Escrito por Trino Márquez (sociólogo) Jueves, 25 de
Septiembre de 2014
@trinomarquezc
Nicolás Maduro sintió el látigo de la
indiferencia cuando habló en la Cumbre Climática de la Organización de las
Naciones Unidas en New York el pasado 23 de septiembre.
En su comparecencia se quedaron por
obligación los miembros del cuerpo de seguridad que resguarda el recinto y uno
que otro despreocupado representante que se ocupaba de ver los últimos correos
electrónicos que había recibido. Todos los demás delegados que no tenían la
obligación protocolar de estar allí salieron despavoridos. Sabían que les
tocaba oír un discurso machacoso, repetitivo e inútil de un mandatario que iba
a condenar la destrucción del ambiente por parte del capitalismo, pero que días
antes había eliminado el Ministerio del Ambiente, creado hace 37 años cuando el
tema ambiental era secundario en todas las agendas internacionales y el Estado venezolano
era una ejemplo mundial de protección de todo el ecosistema. Ni siquiera por
cortesía se quedaron en la sala plenaria los socios de la ALBA, esos que la
largueza irresponsable del régimen ha mantenido durante varios lustros. La
soledad de Maduro expresó el aislamiento internacional de su gobierno. En la
ONU se reflejó la soledad de un presidente que desperdició la popularidad que
le dejó su “padre” y predecesor.
Algunos gobernantes, ese fue el caso
de Mijail Gorbachov, pero impopulares dentro de su país, pero disfrutan de una
inmensa aprecio y prestigio internacional. Maduro no logra ninguno de los dos
objetivos. Su imagen se erosionó en el plano interno y en el internacional.
Chávez lograba imantar –muchas veces con su chequera petrolera y otras con su
carisma- a la izquierda que había quedado huérfana después de la caída del Muro
de Berlín y del derrumbe de la Unión Soviética. Sus delirios de grandeza
cautivaban a una izquierda traumatizada después del colapso del comunismo. A
esos sectores les insufló fuerza y una nueva esperanza. Maduro no logra
despertar el entusiasmo de nadie. Ningún periodista importante se interesa por
lo que pueda decir. La audiencia internacional que le dejó el comandante se
esfumó. Ya no cuenta con petrodólares para seducir ni cortejar a los
oportunistas que se acuerdan de Marx cuando necesitan aumentar su cuenta
bancaria.
La soledad es el sino que persigue al
hombre que se entregó en brazos de los militares y de los cubanos para poder
subsistir. Sin embargo, el aislamiento no lo hace menos peligroso. Todo lo
contrario. Un mandatario que disfruta
del apoyo popular, que hace estremecer a las masas con su discurso y su ángel,
puede actuar con benevolencia porque sabe que ese pueblo al que cree
representar, lo protegerá. En cambio, el gobernante abandonado por el calor de
las masas se torna desconfiado y rencoroso. Ve el peligro en todos lados. Opta
por el camino de la represión para conservar el mando. Maduro es la prueba
evidente de este síndrome. Sus movimientos son monocordes. Se fundan en la
amenaza y la represión. La esfera política desapareció de su horizonte. Se
extinguió todo el ámbito relacionado con la consulta, el diálogo, la
negociación y la construcción de
consensos. El país se redujo a su pequeño mundo donde solo existen los
Diosdado Cabello, los Elías Jaua, los Pedro Carreño, los oficiales de su Alto
Mando y los cubanos. Todo el resto de esa nación compleja y diversificada que
es Venezuela, se esfumó.
La inflación, la escasez y el
desabastecimiento devoran al país, la enfermedades endémicas lo diezman, la
inseguridad mantiene a la población en constante alerta. Todos los graves y
urgentes problemas nacionales requieren acuerdos con amplia participación de
los actores involucrados. A Maduro solo se le ocurre presionar a Eduardo
Garmendia, presidente de Conindustria, y acusar de terrorista a Ángel
Sarmiento, presidente del Colegio de Médicos de Aragua. No sabe cómo actuar
frente al desastre que creó o profundizó porque se mantiene anclado en el
Medioevo, cuando el Estado de Derecho y la democracia eran simples proyectos
acariciados por algunos cuantos filósofos.
Su arrogante ignorancia están
pagándola todos los venezolanos. Venezuela es el país de peor desempeño en toda
la región. El de mayor pobreza y peor calidad de vida. En la ONU recibió su
castigo.
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