Fernando Mires 17 de noviembre de 2014
Nadie ni nada lo oculta, la oposición
venezolana está dividida. Aunque más difícil será saber los términos exactos de
la división.
¿Está dividida en dos programas
diferentes? Imposible, porque hasta ahora el único es el de la MUD, programa
que hasta ahora nadie ha cuestionado, quizás porque casi nadie lo ha leído.
¿Está dividida en torno a dos o tres o
más líderes? Si es así, sería ridículo
puesto que los líderes se definen en primarias pre-presidenciales; y de eso
estamos todavía muy lejos.
¿Está dividida gracias a “La Salida”?
Quizás, pero “La Salida” terminó y hay que dar vuelta la página. Los temas de
hoy son diferentes. El pasado pertenece a la historia, no a la política.
¿Está dividida entre constitucionalistas
y parlamentaristas? El mismo López ha declarado que su llamado a reunir firmas
para la –por ahora- irrealizable Asamblea Constituyente, no está planteado en
contra de las elecciones parlamentarias. El Congreso Ciudadano de M. C. Machado
tampoco ha pronunciado un sí o un no claro con respecto al ofrecimiento
constitucionalista de López.
¿Está dividida entre electoralistas y
abstencionistas? Es probable. Pero hasta ahora no se conoce una sola declaración
de ningún opositor de relieve –dejemos a columnistas irresponsables a un lado-
en contra de las elecciones parlamentarias. Ni M. C. Machado ni L. López se han
pronunciado de modo explícito (repito, hasta ahora) en contra de la vía
electoral y a favor de una vía insurreccional que no pase por elecciones.
Una versión intermedia a la que
supuestamente se da entre electoralistas y abstencionistas surge entre quienes
dicen aceptar las elecciones, pero solo como una entre diversas formas de
lucha. Sin embargo, nunca nadie ha escuchado a Capriles o a Chúo Torrealba
pronunciarse en contra de huelgas, bloqueos de caminos, demostraciones
estudiantiles, rayados de paredes y “otras formas de lucha”. Todo lo contrario.
¿O esa división tiene lugar entre
quienes se muestran abiertos al diálogo con el gobierno y quienes se cierran a
todo tipo de diálogo? Por momentos pareciera que así es. No obstante, si
tenemos en cuenta que los principales enemigos del diálogo están en el
gobierno, el problema aparece resuelto por sí solo. Y aunque así no fuera,
negarse al diálogo por principios, es negarse a hacer política. De ahí que la
disyuntiva no debería ser diálogo sí o diálogo no, sino las condiciones,
contenidos y objetivos de un eventual diálogo. Para poner un ejemplo, realizar
un diálogo sin exigir la liberación de los presos políticos, solo llevaría a
profundizar las divisiones internas en la oposición. Mas vale no intentarlo.
Pero negar por principio todo diálogo si el gobierno da muestras de ceder en
torno a ese o en otros puntos, sería una aberración.
No obstante, plantear un diálogo cuando
se avecina un momento electoral, no parece ser algo muy inteligente. Ni en las
democracias más perfectas las fuerzas contendientes dialogan durante un periodo
pre-electoral. El verdadero diálogo político es siempre post-electoral. En un
momento habrá que hacerlo. Pero ese momento al parecer no ha llegado.
En fin, sabemos que la oposición está
dividida, pero nadie conoce muy bien los exactos términos de la división. De
pronto se tiene la impresión de que lo que tiene lugar no es una división, sino
una lucha cerrada por la hegemonía. A veces esa lucha se dirige en contra de la
MUD. Pero como quienes la encabezan están dentro de la MUD, es posible concluir
que, quienes están en contra de la MUD dentro de la MUD aspiran a controlar la
MUD y, si eso no es posible, formar otra MUD, sea desde la MUD, sea desde fuera
de la MUD. En fin, casi una locura
Lo que sí parece ser evidente es que
ante la ausencia de perspectivas y ante la imposibilidad de encontrar una
alternativa inmediata, algunos han optado por sustituir al enemigo principal
por el enemigo secundario.
La conocida tesis de René Girard con
respecto a esa arcaica tentación humana que lleva a la creación de chivos
expiatorios –o sustitutivos- sobre los cuales depositamos agresiones
contenidas, tendría en Venezuela un punto de comprobación. Pero la tesis de
Girard es antropológica y ahora estamos hablando de política.
En términos políticos cabe esperar que
la cercanía con respecto a las elecciones parlamentarias logrará distender
algunos antagonismos internos. No olvidemos que hay una línea constante en (no
solo) la política venezolana. Es la siguiente: Mientras más lejos se ven los
eventos electorales, las diferencias internas tienden a proliferar. Al revés:
mientras más cerca, la tendencia es a cerrar filas. En cierto modo las
elecciones tienen un efecto político disciplinario. Muestran en toda su
plenitud donde está el enemigo de verdad.
Naturalmente, frente a un régimen que
controla todos los poderes, la televisión, casi toda la prensa, el aparato
represivo, los para-militares, los tribunales electorales y que, por si fuera
poco, comete fraudes en los centros de votación, hay grupos que opinan que la
batalla está perdida de antemano y que solo una movilización general en las
calles puede cuestionar al gobierno en su “esencia dictatorial”. Desde el punto
de vista de una lógica puramente formal no faltan argumentos a favor de ese
postulado. ¿Para qué gastar esfuerzos en una lucha electoral destinada al
fracaso?
No insistiremos esta vez en decir
verdades elementales. No diremos que una batalla no se pierde o gana hasta que
se da. No diremos que uno vota no porque va a ganar sino porque es un deber
ciudadano. No diremos que uno no vota a favor o en contra de alguien sino a
favor o en contra de sí mismo. No diremos lo evidente, que mientras más gente
vota, más difícil será hacer un gran fraude. No diremos eso ni muchas otras
cosas más. Vamos a suponer, por el contrario
y por un momento, que los derrotistas, abstencionistas y salidistas,
tienen toda la razón del mundo (evidentemente, no creo eso) ¿Es ese un motivo
para rechazar la alternativa electoral? De ninguna manera. Las elecciones no
son solo un medio para alcanzar el poder. Son también un fin en sí.
¿Las elecciones son un fin en sí? ¿No es
acaso el objetivo de cada elección derrotar al enemigo? Por supuesto, nadie va
a una elección para perder. Pero al mismo tiempo, en cada elección, aún
perdiendo, pueden ser obtenidas ganancias. Entre otras, la tan ansiada
movilización en las calles. Basta solo hacerse una sencilla pregunta: ¿Cuándo
las movilizaciones callejeras son más masivas, más entusiastas, más combativas?
¿En periodos electorales o en periodos no electorales? La respuesta es obvia.
Cada elección, sobre todo cuando se da entre dos fuerzas antagónicas, es una
posibilidad para que la gente –no solo los muchachos- salga de sus casas,
discuta entre sí y entre en abierta comunicación política con el entorno.
¿Y si esa oposición está dividida como
cree estar la venezolana? Con mayor razón todavía. Los momentos previos a la
elección son una oportunidad fabulosa para que las diversas fracciones que
conforman un bloque discutan públicamente sus diferencias. No olvidemos en ese
punto que el nombramiento de algunos candidatos deberá ser resultado de
elecciones primarias. Por lo mismo, a través de la contienda de esos candidatos
primarios la oposición se verá obligada a discutir consigo misma. Cuando los
candidatos sean nombrados no desaparecerán por cierto las diferencias, pero sí,
podrán ser mantenidas a un nivel político.
La MUD, no hay que olvidarlo, no es un
partido ni mucho menos una asociación de amigos personales. La MUD es un frente
constituido por la alianza de diferentes partidos algunos de los cuales, en una
democracia de verdad, serían adversarios. Solo porque hoy todos tienen al
frente a una adversidad superior están obligados a permanecer unidos.
Luego, las elecciones primarias –hay que
subrayarlo- no son secundarias. Mucho menos lo son dentro de una oposición
plural como es la venezolana. Pues a través de las primarias la oposición puede
conocer lo que antes de ellas era un misterio: su correlación interna de
fuerzas, es decir, su verdadero carácter. Es por eso que aquí se afirma que las
primarias no son solo un medio, son también un fin en sí.
Las primarias también son elecciones. En
consecuencia, si lo vemos desde ese punto de vista, las primarias -en momentos
de no unidad- pueden llegar a ser más decisivas que las propias parlamentarias.
Aunque, obvio, sin parlamentarias no puede haber primarias.
La celebración de primarias permite a la
oposición pensarse a sí misma. De este modo las diferencias pueden ser
dirimidas mucho mejor que en oscuros contertulios. A través de la lucha en
primarias, la oposición se abre hacia el
“espacio luminoso de lo público” (Arendt). O dicho casi igual: es el
momento en el cual las conspiraciones se transforman en discusiones.
Con las primarias a su favor los
candidatos entran a la palestra pública fortalecidos con esa legitimidad que
solo los votos internos otorgan, a combatir en contra del enemigo exterior, el
principal. Por lo mismo, no hay mejor chance para conquistar la mayoría externa
si ya se cuenta con la mayoría interna. Y esa es precisamente una segunda razón
que hace de cada proceso electoral no solo un medio sino también un fin en sí:
Cada elección es una escuela para la formación de líderes políticos.
Los líderes políticos no se prueban en
gestos apoteósicos sino en la capacidad de comunicar mensajes públicos. Ellos,
a través de sus campañas, serán los encargados de dar forma política al
malestar generalizado y desmitificar el discurso oficialista en cada pueblo y
ciudad donde se presenten. Ellos deberán demostrar que ni la carestía ni la
escasez son maldiciones del imperio, sino productos netos de un gobierno que
tiene como lugar de residencia un pasado mágico que nunca existió y como
objetivo un futuro luminoso que nunca llegará. Ellos deberán exigir la
liberación de todos los presos políticos, la supresión de los grupos
para-militares, el cumplimiento de los derechos humanos. Ellos en fin, serán
quienes deberán convertir a las elecciones en una fuerza social subversiva,
pero sin que dejen de ser elecciones.
El dilema entre calle o voto es, desde
el hueso hasta la médula, falso. La calle precisa del voto y el voto de la
calle. ¿Habrá entonces que repetir la frase?: “Sin elecciones, la protesta
popular está destinada a estrellarse con el aparato represivo del régimen. Pero
sin un gran movimiento de protesta popular, las elecciones están destinadas a
perderse”.
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