 2014

La ignara revolución del conocimiento, Vladimiro Mujica


Por Vladimiro Mujica, 18/09/2014

Así como la revolución chavista es maestra del uso Orwelliano del lenguaje para transmitir el engaño, la duplicidad y la desinformación, ésta no deja de generar continuamente material para la construcción de estructuras sintácticas con palabras de sentido opuesto que producen un nuevo significado. A un oxímoron clásico como “el silencio atronador” o “la cruel compasión” habría que añadirle algunos inspirados en el particular matrimonio entre fantasía y realidad en que se ha convertido la comunicación entre gobernantes y gobernados en la Venezuela de estos días. 

El “conocimiento ignorante” es un oxímoron que describe maravillosamente la última peregrina propuesta del gobierno de avanzar “la revolución del conocimiento”. Por supuesto, no se trata de que la idea sea mala. La idea de usar el conocimiento para el bien común es excelente, pero nuestro país tiene las mismas posibilidades de realizarla que los humanos tenemos de volar sin equipo ni asistencia hasta alcanzar el Sol.

Sistemáticamente, sin remordimiento, sin conciencia ciudadana, sin respeto alguno por los logros de la sociedad venezolana, con absoluto desprecio por el pueblo y sin ninguna consideración por el futuro de nuestra nación, el chavismo le ha declarado la guerra a muerte al talento y al conocimiento. Una guerra que ya lleva más de una década y cuyas víctimas más conspicuas han sido nuestra otrora exitosa industria petrolera, los avances en política sanitaria y la educación de nuestros niños y adolescentes.

La política de exterminio de la libertad de pensamiento, con su instrumento inseparable, la asfixia presupuestaria y el mantenimiento de salarios miserables, ha generado el éxodo de muchos de nuestros mejores investigadores de las universidades nacionales y el colapso de prestigiosos programas de postgrado. A ello hay que añadirle la partida a otros destinos de nuestros jóvenes profesionales que no encuentran manera alguna de ensamblar una vida productiva en un país que se ha convertido en una verdadera pesadilla para cualquier emprendedor. Al riesgo de morir en un asalto o ser víctima de un secuestro exprés o cualquiera de las modalidades de violencia que asechan a los venezolanos, hay que unirle las dificultades prácticamente insuperables para obtener un empleo digno y acorde con los conocimientos de nuestros profesionales. Médicos y odontólogos en los Estados Unidos y España; ingenieros petroleros de primera línea en Dubái, Colombia, Canadá, México y Ecuador; profesionales por miles en el Sur de la Florida, son apenas algunos ejemplos de los resultados de las políticas reales de “promoción del conocimiento” de nuestros gobernantes. Es lamentable constatar que en realidad Venezuela paga por el desarrollo de otros países en un proceso perverso de formación de profesionales que luego no encuentran ninguna opción para trabajar y crecer en su propia tierra, y siguen el camino de un éxodo costosísimo para nuestro futuro.

A la Jihad chavista contra el talento y el conocimiento hay que añadirle la piratería de muchos jerarcas del gobierno cuyo único mérito es la pertenencia al partido o la afiliación al sistema de reparto cívico-militar que controla el botín de los puestos de trabajo en la administración pública. Detrás de la incapacidad de las autoridades sanitarias para articular un discurso coherente que vaya más allá de la patraña infame de que el imperialismo nos inunda de virus y zancudos infectados, están años de poner en manos de gente que no sabe, asuntos tan delicados como la salud. Mención especial merece el lenguaje de nuestros gobernantes, el precario uso del español, la vulgaridad en la forma de expresarse y, en general, la anti-cultura del desconocimiento del otro y la apología a la violencia. Paradigmas todos que contribuyen en gran medida a la situación de violencia desmedida e impune que ha invadido a Venezuela.

Programas faraónicos como la Misión Ciencia, fracasaron en manos de la politización de las decisiones y la incompetencia supina. Otro tanto se puede decir del sistema de becas y de los supuestos programas de apoyo a la investigación. A la acertada decisión de avanzar con una ley moderna de ciencia y tecnología, le sucedió el desacierto de nuevamente centralizar todos los recursos y emascular así el esfuerzo de generar una interacción fructífera entre la universidad y la industria.

El gobierno se llena la boca con grandilocuentes cifras de inclusión en el sistema escolar y universitario que esconden el hecho de que la calidad de nuestra educación va en picada, entre otras cosas, por el simple hecho de que no tenemos suficientes maestros y profesores para enseñar las asignaturas de ciencias, gracias a la improvisación y carencias en las políticas educativas del gobierno. La lista de desaciertos es muy larga, pero un lugar especial lo ocupan los intentos de adoctrinar a nuestros niños con libros y literatura escolar que distorsionan nuestra historia y que pretenden reforzar el rol de semi-divinidad benévola del comandante Chávez.

El llamado a la revolución del conocimiento que hizo el presidente Maduro hace varios días convoca, no a la alegría y a la participación por una política acertada del gobierno, sino a la tristeza y a la indignación, porque se trata simplemente de un engaño más. No puede haber revolución del conocimiento sin mujeres y hombres que valoren el saber y lo ejerzan en sus respectivos espacios, especialmente si estos espacios son de gobierno y servicio público.

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