Luis García Mora 28 de septiembre, 2014
Examinemos la hoja de ruta. La
bitácora.
Todo el mundo espera que estalle la
bomba. Desde el economista más preclaro hasta el taxista que se descarga con un
“No sé en qué parte de la madre tienen que darle a este pueblo para que
reaccione”.
Existen coincidencias específicas que
obligan a afirmar que todo es cuestión de tiempo.
El país como botín no da más.
El Gobierno trata de evadir la
realidad y, al estar contra las cuerdas, intenta ganar tiempo. Tiempo. La
mercancía política más codiciada en este momento de transición.
Hasta el gurú y pragmático operador
político de este régimen, el inefable José Vicente Rangel, dictamina sobre el
trazado del mapa de esta situación de calamidad que “la reacción ante el
desabastecimiento, la inflación, la inseguridad, la caída de la producción, el
nefasto entramado burocrático que entraba la gestión oficial, repercute en un
pueblo consciente de sus derechos y dispuesto a reclamar. Por ahora
pacíficamente, pero ¿por cuánto tiempo?”.
Es lo que inquieta en esta Venezuela
del cambio y las definiciones.
Mientras tanto, otro operador sagaz,
Vladimir Villegas, subraya que no sólo las puertas para el diálogo están
abiertas para que se establezcan los espacios de conversación entre el
oficialismo y la oposición, sino aún más, que el llamado formulado por el nuevo
secretario general de UNASUR, el expresidente colombiano Ernesto Samper,
“seguramente obedece a una señal concreta por parte del gobierno del presidente
Nicolás Maduro”.
Aunque hasta el (ya de salida)
Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, ve muy difícil este diálogo
mientras haya líderes opositores presos, se habla de que se pueden abrir las
compuertas algo más. Y así sea que por razones de seguridad y de salud fue que
soltaron al muy enfermo Iván Simonovis, ante una situación de vida o muerte como
ésta para el régimen también es el momento de las grandes definiciones.
El momento de los cambios en esta
ecuación política.
La MUD, en sintonía con la actual
situación, congestionada en su dirección y en un mal momento, reaparece con la
elección de “Chúo” Torrealba en su coordinación ejecutiva. En lugar de un
activista político, se decantan por un luchador y comunicador popular en
sustitución de Ramón Guillermo Aveledo, o de lo que alguien acertadamente
denominaba “un político de salón”. Dan la impresión de que en verdad están
dispuestos a acometer un cambio de primer orden, de envergadura.
Veremos.
Y en este sentido hay que apostar,
pues “La noticia es (ha dicho Torrealba) que la MUD se va para la calle”. Es
decir: que convoca a movilizarse.
Sí.
Entonces, ¿se agotó la vía
democrática?
No.
Aunque la amenaza de implosión se hace
cada vez más manifiesta, ¿termina esto en una gran manifestación nacional?
Quizás.
¿Aguantan aún más nuestras clases y
los sectores aún más desprotegidos esta violenta economía del rebusque vital y
la feroz situación de inseguridad? ¿Hay esperanzas?
La casa venezolana, las familias, se
asfixia desde afuera. Y se la está llevando a una crisis en que la presión
aumenta de tal manera que, a estas alturas, los cambios de referencia y de
personajes (sea en el Gobierno o en la MUD) no tienen importancia: lo que
importa son los cambios que –en lo inmediato– tales personajes puedan producir.
En los sectores con naturalezas
aspiracionales, el ser humano se refugia en su esencia: la esencia republicana.
Las organizaciones civiles se han repotenciado durante este proceso. Sindicatos
obreros, gremios, Fedecámaras, asociaciones profesionales, todos asumen
denuncias y propuestas. El Colegio de Ingenieros. El Colegio de los Médicos. Todos jugándose en muchos casos
el pellejo, la vida, la libertad.
La desconexión es tal que las
denuncias desde los partidos políticos vienen sin contenidos. Quienes pusieron
al régimen contra las cuerdas fueron los estudiantes y los colegios
profesionales. Quienes acabaron con las mentiras fueron y han sido los
periodistas independientes.
Este régimen ha impuesto un modelo de
vida.
Y la oposición está en proceso de
recomposición: la manera como asume el reacomodo Torrealba es completamente
distinta a la de Aveledo.
Pero el diagnóstico tiene que terminar
en un tono de esperanza.
El Gobierno con todos sus recursos no
ha podido dominar a la sociedad. El plan de comprarse todos los medios no les
ha servido de nada, pues han perdido credibilidad. De acuerdo con las
encuestas, cada vez más hay un sector del país más grande que no les cree.
Las imágenes de Maduro en el Bronx dan
pena, tristeza. ¿Usted cree que ser conocido en el mundo como dictador –para un
hombre salido de los sindicatos, un dirigente obrero– no le afecta?
Con el país en medio de una situación
de calamidad sanitaria y humana como la nuestra, tan cruel y desatendida, lo
del ébola es una falta de respeto. Y con toda esa sarta de lugares comunes en
el discurso de la ONU, ¿cómo puede Maduro estar lanzando mensajes ambientales
al planeta cuando con tanta insalubridad, acaba –de paso– de eliminar el
despacho del Ambiente?
Hacerlo cuando el discurso global no
está ahí, sino en este apocalipsis de los fundamentalismos, de los desplazados,
de los problemas de migración (dos millones de venezolanos se han ido), de la
tragedia de los nacionalismos, del nuevo orden financiero para evitar la
crisis…
El diálogo, esos puentes suspendidos
sobre la actual circunstancia, es un problema de todos. Cierto. Pero es aún
mucho más acuciante para el Gobierno. Con esta crisis, y con las tuercas tan
apretadas que mantienen al país inmóvil, están gravitando sobre el vacío.
Las formas de convivencia (y hasta de
la cultura) siempre se han construido detrás de lo económico. Nunca al revés. Y
cuando apagas los motores del comercio y la economía, lo único que sobrevive es
la oscuridad absoluta.
Y en Venezuela se apagó la luz.
El 40% (o más) de las empresas del
sector industrial está cerrado, más el 12% de las de servicios. El 8% de la
población económicamente activa se fue. Como diría alguien, “estamos en un
punto definitivo de la vida de la Nación”. No se le puede dar la espalda a las
vainas de esa manera. Miren ya por dónde vamos: ¡Una guerra bacteriológica!
El Gobierno sí que tiene un problema
de tiempo.
Querían pasar una aplanadora y acabar
con esto, pero no pudieron. Se les acabó la gasolina: el legado de Chávez es la
miseria.
Armaron una fiesta en un país amante
de las fiestas. Y, a través de la petrodiplomacia, esa bacanal se extrapoló a
Nicaragua, a Bolivia. Impresionante. Y están todavía celebrando y no quieren
salir de la fiesta, mientras afuera amanece y la gente (el resto) intenta
sobrevivir.
Todo está cambiando de un momento para
otro. El Gobierno alcanzó sus niveles críticos. Lo que viene es desgaste.
Y sí, amigo lector, creo que están a
punto de arrancar acontecimientos.
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