miércoles, 17 de septiembre de 2014

Política y Religión, por Omar Barboza Gutiérrez

Omar Barboza Gutiérrez septiembre de 2014

Una versión del Padre Nuestro en la que se sustituye la figura de Dios por la de Hugo Chávez, motiva las reflexiones contenidas en este artículo.

Quienes ejercen la política como la vía para llegar al poder como un fin en sí mismo, y no como un instrumento para trabajar por el bien común, se apartan de su responsabilidad pedagógica de educar a los ciudadanos con el ejemplo, y más bien, mal utilizan la buena fe o la ignorancia de alguna gente para inducirla con métodos deshonestos a la idolatría, como una forma de dominación, en vez de llevar a cabo un buen gobierno y ganarse el apoyo de los gobernados.

Una mala manera de conservar el poder para satisfacer la ambición del gobernante y preservar sus privilegios, es utilizar falsos ídolos con la intención de ganarse el corazón y la fe de los ciudadanos, lo cual es común en los modelos totalitarios, que impulsan la idea del culto al Jefe Único, a quien le asignan una connotación de divinidad, tal como ocurrió en la dictadura de Corea del Norte, donde el dictador Kim IL-Sung se hacía llamar oficialmente "Nuestro Padre Celestial".

Quienes promueven en nuestro país un totalitarismo santero, y además pretenden presentarse como revolucionarios marxistas, sino estuvieran tan influenciados por la falta de escrúpulos, deberían recordar que Marx era ateo, y por eso llegó a afirmar que la religión es el opio de los pueblos, sin imaginarse que en la Venezuela de hoy el opio de nuestro pueblo son los gobiernos que lo traicionan y que para disimularlo pretenden disfrazarse de religión.

Se olvidan los titiriteros de este circo, que la traducción política de la idolatría es el totalitarismo que pretende sustentarse en el poder intentando hacer del Estado, o de un líder, un dios infalible, todopoderoso, ante el cual los ciudadanos deben sacrificar sus vidas y su futuro. Asignarle carácter divino a un líder político es un retroceso a la época de los emperadores o reyes, que decían gobernar por la voluntad de Dios, y eso les daba derecho a disponer de lo humano y lo divino.

La modernidad se inició cuando se separó la política de la religión, y cuando, a partir de allí, se establecieron la libertad y los derechos humanos a nivel Constitucional, incluyendo la libertad de cultos, tal como lo establece el Artículo 59 de nuestra Carta Magna que obliga al Estado a garantizar la libertad de religión y de culto.

No hay combustible más explosivo en favor de las tiranías y la violencia entre hermanos, que la unión de la política con la religión, como si fueran una sola cosa. En los últimos días el mundo ha visto escenas escalofriantes, como la decapitación del periodista norteamericano James Foley en manos del grupo extremista del llamado califato islámico de Isis. El islam, como la mayoría de las religiones, está integrado por diferentes corrientes, unas moderadas y modernas, y otras retrógradas, donde se impone el machismo, la intolerancia y el autoritarismo, que es lo que el grupo de Isis representa actualmente, y que tiene como meta, mediante la violencia, la idea cavernícola de imponer Estados teocráticos en todos los países del planeta a objeto de que la ley islámica, tal como ellos la interpretan, se convierta en ordenador de la vida en todo el universo; para ellos desaparecen las fronteras que deben separar la Religión, el Estado y la Sociedad. Esta locura amenaza hoy gravemente la integridad de Iraq como nación, e incluso, empieza a amenazar a cualquier país que haga algo para oponerse a sus planes. Es por ello que cualquier indicio que se presente en algún país civilizado donde se pretenda unificar lo político con lo religioso debe ser denunciado como una amenaza para la paz y para la vigencia de las libertades consagradas en favor de los ciudadanos del mundo.

Para señalar el camino correcto en esta materia, debemos citar el ejemplo de Turquía que pudo desarrollar un Estado seglar dentro de una sociedad mayoritariamente musulmana. Su nuevo Presidente, Erdogan, de creencias islamistas, se somete a las normas, Estado por un lado y Religión por el otro, esa es una sabia herencia que le dejó a Turquía, Ataturk padre de esa República.

Culmino estas reflexiones citando a Simón Alberto Consalvi, quien en su libro "La Guerra de los Compadres" expresó: "Cuando uno se adentra en ese mundo de falsos espejos e intenta ir al fondo de las sociedades que se rinden al hombre fuerte, que olvidan sus propios intereses y los de su país para erigirle estatuas y monumentos, para endiosarlo y quemarle incienso y mirra en un delirio de irresponsabilidad colectiva, uno se pregunta si no vale la pena deslindar de algún modo lo que han sido los dictadores o los déspotas, y la conducta de la sociedad que los acogió, hospedó e, incluso, contribuyó decisivamente en las demencias y desmesuras del poder".


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