ANDRÉS CAÑIZÁLEZ 22 SEP 2014
El humorista debe
cumplir su misión que es burlarse del poder, corroerlo, mostrar que el rey está
desnudo
Lo digo directamente: es herencia de
Hugo Chávez o resultado intrínseco de su mala gestión el desastre que vive el
sector salud, en Venezuela. No lo digo yo, solamente, lo dice y lo padece mucha
gente y se escribe en diversos periódicos. Escribo esto y con seguridad no
causa escozor, no revuelve conciencias. La vida sigue. Muy diferente es cuando
una viñeta, como la que hizo la caricaturista Rayma Suprani, sintetiza en una imagen cómo el sector salud está en coma y
eso lleva la firma del comandante Chávez.
La caricatura ha sido censurada históricamente. En
Venezuela precisamente a los caricaturistas se les persiguió y encarceló con
saña en el siglo XX. En este siglo se les censura, se les calla. O deberíamos
decir se les intenta acallar. La dinámica actual de redes sociales, teniendo
como plataforma a Internet, permiten que finalmente el mensaje se difunda. Pero
en el fondo la lógica sigue siendo la misma, el poder puede tolerar la crítica
escrita, pero no cuando la crítica se representa en una caricatura, cuando se
caricaturiza al poder.
Una de las primeras señales que dio
Hugo Chávez de que no iba a tolerar la crítica fue por allá por el año 2000. En
una cadena nacional increpó al artista plástico y caricaturista del diario El
Nacional por más de cuatro décadas, el maestro Pedro León Zapata: "¿cuánto te pagaron, Zapata?",
le preguntó Chávez, tras la viñeta en la cual se decía que el régimen quería
una sociedad civil sumisa. El hombre de poder no concebía que la opinión del
caricaturista fuese propia, sino que había sido comprada.
Zapata, Rayma o Edo Sanabria así como
tantos caricaturistas venezolanos no sólo no tienen precio, y lo vienen
demostrando con creces, sino que en verdad se conectan con la tradición
venezolana en su campo. La caricatura es una suerte de contrapoder y no porque
el caricaturista posea riquezas o domine al Estado; tiene el poder -enorme por
cierto- de caricaturizar, de ridiculizar, a aquellos que sí ejercen el poder.
El hombre de poder se asume en un estrado diferente, ajeno o a salvo de la
crítica pública. Y la caricatura no sólo lo hace terrenal, sino que lo
cuestiona de tu a tu. Por eso, desde mi punto de vista, a los caricaturistas
siempre se les condena o se les censura, especialmente en los régimenes que se
pretenden absolutos, eternos.
La salida de Rayma del diario El Universal, previa
censura sobre su trabajo, evidencia al menos dos cosas. Este periódico, quien
sea que lo haya comprado, fue comprado para no molestar al poder. Por esa
razón, en primera instancia se enfilaron las acciones para vaciar las páginas
de opinión de aquellos puntos de vista incómodos. La caricaturista sin duda
simbolizaba esta opinión que incomodaba al poder, en la medida en que podía
ridiculizarlo. Sale Rayma y quien sea que ocupe su lugar en las páginas de El
Universal entrará sabiendo que no puede molestar al poder.
La segunda cosa que evidencia este
despido de Rayma es que reina la autocensura. La caricatura no llegó a ser
publicada, por una decisión interna del medio, de quienes manejan este medio,
decidieron no publicarla, obviamente para evitar molestar al poder. Como suele
suceder, censurar un contenido potencia el mensaje que se iba a dar. De haberse
publicado la caricatura sin duda hubiese molestado al poder, pero ya sería
historia, es decir la velocidad informativa hubiese hecho que pasara, como
otras tantas caricaturas de Rayma. Cuando se le censura, cuando esa caricatura
pasa a ser la que no pudo publicar Rayma, y que además les cuesta su relación
laboral con El Universal luego de casi dos décadas, entonces se potencia su
mensaje. Pasa a ser emblema de protestas, como se ve en algunos lugares; da la
vuelta al mundo como le está dando. La caricatura ya deja de ser una más para
pasar a ser un símbolo contra el autoritarismo.
Insisto, es muy lamentable que Rayma
haya salido de El Universal. Pero su caso no es para nada aislado, y menos en
la historia venezolana. En "El orgullo de leer", publicado por la
Academia Nacional de la Historia (Caracas, 1988), el historiador y periodista,
el entrañable Manuel Caballero expresaba que el humorismo puede ser político.
Es más, el humorismo debe ser político. Más todavía, todo humorismo es
político. Pero hay que tener siempre presente que el humorismo es un arte. El
humorismo puede y debe meterse con todo poder, no con un poder. El humorista
debe cumplir su misión que es burlarse del poder, corroerlo, mostrar que el rey
está desnudo. De igual manera, el poder (o por extensión, la política) debe
cumplir frente al humor su tarea específica: o lo soporta y tolera o lo
persigue y aplasta.
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