Por Gregorio Salazar
“La revolución bolivariana
es pacífica, pero armada”, fue una frase que en innumerables ocasiones oímos
pronunciar al difunto caudillo a lo largo de más de una década de su agitada
existencia. Hoy sabemos a ciencia cierta que lo que se llamó revolución devino
en pacto de mafias y que su vocación bolivariana no pasó de simple rótulo
manipulador. De lo que sí estamos seguros es que la apuesta del líder y sus
sargentones recaía fundamentalmente en las armas.
Así lo fue desde su
irrupción en la escena nacional el 4-F y lo sigue siendo hasta el sol de hoy.
Son veinticinco años de actuación de un grupo de militares que desde su
aventurera incursión de esa fecha, traicionando su lealtad a la Constitución,
cree que las armas de la República son patrimonio personal y que pueden ser
utilizadas en provecho propio, en razón de una supuesta “legitimidad
histórica”, que sólo existe en sus mentes disociadas.
El uso de las armas de la
República y de otras obtenidas con sus recursos pero distribuidas en función de
los caprichos y desviaciones partidarias ya no obedecen a la razón o el interés
nacional. Eso se aprecia con mayor nitidez hoy cuando una mayoría abrumadora de
la ciudadanía le está señalando al grupo en el poder la puerta de salida, la
que renuentemente se niegan a cruzar porque, ya se sabe, la revolución no es
pacífica pero sigue muy bien armada.
Por las palabras de Maduro,
pareciera que en esta hora no hay arsenal que les de tranquilidad. Si se
sintiera suficientemente seguro no hubiera hecho el estrambótico anuncio de
llevar esa inconstitucional creación de las milicias a un millón de uniformados
y de dotar a los primeros quinientos mil con sus respectivo fusiles. Un país
hambriento y sin medicinas no podía recibir sino con indignación más que con
perplejidad semejante insensatez.
El propósito es claramente
intimidatorio y su realización, según han señalado agudamente algunos
comentaristas, bastante improbable pues el gobierno no está en capacidad de
darle siquiera un solo desayuno de huevos fritos al primer medio millón de ese
contingente que sería el doble del ejército de Francia.
Ya mucho antes de que se
iniciara este mes de durísima confrontación callejera, cruzada nacional en la
que Venezuela busca retomar el hilo constitucional, el centro de Caracas, donde
reina el alcalde y jefe de la estrategia política y comunicacional chavista,
fue llenado de grafittis con la imagen de una silueta humana, rodilla en tierra
y fusil al hombro, acompañada por la leyenda: “Los colectivos toman Caracas en
defensa de la revolución”. Seguramente piensa el autor intelectual de esas
pintas que la hora estelar de esos grupos paramilitares ha llegado.
Cuando Aristóbulo Istúriz
llama a las comunas a enfrentar lo que él generaliza como guarimbas, el mensaje
va realmente dirigido a ese malandraje armado que roba y asesina bajo la mirada
complaciente del régimen que los creó, armó y siguen financiando y que
impúdicamente comete sus atropellos contra los ciudadanos en complicidad de una
GNB tan fanatizada y cargada de odio como ellos.
Sería bueno que la canciller
Delcy Rodríguez explicara en cualquiera de los organismos internacionales, a
los que acude para exigir que nadie se ocupe ni trate de colaborar en la
solución de la crisis venezolana, cómo encajan esos grupo armados en el marco
del Estado de Derecho y quien va a responder a futuro por sus crímenes.
Mientras, ya vamos para un
mes de confrontación y no se visualiza salida. Para nosotros la fórmula
correcta ya está dicha: Calle y voto. Voto y calle.
30-04-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico