Por Fernando Mires
Recapitulemos:
Como consecuencia del amplio
triunfo electoral de la oposición venezolana del 6-D, surgió una dualidad institucional
de poderes al interior del Estado. A un lado el Ejecutivo; al otro, la AN. El
primero representante de una minoría; el segundo, de una enorme mayoría.
Bajo esas circunstancias el
gobierno de Maduro tenía dos opciones. O aceptar la nueva realidad política y
coexistir institucionalmente con la AN, o desconocerla.
Mediante la vía del TSJ al
cual le fueron conferidos por el gobierno atribuciones anticonstitucionales,
Maduro decidió desconocer la competencias de la AN. A la oposición unida no le
quedó más alternativa que trabajar por la destitución del gobierno. Cuatro
opciones fueron evaluadas: la Renuncia, la Asamblea Constituyente, la Enmienda
y el RR16. Después de muy largas discusiones, la oposición optó por el RR16,
entre otras razones porque esa alternativa ya había sido adoptada por una gran
parte de la ciudadanía (todas las encuestas favorecían con creces a la opción
revocatoria)
Desde el momento en el que
la opción recayó a favor del RR16, las diferencias al interior de la MUD fueron
parcialmente depuestas. Las recolecciones de firmas se convirtieron en proezas,
sobre todo en las zonas más alejadas de Caracas. Paso a paso la MUD fue
superando, en contra del permanente boicot del gobierno representado por la
CNE, a todas las exigencias, aún a las más abusivas. Aceptó incluso de modo
tácito la recolección del 20% de firmas por estado, carta última jugada por la
CNE para impedir el RR16.
La voluntad revocatoria
llegó a manifestarse de modo épico. La Gran Toma de Caracas del 1-S fue una de
las expresiones de masas más imponentes de la historia venezolana. El RR16 no
solo era visto como una cita electoral: era la consigna bajo la cual la
ciudadanía democrática se constituía como pueblo político. En otras palabras,
el RR16 iba más allá de la MUD. Era un movimiento político y social a la vez.
Como es sabido, el 20-O,
mediante un procedimiento abiertamente dictatorial, el régimen de Maduro
decidió liquidar al RR16. Desde ese momento ese régimen dejó de ser
constitucional para convertirse en una dictadura de jure y de facto.
La MUD reaccionó frente al
“asesinato” (MUD dixit) del RR como debía hacerlo. Con la decisión del 20-O, la
lucha de la oposición no solo sería librada a favor del RR16 sino -además y
sobre todo- por la defensa de toda la Constitución. En efecto, con la anulación
del RR16, el régimen no solo se declaró como ilegítimo. Al haber roto con la
Constitución, pasó a ser definitivamente ilegal. La lucha, de ahí en adelante,
debería experimentar un salto cualitativo.
A la inversa, la oposición tenía
su lado a la mayoría, a la hegemonía, a la legitimidad y por cierto, a la razón
constitucional. Si a ello sumamos el creciente descontento social surgido como
consecuencia de la política económica del gobierno, hay que concluir en que
durante toda la historia del chavismo nunca la oposición había sido más fuerte
y nunca el régimen había sido más débil (en todos los terrenos políticos).
El 26-O, durante la
multitudinaria “toma de Venezuela”, la MUD manifestó de modo decidido dar la
lucha por la defensa de la Constitución. Esa decisión no tardó en reflejarse en
el espectro internacional. No solo la OEA, diversos gobiernos del mundo
elevaron sus voces en contra de las arbitrariedades de Maduro. El aislamiento
interno y externo del régimen no podía ser mayor.
A fin de contrarrestar el
rechazo nacional e internacional, ese régimen que nunca había intentado
dialogar, ideó a guisa de coartada la opción del diálogo, apoyado por los
aliados internacionales de Maduro (Rodríguez Zapatero, Samper y Fernández)
quienes – hay que decirlo- contaron con la anuencia de un grupo de políticos de
oposición.
La coartada dialoguista de
Maduro fue rechazada por la gran mayoría opositora. El RR16 iba a ser defendido
en las calles o donde fuera. El día 3-N, convocado por la oposición durante la
gran manifestación del 26-O, debería ser el inicio de duras y largas jornadas
democráticas y populares en defensa de la Constitución.
Sin embargo, el 1-N, la MUD
frenó abruptamente a las movilizaciones populares convocadas. La razón dada fue
la intermediación papal reclamada por el propio Maduro. Los personeros de la
MUD argumentaron que no podían negarse a una petición papal, toda vez que la
misma MUD había solicitado, aunque en condiciones muy diferentes, dicha
intermediación.
A fin de conformar a sus
seguidores, la MUD, a través de Chúo Torrealba, especificó que el diálogo no
significaba abandonar la lucha por el RR16. El diálogo sería, según Chúo, otro
espacio más de lucha. Por esas razones, así explicaron sus mentores, el diálogo
fue aceptado como una acción a breve plazo. El 11-N y ni un día más, especificó
Capriles.
Cumplido el plazo, toda la
nación fue testigo de como los llamados logros del diálogo fueron casi todos a
favor del gobierno. El objetivo de los objetivos, el restablecimiento
constitucional, estaba lejos de ser cumplido. Uno o dos presos políticos
recobraron la libertad, los diputados indígenas fueron desincorporados, las
acusaciones de fraude de la MUD y la “teoría” de la guerra económica fueron
implícitamente aceptadas, y los presos políticos se convirtieron por arte
retórico en “personas detenidas”. Un verdadero parto de los montes. Del diálogo
solo había nacido un escuálido ratón. No sin cierta razón, el sector
anti-diálogo comenzó a hablar de la rendición de la MUD. Aunque acudió a la
mesa con el propósito de defender a la Constitución, la impresión general fue
que la MUD había cambiado al RR16 por un diálogo absolutamente inútil.
La MUD, ya no se podía
negar, había sido entrampada por el régimen. No faltaron los opositores que
comenzaron a lanzar diatribas en contra del propio Papa. No obstante hay que
tener en cuenta un hecho. Los acercamientos en función de un diálogo
precedieron en la MUD a la intervención papal. Con esta última, esa tendencia,
a la que aquí llamaremos “dialoguista” (algunos la llaman “timoteísta” en honor
a Timoteo Zambrano) solo alcanzó mayor peso y relevancia.
Dicha tendencia dialoguista
–coincidiendo objetivamente con los planes de Maduro /Cabello- no aceptó nunca
al RR16 como alternativa política. Uno de sus columnistas llegó a bautizarlo
como “la salidita del Revocatorio”. Para ellos, el RR16 estaba muy unido a la
figura de Henrique Capriles (y cortando al RR podía ser cortado el liderazgo de
Capriles). Como suele suceder, los extremos comenzaron a unirse. El fracaso de
los objetivos del diálogo alimentaría a las posiciones más radicales dentro de
la MUD, la mismas que en el 2014 llevaron a ese estrepitoso fracaso conocido
como La Salida.
Hay, en verdad, entre el
“salidismo del 2014” y el “dialoguismo del 2016” algunos puntos comunes. Ambos
fueron levantados por una fracción dentro de la MUD y, siguiendo a la “política
de los hechos consumados”, ambos obligaron a quienes no compartían sus
posiciones a seguirlas. Ambos fueron, además, en sus resultados, profundamente
divisionistas. Y, por si fuera poco, ambos eligieron el momento menos oportuno
para hacer su puesta en escena.
Mientras la Salida-14 surgió
en contra de un gobierno formalmente mayoritario, justamente después de la
derrota electoral en las municipales del 2013, el Diálogo-16 surgió en
contra de un gobierno minoritario, después de un triunfo electoral, justo en el
momento cuando la oposición había arrebatado las calles al chavismo. En suma;
ambas iniciativas fueron extemporáneas. Y no por último, las consecuencias de
ambas fueron pagadas por el conjunto de la oposición.
Nadie, solo un radical
empedernido, puede estar en contra de un diálogo. El diálogo pertenece a la
política como la sal al agua del mar. De la misma manera, nadie, solo un político
adocenado, puede negar la importancia de las luchas callejeras. Pero como todo
en la vida, tanto los diálogos como las salidas tienen sus horarios. Equivocar
los horarios suele ser normal. En política es fatal.
Hay ocasiones en las cuales
es imprescindible dialogar. Por eso no pocas veces la MUD venezolana ha sido
comparada con la Concertación chilena. Ciertas similitudes son innegables.
Surgidas ambas bajo el techo de dictaduras, agrupando partidos, ideologías y
tendencias contrapuestas en torno a objetivos comunes y, por supuesto,
obligadas a imprimir civilidad política por sobre la violencia, han sido, la
una en el presente, la otra en el pasado, injustamente atacadas por los
extremos políticos.
La Concertación chilena,
aducen los defensores del diálogo venezolano, también tuvo que dialogar, hacer
concesiones y ceder en principios que parecían ser inclaudicables. Pero hay una
diferencia. La Concertación se sentó frente a la mesa del diálogo después de
haber derrotado a la dictadura en un histórico plebiscito. Plebiscito que no
solo fue ganado en las urnas; también lo fue en las calles. La MUD, en cambio,
se sentó frente a esa mesa antes de dar la batalla política. La defensa de la
Constitución iba a ser esa batalla política.
La oposición no solo perdió
el RR16. Perdió además la posibilidad de un diálogo llamado a tener lugar
después del resultado de una medición de fuerzas. Cuando sea necesario el
diálogo -y en un momento lo será- puede que no haya nada más desprestigiado que
la palabra diálogo. Ojalá no sea así.
Cuando son escritas estas
líneas, la MUD, debido a que el régimen no ha cumplido con los compromisos
contraídos, ha decidido no asistir a la reunión del 6-D. Todo indica que no
habrá más diálogo. Suponiendo que alguna vez lo hubo.
Los resultados del llamado
diálogo han sido desastrosos para la oposición. Nunca estuvo más unida antes
del diálogo, nunca ha estado más dividida después del diálogo. Ha perdido,
además, la conexión con las movilizaciones populares. El cuadro que hoy ofrece
es el de una indesmentible crisis de representación.
Algunos extremistas piden incluso la cabeza de Chúo Torrealba como ayer pidieron la de Ramón Guillermo Aveledo. En honor a la verdad, si algún error cometió Torrealba, fue el de intentar preservar la unidad en el momento en que el llamado diálogo había convertido a esa unidad en una imposibilidad. Torrealba, por lo mismo, no es el problema. Su tarea es defender la unidad. El problema es la pérdida de una línea política.
Dura tarea tendrá la MUD
durante el periodo post-diálogo. En primer lugar deberá restituir dentro de sí
a la centralidad perdida frente a lo extremos (salidistas y dialoguistas). En
segundo lugar deberá fijar nuevos objetivos. En tercer lugar deberá reconectar
su política con el movimiento popular que la apoyó antes del diálogo. Nada de
eso será fácil.
Sin embargo la MUD tiene
todavía frente a sí a una realidad objetiva: el régimen mantiene secuestrada a
la Constitución, el deterioro económico y social alcanza magnitudes
inimaginables y Maduro continúa siendo un gobernante impopular, aún dentro de
sus propias filas. Y, no por último, la MUD está formada por políticos que, si
bien cometen errores, no están dominados por ideologías cerradas como es el
caso de los chavistas. De las malas experiencias aprenderán. Todo indica que
así será.
Como decían los políticos en
el pasado: las condiciones objetivas están dadas. ¿Solo faltan las subjetivas?
Ojalá fuera tan fácil.
04-12-16
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