Por Gregorio Salazar
Están lejanos los tiempos en
que Aristóbulo Istúriz, trepado en la tribuna de oradores del viejo Congreso,
decía que la dirigencia de la CTV no podía entrar a los barrios porque para
ello tenían que despojarse primero de la cadena, la esclava y el reloj de oro.
No soñaba, ni de lejos, el antiguo profesor de historia y dirigente sindical
del magisterio con integrar la cúpula partidista más groseramente ostentosa de
su riqueza y la más indolente que se haya conocido ante las penurias del pueblo
venezolano.
Han pasado más de 25 años y ya
las nieves del tiempo platearon su sien. Algunos dicen que también sus
bolsillos. Pero independientemente de ello, lo cierto es que si queda algún
mortal feliz en esta triste comarca ese no es otro que el negro Aristóbulo. Lo
decimos por la soltura, el desenfado, la naturalidad con la que lanza por la
borda (no digo de su yate, no me consta que lo tenga) de su tránsito
existencial todo respeto y compromiso con la verdad y con la gente, todo con lo
que él fue como ser humano y como dirigente político.
Así, para convocar una
Constituyente ahora no hay que consultarle al pueblo. Si ha habido jóvenes
muertos durante estos cuarenta y tantos días de rebelión civil es porque la
misma oposición se encarga de asesinarlos. El modelo económico del proyecto que
secunda no ha fracasado en absoluto, son manipulaciones del imperio y de la
“guerra económica”. Chávez fue asesinado. Vivimos en el reino del mayor respeto
a los derechos humanos.
Una noche entrando a una
arepera de la avenida Urdaneta oímos un llamado y al voltear vimos a Istúriz
que venía tras de nosotros con otras dos personas.
Nos sentamos a comer juntos
un sancocho de gallina. Contó que venía de una asamblea en El Junquito, pero al
regreso su camioneta perdió los frenos y tuvo que estrellarla contra el cerro.
No nos veíamos desde los años cuando nos topábamos casi a diario en la fuente
parlamentaria.
Días atrás, Istúriz había sido
entrevistado por Kiko en su programa de Globovisión y allí, vehemente, afirmó
que el politólogo antisemita Nolberto Ceresole era un fascista. En medio de la
plática, le recordamos su aseveración y le soltamos:
--Aristóbulo, si Chávez sigue
al pie de la letra el recetario de Ceresole, ¿no es también un fascista?
--¡Es un fascista!—ripostó sin
vacilar. Y agregó sin mediar pregunta: “Es que no se puede tratar con loco,
chico. Hace unos días estuvo en un mitin en Coro y en medio del acto preguntó:
“¿Dónde están las banderas azules del PPT? Y él mismo se contestó: “Se fijan,
no hay ninguna. ¡Y después dicen que están con nosotros!”.
El próximo mitin de Chávez
sería en Guárico, donde Eduardo Manuit, compañero de partido de Aristóbulo, era
el candidato a gobernador. Prevenidos por lo acontecido en Coro, el PPT se
esmeró en llevar pompones, banderas, pendones azules y blancos para demostrar
su apoyo irrestricto al caudillo. Cuando vino la temida pregunta, los
partidarios del PPT desbordaron entusiasmo sacudiendo sus emblemas partidistas.
Pero la respuesta de Chávez fue más sorpresiva que la anterior: “¡Se me van de
aquí porque este es un mitin del MVR!”.
Estábamos en las vísperas de
la famosa declaración de Istúriz: “Chávez se fumó una lumpia”, y la otra según
la cual si Hugo no sabía respetar a sus aliados “que se fuera al diablo”.
Han pasado más de 15 años y
Aristóbulo no ha sido capaz de bajarse del tren sin frenos de la revolución
chavista en su viaje suicida hacia el desastre. Ahora es demasiado tarde. Todo
indica que seguirá aferrado a su privilegiada butaca hasta el descarrilamiento
definitivo.
21-05-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico