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martes, 3 de mayo de 2016

La no-ciudad por @marconegron


Por Marco Negrón


Finalizando la década de 1960 V. L. Urquidi, un pensador mexicano altamente valorado en toda la región, afirmaba que la dinámica de las sociedades latinoamericanas conducía a la formación de la no-ciudad, grandes concentraciones de población  con altos índices de desempleo y subempleo, desprovistas de los servicios y equipamientos básicos característicos de las ciudades de los países avanzados.

Afortunadamente los hechos han terminado refutándolo. En las últimas décadas un número creciente de esas ciudades ha concretado transformaciones urbanísticas, sociales y económicas que les han valido reconocimiento mundial, inscribiéndose en una lógica de progreso que no parece tener vuelta atrás.


Lamentablemente Caracas, que entonces parecía la ciudad latinoamericana menos expuesta a ese riesgo, hoy se cuenta entre las de peor desempeño. Aunque su crecimiento fue relativamente tardío, ella conoció una rápida modernización en la cual, entre muchas otras notables arquitecturas, destaca la admirable Ciudad Universitaria; alrededor de los viejos pero estupendos museos de Ciencias y de Bellas Artes se formó un poderoso núcleo cultural que incluyó la ampliación de este último, el Ateneo de Caracas, el Complejo Cultural Teresa Carreño y el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber; el Banco Obrero, después Instituto Nacional de la Vivienda, exploró las alternativas más avanzadas en el terreno de la vivienda de interés social, consagrándose como un referente ineludible en la región. Desde 1960 la ciudad se había dotado de una Oficina Metropolitana de Planeamiento Urbano de alta solvencia profesional que contribuyó con estudios fundamentales para entenderla.

Un impacto muy profundo y perdurable lo produjo el Metro, el modernísimo sistema de transporte subterráneo que no sólo revolucionó el modo de transportarse de los caraqueños sino que también potenció los espacios públicos de la ciudad y, siguiendo la tradición inaugurada por C. R. Villanueva en la década de 1940 con El Silencio, incorporando a ellos  obras de arte de la gran calidad.

Desde luego, la actual crisis de la ciudad no puede disociarse de la profunda crisis económica del país, iniciada comenzando la década de 1980 con una sostenida caída del PIB que persiste hasta hoy pese a los prolongados períodos de altos precios del petróleo. Pero lo decisivo ha sido la persistencia por más de tres lustros de un régimen cuartelario, rabiosamente centralista, que ha hecho de todo para esterilizar los poderes regionales y locales e insiste en reducir a cenizas los mayores logros de la república civil.

Esas políticas han sido particularmente perversas con Caracas, asumiendo formas extremas en las leyes promulgadas en 2009 para reducir a su mínima expresión los recursos y competencias de una Alcaldía Metropolitana que pocos meses antes habían conquistado las fuerzas democráticas con la victoria de Antonio Ledezma. Pero como eso no bastó para anularla y Ledezma volvió a ganar las elecciones de 2013, la impotencia del régimen desembocó en su arresto ilegal, permaneciendo todavía injustificadamente detenido: innecesario explicar las funestas consecuencias de estas acciones sobre el gobierno de la ya maltratada ciudad.

No puede sorprender entonces que la promisoria Caracas de ayer, la que atraía migrantes de todo el mundo, sea ahora la que amenaza con convertirse en la no-ciudad, con niveles de deterioro que superan las hipótesis más pesimistas. La causa principal no es la económica, sino el enquistamiento en el poder de una extraña oligarquía, mezcla letal de primitivismo cultural, incompetencia profesional y corrupción. No se ha llegado al colapso gracias a las fortalezas acumuladas durante los años de la república civil que, en medio del deslave físico y el derrumbe moral, mantienen vivos proyectos de futuro que florecerán con el renacimiento democrático.

03-05-16




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