Por Miguel Velarde, 25/11/2014
Venezuela merece más. Está en nuestras manos construir un destino
diferente
En un país normal, la caída de los precios del petróleo no debería
representar el nivel de preocupación que genera en el país. Menos aún después
de una década en la que el promedio del barril pasó los 100 dólares. Lo lógico
hubiera sido aprovechar la década de bonanza no solamente para invertir, sino
también para ahorrar, y tener así en tiempos menos beneficiosos como los que
empezamos a transitar un fondo que permita estabilizar la economía. Pero eso
aquí no ocurrió porque Venezuela no es normal.
No es fácil comprender como en un país que tiene la inflación más alta
del mundo –se pronostica que el año cerrará en un nivel cercano al 70%- y uno
de los índices de escasez también de los más altos –entre 40 y 60%,
especialmente en sectores tan básicos como el de alimentos y medicamentos- las
medidas que se toman solamente profundizan los problemas. Como ejemplo, las
últimas leyes económicas, que la mayoría de los economistas coincide en que
solamente agravaran el ciclo recesivo en el que se encuentra nuestra economía.
Tampoco es normal que un país productor de petróleo importe gasolina y,
en las últimas semanas, incluso crudo de Argelia. Peor aún es la intención del
gobierno de rebajar la producción, la cual es cada vez menor por motivos que
tienen que ver esencialmente con la ineficiencia, pero pretender disminuirla
aún más con la ilusión de subir el precio del petróleo solamente significará
menos ingresos y la pérdida de un mercado que luego será muy difícil de
recuperar.
Si se analizan los índices de criminalidad y violencia, que también
están en los primeros puestos a nivel mundial, es imposible entender cómo
cuando se da un enfrentamiento entre un cuerpo policial, el CICPC, y un grupo
de colectivos armados, como el que ocurrió hace pocas semanas en los
alrededores de Quinta Crespo, el resultado sea la destitución del ministro del
Poder Popular para las Relaciones Interiores, Justicia y Paz y la del director
del CICPC, mientras los colectivos amenazan y actúan impunemente a lo largo y
ancho del país.
En lo político, lo natural es que la oposición haga oposición. Pero en
Venezuela, ni siquiera eso es normal. Existe un sector que pareciera estar más
dedicado a estabilizar y cooperar con el gobierno que a enfrentarlo. No es
normal que muchos de los dirigentes políticos de la oposición estén más
preocupados en mantener sus pequeñas parcelas de poder que en rescatar la
libertad y la democracia para todos.
Quizá uno de los aspectos más preocupantes de nuestra anormalidad
seamos nosotros mismos, los ciudadanos. Dicen que el ser humano encuentra la
fortaleza que jamás supo que tenía en los momentos más oscuros. Ante la debacle
que enfrentamos, no es normal huir o sucumbir. Debemos insurgir con más fuerza
y convicción que nunca para decir lo que pensamos y luchar por lo que creemos.
El gran reto que tiene Venezuela es la normalidad. Es el desafío que
nuestra generación enfrenta y del que depende el futuro del país. Mientras
sigamos viviendo en el caos y la improvisación, en cada rincón donde se mire
estarán el miedo y la desesperanza. No podemos tomarles la mano, tenemos la
obligación de derrotarlos.
Venezuela merece más. Está en nuestras manos construir un destino
diferente. No podemos olvidar que lo que vivimos no es normal.
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