Rosalía Moros de Borregales
Esta palabra de poco uso en la
actualidad constituye un pilar fundamental en la relación de Dios con los seres
humanos. Idolatrar significa rendir culto, admiración y exaltación más allá del
amor humano que reconoce limitaciones e imperfecciones. Cuando se idolatra se
reconoce en la deidad o persona objeto de la idolatría la perfección que solo
corresponde a Dios. En otras palabras, se le atribuye al ídolo características
intrínsecas a la Divinidad, a la supremacía del Todopoderoso. La idolatría no
ocurre solo en el plano religioso, también ocurre en el plano humano; pues hay
personas que se convierten en objeto de nuestra adoración. También, son
innumerables los objetos de orden religioso y aun de orden tecnológico que se
han convertido en ídolos en el mundo de hoy.
En la idolatría se desplaza a Dios de su lugar de preeminencia, se le concede carácter absoluto a lo relativo, se entrega la confianza con una ceguera espiritual que no permite ver defectos. La idolatría constituye una entrega completa, la sumisión de nuestras almas ante el ídolo. Así, pues, podemos hacer de cualquier cosa, o persona, el depositario de nuestras fuerzas, nuestro amor y nuestra voluntad. La idolatría es una consecuencia directa de la ignorancia acerca de Dios, de su voluntad para con el ser humano. Es una de las estrategias del mal para mantener al ser humano alejado de una vida de relación de amistad con Dios. Por naturaleza, el ser humano necesita tener una vida de comunión con Dios. Fuimos hechos a su imagen y semejanza, en Él está la satisfacción de nuestras almas. Aun sin saberlo, todo nuestro ser anhela el saberse protegido y amado por alguien o algo que trascienda nuestro conocimiento.
Nunca antes la humanidad se había encontrado presa de tanta idolatría como en el siglo XXI. Aunque el mundo es cada vez menos religioso; aunque las edificaciones de iglesias que un día fueron el producto de la inspiración del hombre dándole a Dios un lugar en la sociedad; aunque en muchos lugares del mundo han quedado reducidas solo a museos, el hombre de hoy ha levantado más ídolos en su vida que nunca antes. Por una parte, se ha enaltecido a sí mismo como el ídolo más importante. Vivimos en una sociedad que exalta el egocentrismo, que se ha hecho cada vez más permisiva de los apetitos desenfrenados del yo; una sociedad que exalta el culto a la personalidad y erige como ídolos a artistas, cantantes, deportistas y políticos, entre otros.
Por otra parte, no se trata solo de la idolatría religiosa, no se trata solo de otorgarle el lugar que le corresponde a Dios a otra deidad. O del culto a la personalidad, en el que elevamos a la condición divina a otro ser humano como nosotros. Se trata de aquello en lo que ponemos todo nuestro esfuerzo, aquello que perseguimos con vehemencia irracional. Algunos van detrás del dinero, el ídolo más emblemático de nuestra sociedad. Piensan que las riquezas lo puede todo. El dinero se constituye en el instrumento de medición para determinar quiénes se escogen como amigos. Se desprecia al que carece de él, mientras se exalta al que lo posee. Se entrega la vida, los principios y valores para adquirirlo. Lamentablemente, a todos los que idolatran al dinero les llega el doloroso momento de entender que no todo en la vida tiene un precio que el dinero pueda pagar, que hay cosas que ni con todo el dinero del mundo podríamos comprar.
La idolatría aleja al ser humano del verdadero Dios a quien le debe toda su adoración. Cuando adoramos a Dios podemos comprender en una perspectiva verdaderamente humana el lugar que a cada uno le corresponde. Podemos discernir entre la bondad y el mal; entre lo verdadero y el engaño; entre lo que trasciende y lo transitorio. Cuando adoramos a Dios aprendemos a amar al ser humano en su justa medida, lo convertimos en nuestro amigo; lo reconocemos como un igual. Aprendemos a disfrutar de todas las cosas de la vida como un regalo de Dios y, entendemos que solo a Él debemos entregar nuestro corazón.
"Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento". Mateo 22:37.
En la idolatría se desplaza a Dios de su lugar de preeminencia, se le concede carácter absoluto a lo relativo, se entrega la confianza con una ceguera espiritual que no permite ver defectos. La idolatría constituye una entrega completa, la sumisión de nuestras almas ante el ídolo. Así, pues, podemos hacer de cualquier cosa, o persona, el depositario de nuestras fuerzas, nuestro amor y nuestra voluntad. La idolatría es una consecuencia directa de la ignorancia acerca de Dios, de su voluntad para con el ser humano. Es una de las estrategias del mal para mantener al ser humano alejado de una vida de relación de amistad con Dios. Por naturaleza, el ser humano necesita tener una vida de comunión con Dios. Fuimos hechos a su imagen y semejanza, en Él está la satisfacción de nuestras almas. Aun sin saberlo, todo nuestro ser anhela el saberse protegido y amado por alguien o algo que trascienda nuestro conocimiento.
Nunca antes la humanidad se había encontrado presa de tanta idolatría como en el siglo XXI. Aunque el mundo es cada vez menos religioso; aunque las edificaciones de iglesias que un día fueron el producto de la inspiración del hombre dándole a Dios un lugar en la sociedad; aunque en muchos lugares del mundo han quedado reducidas solo a museos, el hombre de hoy ha levantado más ídolos en su vida que nunca antes. Por una parte, se ha enaltecido a sí mismo como el ídolo más importante. Vivimos en una sociedad que exalta el egocentrismo, que se ha hecho cada vez más permisiva de los apetitos desenfrenados del yo; una sociedad que exalta el culto a la personalidad y erige como ídolos a artistas, cantantes, deportistas y políticos, entre otros.
Por otra parte, no se trata solo de la idolatría religiosa, no se trata solo de otorgarle el lugar que le corresponde a Dios a otra deidad. O del culto a la personalidad, en el que elevamos a la condición divina a otro ser humano como nosotros. Se trata de aquello en lo que ponemos todo nuestro esfuerzo, aquello que perseguimos con vehemencia irracional. Algunos van detrás del dinero, el ídolo más emblemático de nuestra sociedad. Piensan que las riquezas lo puede todo. El dinero se constituye en el instrumento de medición para determinar quiénes se escogen como amigos. Se desprecia al que carece de él, mientras se exalta al que lo posee. Se entrega la vida, los principios y valores para adquirirlo. Lamentablemente, a todos los que idolatran al dinero les llega el doloroso momento de entender que no todo en la vida tiene un precio que el dinero pueda pagar, que hay cosas que ni con todo el dinero del mundo podríamos comprar.
La idolatría aleja al ser humano del verdadero Dios a quien le debe toda su adoración. Cuando adoramos a Dios podemos comprender en una perspectiva verdaderamente humana el lugar que a cada uno le corresponde. Podemos discernir entre la bondad y el mal; entre lo verdadero y el engaño; entre lo que trasciende y lo transitorio. Cuando adoramos a Dios aprendemos a amar al ser humano en su justa medida, lo convertimos en nuestro amigo; lo reconocemos como un igual. Aprendemos a disfrutar de todas las cosas de la vida como un regalo de Dios y, entendemos que solo a Él debemos entregar nuestro corazón.
"Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento". Mateo 22:37.
Rosalía Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
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