KARLA MORALES R. 27 NOV 2014
Karla Morales es abogada
especializada en Derechos Humanos. Colabora como columnista de varios medios
impresos y digitales en Ecuador y Estados Unidos.
Las crisis económicas y
las necesidades latentes en Latinoamérica fueron factores claves para el cambio
de tendencia en la región
En América Latina, la izquierda y la
derecha son diferentes de las que existieron antes de la caída del muro de
Berlín. La izquierda, que seguía sentimentalmente unida a la utopía fracasada a
principios de los 90, había perdido buena parte de su capacidad de influencia.
La derecha aprovechó el espacio y se enraizó. Esto con un discurso de propiedad
y orden, sin considerar que la propiedad es funcional a la libertad y sin
preocuparse de que aquella se distribuya en lugar de que se concentre. Se
transformó en la voz política de quienes amparan el abuso y las desigualdades.
La indiferencia y la desatención de la
derecha propiciaron violaciones continuas y prolongadas de los derechos
humanos. Convirtió a Latinoamérica en la región en desarrollo que mejor ejemplificaba
el proceso mundial de “urbanización de la pobreza”. A fines de los años
noventa, seis de cada diez pobres habitaban zonas urbanas y las deficiencias de
tipo habitacional, de nutrición, de acceso a salud y educación se incrementaron
año a año. Necesidades que actuaron como fertilizantes en quienes querían poder
sin tener bandera.
Latinoamérica yacía cargada de urgencias
mientras los Gobiernos de derecha marcaban distancias abismales en el acceso a
servicios públicos, respeto a derechos fundamentales y repartición de riquezas.
Fue bajo Gobiernos de derecha que los crímenes de género despuntaron y la
homofobia se fortaleció. El racismo, especialmente a pueblos indígenas, se
extendió como práctica generalizada. No existían políticas eficientes en materia
de salud pública; el narcotráfico se trataba desde las esquinas; las
desapariciones se institucionalizaron como herramienta para garantizar la
seguridad y el orden social. Los índices de analfabetismo se elevaron. La
protección ambiental no era considerada como un tema relevante en la agenda
pública, tampoco la homogenización de oportunidades.
La derecha usó el poder para el
beneficio exclusivo de la clase política de turno y eso, silenciosamente, iba
fecundando al socialismo del siglo XXI. La derecha lo parió. Lo parió por
autoritaria, explotadora y excluyente. Le regaló las bases de un discurso que
usa la retórica de la democracia para violar los principios de la misma, tal
como ella lo hacía con el liberalismo. Inevitablemente, la democracia liberal se
devaluó.
Las crisis económicas y las necesidades
latentes en Latinoamérica, acompañadas de un discurso enfocado en la soberanía
de los recursos naturales y la reducción de la desigualdad social fueron
factores claves para el cambio de tendencia en la región. Precios
extraordinariamente altos permitieron que el mesianismo político de Chávez,
Cristina, Evo o Rafael encuentre asidero. Con ello invisibilizaron sus
verdaderas intenciones, el poder ilimitado, proponiendo un sistema económico
“Robin Hoodeano”, con crisis macroeconómica en el mediano plazo, que adolece de
corrupción y que genera el nacimiento de nuevos ricos, los amigos del poder,
los boliburgueses.
Mientras la derecha evitaba los medios
de acercamiento con el pueblo y sus líderes asumían posturas de deidades
inalcanzables e indiferentes, el socialismo del siglo XXI, que no es otra cosa
sino populismo con nombre renovado, tendía puentes hablando el mismo idioma que
su electorado. Sin poses, de cerca, cantando. Llamándolos “compañeros” .
América latina por años sufrió la vía
latifundista del desarrollo agropecuario, un sistema desastroso para la
democracia y que frenó el crecimiento económico llenando los bolsillos de unos
pocos, casi siempre amigos del poder. El socialismo del siglo XXI incluyó en su
discurso la redistribución de las tierras con políticas absolutistas. Pasando
de un extremo a otro y sin considerar prácticas participativas que analicen las
realidades de forma pormenorizada, menoscabando los derechos individuales y
colectivos. Una cadena de abusos con nombres distintos.
Es muy propio de la derecha ejercer
funciones desde la prepotencia y la soberbia, características también de este
nuevo socialismo. Ambos criminalizan la protesta y descalifican, usando el
poder estatal contra cualquiera que cuestione el régimen. Por ello es bastante
normal encontrar en estos nuevos líderes rasgos de las cabezas de la derecha.
Como si se tratase del hijo que niegas y que al mismo tiempo es el más parecido
a ti.
La derecha, antes de culpar al
socialismo del siglo XXI por todo lo que hoy le sigue doliendo a Latinoamérica,
debe asumir que dejó tan mal a los pueblos que gobernó como para que crean que
estas revoluciones son la única solución. Debe entender que culpar a los
nuevos, como estrategia de resurgimiento, los deja en ridículo.
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