Por Leonardo Morales P.
En los regímenes
democráticos los partidos políticos tienen como fin conquistar el poder y el
medio para lograrlo es participando en elecciones. Así las cosas, los que están
en el ejercicio de gobierno tienen por ocupación mantener muy alto sus niveles
de legitimidad, mientras que los que aspiran ejercer el gobierno deben
convencer al electorado de la necesidad de un cambio político para mejorar las
condiciones de vida de los habitantes.
Habría que decir que los
electores tienen una enorme responsabilidad entre cada proceso electoral,
puesto que están en la obligación de evaluar el desempeño del gobierno de turno
así como las ofertas que vienen del campo opositor. El cambio político,
estrictamente referido al régimen político, depende fundamentalmente de los
ciudadanos que concurren a las urnas electorales.
La no concurrencia de un
partido político es un hecho anómalo; los partidos que no participan en los
procesos electorales ceden espacios de representación a otros y, más grave aún,
dejan a sus electores, que votarían por ellos en cualquier circunstancia, sin
opciones de elegir ni de participar.
De tales hechos hay
referencias sobre la inutilidad de sus efectos. En el 2005 la oposición
venezolana optó por no participar en las elecciones parlamentarias y el
resultado no fue otro que un parlamento monocolor. El régimen no cayó, siguió
legislando sin una oposición ni visión distinta. Una decisión suicida, un harakiri que
fortaleció al régimen chavista. Algo parecido acaba de hacer el partido del
expresidente Ollanta Humala al retirarse de los comicios generales realizado en
Perú. Ya el tiempo, historia del pasado, se encargará de revelar lo costoso de
semejante dislate.
Habrá que esperar para ver
si los partidos políticos peruanos logran aprender de sus errores porque, al
parecer, los de Venezuela acarician nuevamente la idea de lanzarse al vacío.
Qué importa que un sapo salte y se ensarte, en fin de cuentas se trata de un
sapo, pero que un ser racional, o muchos, dotado de cualidades para dirigir
colectividades –al menos eso aspiran- actúen repitiendo los errores del pasado
es, por decir lo menos, inexcusable.
La sociedad venezolana
debería estar este año renovando los gobernadores, sin embargo, unos lo
obviaron ante la inminencia de la derrota y otros izaron velas por el
revocatorio y, hasta la fecha, parece ser acompañada y respaldada por más de
las dos terceras partes de los venezolanos.
RR16 o RR17
El proceso revocatorio
implicaba confrontar un conjunto de incertidumbres que ahora hacen presencia;
su activación no solo dependía de la voluntad popular sino también de quienes
tienen en sus manos la conducción del proceso, por lo que los obstáculos y
trabas eran de esperarse, sobre todo cuando se tienen fundadas dudas sobre el
talante democrático de los responsables normar y dirigir el proceso.
La dilemática circunstancia
de decidir si se participa en el 2016 pero no en el 2017 no es otra cosa que
resucitar los errores del pasado y apostar a la anti política. Tiempo para
hacerlo en el 2016 existe, lo hay, pero lo que no abunda es voluntad de parte
de los administradores electorales. Colocar a la sociedad venezolana en tal
disyuntiva, 2016 sí, pero no en 2017, es definitivamente un acto de
colaboración y benevolencia con un régimen que respira porque ve a otros
hacerlo y no por su significado. La reciente encuesta de Datincorp revela que
el 78% está dispuesto a sufragar en 2017 por el RR y gobernadores.
Superado el 20% de
manifestaciones de voluntad no queda otra alternativa que seguir hacia el
revocatorio cuando su fecha sea fijada. Maduro debe y será revocado.
17-09-16
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