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sábado, 27 de septiembre de 2014

Deflación, por Miguel Mendez Rodulfo

Miguel Mendez Rodulfo 26 de septiembre de 2014

La deflación es la consecuencia de un prolongado decrecimiento económico, de manera que es precedida de una persistente recesión. Pero la deflación (como la inflación) es un fenómeno de apreciación psicológica. Ambos estadios se originan por la percepción que tienen los agentes económicos acerca de la tendencia que lleva la economía. Acotando que la deflación tiene un efecto contrario a la inflación, pero que es tanto o más negativa que ésta, ella se caracteriza por una disminución de todo el universo de precios de los bienes y servicios, por lo menos durante dos semestres consecutivos. Podemos decir pues, que una recesión prolongada, causa una caída en la demanda y ello conduce a la deflación, la cual se mide en tasas de variación negativa del IPC. Así las cosas, cuando la oferta es superior a la demanda, el sector empresarial se ve obligado a reducir los precios para poder vender la producción y no verse obligado a acumular inventarios.

Visto así, desde la lógica de quienes padecemos crónicamente de inflación, pareciese que la deflación es buena, porque baja los precios y pone al alcance de las familias bienes y servicios más baratos; sin embargo, las cosas no son tan simples y allí es donde actúa la psicología de masas: cuando la gente percibe que las cosas que desea adquirir, las puede comprar más baratas en un futuro mediato, pospone su anhelo de posesión. Esto estimula el ahorro como salida a la liquidez acumulada en las familias, lo cual aumenta la cantidad de dinero en las bóvedas bancarias, lo que ayuda a disminuir más los precios de los bienes de consumo. Los bancos por su parte, destinan el dinero a colocaciones a largo plazo o a plazo fijo; de esta forma, al existir una enorme oferta de dinero disponible para crédito, el precio de los préstamos baja, es decir disminuye la tasa de interés. Como se puede ver, se forma una espiral perniciosa que hunde poco a poco la economía de un país, tal como le pasó a Japón que estuvo dos décadas paralizado por la deflación. Un ejemplo ilustra mejor las cosas:

Juan, un dueño de una heladería, vende muchas barquillas. Eso crea un gran movimiento. Así, realiza más pedidos de leche, huevos, harina, computadoras, y el negocio florece. Un día la gente dejó de comprar barquillas. Juan tenía mercancía pero no clientes. Los compradores esperaban que los precios bajaran. Juan le avisó a sus proveedores que esperaran por un nuevo pedido. En respuesta los proveedores bajaron los precios para incitar a Juan a comprarles. Juan decidió esperar un poco para comprar, a la espera de que los precios bajaran más. Entonces los proveedores le avisaron a los productores de azúcar, mantequilla, harina, leche, huevos, que congelarían sus pedidos hasta que los pecios bajaran más. Nadie compra, nadie vende. Las ganancias bajan. Uno tras otro los negocios cierran. Sin trabajo y sin dinero la gente no puede comprar, eso deprime la economía, se estanca y se materializa la deflación.

Todos esperan que los precios bajen. Pero eso no incita a la gente a comprar. Parece un paraíso para comprar, pero ese escenario no se materializa. No incita a comprar. Todo es más barato porque hay menos movimiento económico, menos recaudación de impuestos, más empresas cierran, lo que hace caer los salarios. Bajar los precios no incita a comprar, al contrario hace que los comerciantes ganen menos, pero no estimula la compra. Se crea la impresión en el público de que si algo vale poco, no es que se le rebajó para provocar su venta, sino que es malo, o es pirata, o está vencido, o es ilegal. La deflación se produce cuando el crecimiento es muy bajo en el presente y a largo plazo es inestable; además  la inflación es extremadamente baja. Incluso con precios más bajos el poder de compra se reduce.

Miguel Méndez Rodulfo

Caracas, 26/09/2014

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