Rosalía Moros de Borregales 09 de noviembre de 2014
@RosalíaMorosB
Todos los seres humanos anhelamos la
felicidad, todos legítimamente tenemos derecho a una vida de paz. Sin embargo,
esa búsqueda constante por alcanzar el bienestar nos hace pensar que todo
depende de circunstancias exteriores; depende del entorno, depende del lugar en
el que vivimos, depende del clima, depende de la economía, depende de la
familia. Depende siempre de todo lo que está allá afuera, y a consecuencia de
este pensamiento y de la actitud que lo acompaña, nuestras vidas son como una
montaña rusa en la que dependiendo de las circunstancias, un día estamos en la
cúspide experimentando las emociones más fascinantes y al siguiente estamos en
el subsuelo deprimidos y amargados.
Crecemos como personas en muchos
aspectos pero espiritualmente seguimos siendo tan inmaduros como niños. Somos
arrastrados por toda clase de factores externos; desde una publicidad, un
comentario, un chisme, una noticia, un chiste, hasta la expresión en el rostro
de otra persona, en fin, todo puede inducir en nosotros emociones que tomen el
control de nuestros pensamientos y por ende de nuestro proceder. ¡Por supuesto!
¡Somos humanos, hechos de carne y hueso, con fibras nerviosas, con un alma que
siente! ¿Pero, es esto a lo que hemos sido llamados? Dios, nos ama más que
nadie en este mundo y nos comprende. El nos hizo y conoce nuestra naturaleza;
pero El nos ha capacitado para vivir en una vida de equilibrio en la cual
deberíamos depender de El y no de las circunstancias.
Lo que sucede es que esto no es algo que
adquirimos en algún lugar, tampoco hay una receta específica para lograrlo,
pues la vida es como una biblioteca llena de libros y cada libro narra una
historia diferente. El único ingrediente en común para la receta de cada uno es
Dios. Si cada uno está en amistad con El, cada uno cuenta con el ingrediente
fundamental. Jesús les dijo a sus discípulos en el evangelio según San
Juan en el capítulo 16 verso 33: “Estas
cosas les he hablado para que en Mí tengan paz. En el mundo tendrán tribulación;
pero confíen, Yo he vencido al mundo."
Si en cada circunstancia buscamos la
Palabra de Dios, encontraremos en ella la paz … Estas cosas les he hablado para
que en Mí tengan paz… Si dejamos de ver a nuestro alrededor y ponemos los ojos
en Jesús, confiando nuestras vidas a El, entonces venceremos la tribulación,
porque El nos ha prometido que El ha vencido al mundo. Y vencer no significa que la tribulación
dejará de ser, sino que caminaremos en medio de ella de la mano de nuestro
Señor, que no usaremos nuestras propias herramientas sino las que El nos ha
ofrecido y está dispuesto a proveer para nosotros cada día a través de la
oración y la comunión con El.
Todo lo que acontece constantemente en
nuestro país aunado a las vicisitudes de nuestras propias nos afecta
enormemente. Unos hemos sentimos como una bofetada en nuestro rostro, otros
como una puñalada por la espalda; sentimos que ya no hay futuro para nuestros
hijos, que todo se ha perdido. Algunos nos hemos llenado de amargura y la
frustración se siente como un enorme peso que doblega nuestras espaldas. La
desesperanza, el desasosiego y la tristeza van convirtiéndose en depresión. Las
alegrías se nos han ido convirtiendo en desolación. Todas estas reacciones son
perfectamente comprensibles; sin embargo, como cristianos, como hijos de Dios,
nuestras vidas no dependen de un hombre, ni de un sistema, aunque seamos
afectados por él, Dios está por encima de todo y de todos.
Si confiamos a El nuestras vidas
entendiendo que El tiene un lugar para nosotros, que nuestro futuro depende
solo de El, nada ni nadie podrá doblegarnos. Porque Aquel en quien hemos creído
ha vencido al mundo, y nosotros somos vencedores con El.
@RosalíaMorosB
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