Por Simón García
La hiriente burla de Maduro
proponiendo una Constituyente debe haber producido vergüenza en la minoría que
aún lo sigue. Matar el único legado de Chávez que logró consenso en el país es
la ocurrencia desesperada de una cúpula que se está quedando sin oxígeno.
Detenerse a discutir su
inconstitucionalidad es una tarea que puede cumplir bien Gerardo Blyde,
Vladimir Villegas o Eustoquio Contreras como constituyentistas del 99. En la
vida real se trata de ganar un tiempo que agravará la crisis, intentar engañar a
la comunidad internacional y tratar de dividir a la oposición. En medio de
ciudadanos que ofrendan su vida en la protesta pacífica, ¿quién va a
estar discutiendo si los pretextos aludidos por la dictadura para atragantarnos
con esa operación política, son o no válidos para convocar a un fraude al país?
Hay un golpe para acabar con
los partidos, con la Asamblea Nacional, con las elecciones, con la actual
Constitución y con las posibilidades de comenzar a solucionar los problemas que
nos aplastan a todos. Hay que derrotar ese golpe y para lograrlo debemos
conversar y actuar con todo el que esté dispuesto a exigir la vigencia del
Estado de Derecho, incluidos los sectores que provienen del chavismo o forman
aún parte de él y rechazan la ambición de Maduro de convertirse en dictador.
Para eso no hay diálogo.
Varios hechos
novedosos han emergido en las duras, dolorosas y gloriosas jornadas de abril:
1. Ha aflorado claramente una contradicción entre la nación y un grupo
minoritario de aprovechadores del poder; 2. La calle validó a una dirección que
ha conquistado esa función a fuerza de coraje y de un desempeño
inteligente, 3. Se puso en marcha la participación decisiva de una ciudadanía,
elemento indispensable para reconstruir la democracia, con conciencia de país,
noción de futuro y voluntad para lograr los cambios necesarios para comenzar a
superar el aglomerado de crisis que padecemos. 4. S están conjugando actores,
organizaciones e instituciones que fortalecen la esperanza de que el
relanzamiento de la economía, de las instituciones y de la democracia permita
ponerle fin, bajo un gobierno de Unidad Nacional, al largo ciclo de la
Venezuela populista y rentista.
La Conferencia Episcopal ha
fijado una clara y firme posición de solidaridad y apoyo al país que exige
cambio. Los sectores universitarios, profesionales, académicos, económicos,
culturales, deportivos, laborales ya no están dispuestos sólo a declinar una
invitación, saben que no habrá ningún cambio si no lo conquistamos con
participación directa, mejorando la organización y las coordinaciones,
sosteniendo y diversificando la calle, tendiéndole la mano a los que están
dispuestos a abandonar la línea suicida de Maduro y evitar que una cúpula,
rechazada adentro y aislada en el mundo, siga en el poder por la vía de los
golpes. Aquí hay que aplicar la Constitución y cambiar esa cúpula.
06-05-17
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