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domingo, 23 de noviembre de 2014

De la fraternidad perdida al suicidio colectivo, por @rafluciani

RAFAEL LUCIANI sábado 22 de noviembre de 2014
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com

Pareciera no haber esperanza en un futuro mejor cuando se vive en una sociedad abatida por la violencia, cansada de luchar y sufriendo el peso de discursos públicos diarios con talante autoritario. Muchos se han dejado llevar por sentimientos de resignación e indiferencia que impiden aceptar el fracaso de un modelo de país que sólo ha logrado fracturar a la sociedad y que pretende ahora resquebrajar su moral y esperanza.

¿Seremos capaces de sanar a una sociedad tan fracturada como la nuestra?, ¿estamos dispuestos a hacernos próximos al otro y reconocerlo, incluso al desconocido que consideramos enemigo u oponente, para emprender un camino juntos?, ¿hasta qué punto estamos contribuyendo a superar la exclusión ideológica, el fanatismo político y la violencia social, que generan tantas víctimas? Estas y muchas otras son interrogantes a discernir como país, si no queremos seguir con el triste empeño de caminar hacia un suicidio colectivo, como ya ha sucedido en otras naciones en conflicto. La única opción en la que todos podamos sentirnos incluidos -como hermanos- es la que pueda nacer de un proceso de «reconciliación social» y recupere el sentido de la «fraternidad», ahora olvidada por muchos, pero que siempre distinguió a la sociedad venezolana.

La praxis histórica de Jesús nos puede ayudar. Primero, reconoce el deterioro de la realidad sociopolítica y religiosa del siglo I, y apuesta por un modo de vida que busca recrear las maneras como nos relacionamos los unos a los otros. Segundo, nunca se resignó a la normalidad de quien vive de las sobras que recibe. De hecho, no renunció a su legítimo derecho de luchar por una sociedad de justicia y bienestar «para todos». Tercero, tampoco cedió ante la lógica oficial del miedo, que es la del victimario y el poderoso. Ellos lo mataron, pero nunca pudieron quitarle su libertad y esperanza. Él siempre fue dueño y sujeto de su propia dignidad. Pero esto no fue fácil, porque tuvo que poner las creencias y las ideologías a un lado, para que «todos» pudieran sentarse juntos en una misma mesa.

Cuarto, su modo de ser no empleó palabras ni actos violentos, como tampoco apoyó actitudes ni regímenes autoritarios en su contexto. Aún más, denunció a aquellos que vivían del carrerismo religioso y practicaban la exclusión sociopolítica. ¿Qué veían, entonces, tantos pobres, enfermos y excluidos en Él que les llamaba la atención y lo querían escuchar? Su «honestidad con la realidad que vivían» y la «no violencia» con la que actuaba (Mt 5,38-48). Algo novedoso porque muchos políticos y religiosos no lo hacían.

Esta praxis no es exclusiva de los cristianos. Pertenece a todo aquel que quiera hacerse humano y apostar por una sociedad de bienestar, antes que una de carencias. Es de todos los que quieran luchar para no vivir en una sociedad fracturada, agotada ya por la angustia de tener que sobrevivir diariamente, buscando lo mínimo para subsistir. La voluntad de cambio político y de mejora económica pasa, más que nunca, por una propuesta de reconciliación social. Sin ello, sólo quedará el suicidio colectivo de un país.

RAFAEL LUCIANI

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